Listo el que lo lea es una
colección de relatos más o menos humorísticos, publicados a principios de los
años setenta, que tuvieron un número de ediciones y un volmen de ventas que para sí querrían muchos
de los best sellers actuales, lo cual quiere decir solo esto y nada más, porque
no se trata de un texto precisamente brillante, sino de un refrito donde
parecen haber caído sin orden y con algo de desconcierto relatos de tono
dispar.
Fuera de cierto humor del absurdo,
de algunos diálogos ingeniosos y de ciertas sorpresas más o menos previsibles,
a estas alturas el mayor interés que he encontrado en este libro ha sido ajeno
a él: cómo a través de sus páginas es posible ver la rapidez –aunque de su
literalidad parezca lo contrario- con la que ha cambiado la posición de la
mujer en la sociedad. Escritos hoy, a los relatos de Listo el que lo lea se les
atribuiría un machismo que le saldría caro al autor (en la obra la mujer
parece, por defecto, tontita, y por
eso a veces la gracia del relato está en cómo la figura débil se sale con la
suya frente a machos de corte tradicional; hecho, por cierto, que también puede
interpretarse como una incipiente reivindicación) pero, visto en la distancia,
permite ver cuánto habían cambiado las cosas entonces respecto a las
generaciones anteriores y cuánto han cambiado también desde entonces.
Sin embargo, sería injusto juzgar
ninguna obra pasada según los valores actuales, porque a nadie se le puede
atribuir el pecado de no haberse adelantado a su tiempo décadas o a veces
siglos. Este libro es una muestra, en definitiva, de un humor que hace cuarenta
años tenía tanto éxito que se vendía sin problemas, y que hoy, en cambio,
iría camino de la hoguera. A diferencia de otros géneros, es complicado hacer
un humor que perdure, sobre todo cuando se hace sobre valores en proceso de
cambio. En este caso no es de extrañar que a lo largo del siglo XX se haya
hecho tanto humor a costa de la mujer: el cambio en su posición ha sido tan
grande (nunca en la historia la mitad de la sociedad -¡nada menos!- había cambiado en tan poco
tiempo y tan radicalmente su rol), que muchas personas debían de verlo con reserva,
cautela, sorpresa y hasta miedo, y en esas circunstancias el humor, a veces, se
utiliza para asimilar los cambios y también como defensa ante ellos.
Álvaro de Laiglesia, director
durante muchos años de La Codorniz y coautor, con Miguel Mihura, de El caso de
la mujer asesinadita, tiene unos pocos libros de humor verdaderamente buenos,
pero publicó muchísima literatura de consumo demasiado apegada a al momento
concreto, la cual no ha resistido el paso del tiempo. Es el caso de Listo el
que lo lea.
En resumen: un libro de relatos
humorísticos, que hay que esforzarse en situar en su contexto para poder
apreciar lo que de buenos tienen, lo cual no es fácil; pensemos en la portada:
hoy parece machista, pero hace cuarenta años era, indiscutiblemente, un signo
de que las cosas estaban cambiando, porque hace setenta hubiera sido
inimaginable.
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