Al término de la Primera Guerra Mundial, un combatiente de
regreso a su hogar se detiene en el Hotel Savoy para alojarse durante algún
tiempo mientras contacta con un pariente rico del que espera obtener un poco de
dinero para seguir adelante.
A partir de aquí, con una prosa concisa y un tono de
«realismo etéreo» vemos cómo el personaje se desenvuelve en el trasunto del
mundo que es el hotel, donde las primeras plantas, las más lujosas, están
reservadas a clientes pudientes, y las habitaciones y condiciones de vida,
como en el mundo, se van deteriorando y los derechos esfumando conforme se
alejan de donde está el dinero. Explotando la miseria e intentando explotar el
dinero sin dejarse explotar por él, está el poder, siempre misterioso, encarnado en los
dueños del hotel a los que nunca se ven, como ese poder omnímodo que condiciona
la vida de las personas y hasta acaba con ella sin que nadie llegue a entender
de dónde sale, por qué existe y cómo le alcanza. Completan la novela un buen
número de secundarios que más que personajes son hechos por cuanto representan en
función de cómo ha sido y es su vida.
Lo que en común tienen todos ellos, quizá también como
trasunto de lo que implica una guerra y de lo que quiere denunciar Roth, es la
soledad. Cada persona solo se tiene a sí misma independientemente de sus
circunstancias. Lo vemos en todas las relaciones y en todos los personajes:
desde la mutua atracción entre una cabaretera y el protagonista, que queda en
nada por la conciencia de las circunstancias de ambos, hasta el pariente rico
que dice no serlo, o el camarada revolucionario que está en todas partes y en
ninguna, amén del payaso que vive y muere en las circunstancias más tristes,
con un burro por deudo más dolorido, o el ascensorista que controla todo y hace
préstamos -o, mejor dicho, acepta empeños de equipajes-, desde todos ellos al
pobre loco de la lotería y hasta el multimillonario que es recibido como un
mesías, todos están espantosamente solos porque todos están pendientes de algo,
de alguien, de que fuera de ellos ocurra algo que cambie su vida: un golpe de
suerte en lo económico los que nada tienen; un golpe de suerte en lo afectivo
quienes tienen un dinero que, en el fondo, les aísla. Y, en medio, el
pariente del protagonista, hijo del rico, que trata de birlarle a la
cabaretera. Un bont vivant que, en el
fondo, tampoco deja de buscar algo que dé sentido a su vida y lo saque de la
soledad aparentemente engañada por su estilo de vida.
El ambiente, a medias metafórico y claustrofóbico.
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