Genial obra de Camilleri, sobre
todo en la forma de dar la vuelta a la acción, la cual justifica el título.
Estamos en Sicilia, en el siglo
XIX. Como siempre, en la imaginaria o no tan imaginaria Vigàta. Hasta allí
llega un nuevo inspector de Hacienda responsable de comprobar la tributación de
los molinos. Un trabajo complicado, habida cuenta de modo en que sus dos
antecesores salieron de este mundo.
El hombre es honrado y consciente de la importancia de mantener la imparcialidad en la realidad y en
las apariencias. Por eso rechaza todo compadreo, incluyendo las invitaciones a comer del «respetabilísimo» caballero al que
nadie se atreve a rechazar nada, ya imaginan ustedes por qué. Todo apunta a que el pobre inspector no sabe
donde se está metiendo, y nadie da una lira por el pescuezo de semejante
idealista. Llama la atención lo claro que tiene Camilleri las bases de cómo hay
que hacer, en lo formal y en lo material, determinadas actuaciones inspectoras
entonces y ahora. También tiene bastante clara la organización administrativa.
No necesita mucho tiempo el pobre
inspector para comprobar que las inspecciones funcionan peor que mal. Su jefe,
el Delegado, por apego a su pellejo y no se sabe si al cohecho ha caído en un pragmatismo que le hace
mirar hacia otro lado y forzar a sus subordinados para que también lo hagan. Y
el personal con que el inspector cuenta... En resumen, todo está amañado para
que nada importante pase y todo el mundo pueda fingir que está haciendo su
trabajo; en esas circunstancias, que el inspector quiera cumplir su deber
con honestidad lo deja completamente solo y transformado en un estorbo para una
actividad controlada por la mafia. El único auxilio, si es que lo tiene, debe
buscarlo fuera del trabajo: en la policía, los carabineros y la fiscalía...
siempre que no estén en connivencia con los delincuentes a los que él trata de
combatir.
Para evitar los problemas que el
inspector puede causarle, la opción más expeditiva del capo mafioso es
cargárselo, por supuesto no personalmente ni de modo que pueda causarle problemillas; y quieren los hados que ciertas historias paralelas (las de la
casera del inspector, una atractiva viuda con ganas de darle alegrías al
cuerpo, la de un cura obsesionado con ella y la de un pariente del cura
esquilmado por este) permitan a la mafia atribuir al inspector crímenes que él
no ha cometido. Acusaciones que tiene todos los visos de llevárselo por
delante dejando a los mafiosos con las manos limpias, porque, ¿quién podrá
objetar nada a que sean los tribunales quien acusen, juzguen y condenen a un
funcionario?
Es en ese delicado y desesperado trance
cuando al inspector se le ocurre una jugada maestra para forzar a quienes han
provocado su acusación a mostrar su inocencia al tiempo que también los obliga a hacer
justicia... extrajudicialmente. Un «movimiento del caballo» brillante que conocerá quien lea esta
entretenida historia a la que solo le pongo un pero: el exceso de palabrería en
dialecto siciliano, que despista mucho más de lo que aporta, por más que
habitualmente vaya seguida de la traducción.
En cuanto al final... El típico
en Camilleri: agridulcemente feliz en esa sociedad gatopardesca donde cambia
todo lo necesario para que nada cambie.
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