El campo del alfarero (serie Montalbano, 17)
No hace
mucho un amigo me dijo que, tras leer libros profundos, nada como desengrasar
con Salvo Montalbano. Y tenía razón. Hace dos años ya traté de reencontrarme con
la lectura leyendo –en contra de mi religión- tres novelas seguidas de este
mismo personaje. Fue en vano: siguió un larguísimo periodo de sequía lectora. Una
vez olvidado y tras un libro tan bueno y denso como Tú no eres como otras
madres, he vuelto a recaer en igual pecado: El campo del alfarero, La edad de
la duda y La danza de la gaviota. Las reseñas de estas dos últimas, están ya programadas para los próximos días.
A estas
alturas, décimo quinta de la saga, no buscaba nada nuevo en las novelas de
Montalbano. Y el comienzo del Campo del alfarero me pareció «más de lo mismo» (por utilizar una expresión hecha de las que tanto fastidian al protagonista) de forma casi abusiva: no pasa nada, aparte de la actuación y sobreactuación de
los personajes para satisfacer a los incondicionales, al modo en que en las
telecomedias norteamericanas ponen risas y aplausos enlatados con la primera
aparición de cada actor. Sin embargo, la impresión es equivocada, porque el
desarrollo posterior de la trama olvida la paja previa y tiene un nivel de
complejidad y una claridad expositiva que dice mucho en favor de Camilleri.
Dos tramas
que en realidad acaban confluyendo en una, lo cual tampoco es nuevo en
Camilleri ni en nadie, aunque en esta ocasión todo muy bien hilado. Por un
lado, la aparición, en un terreno arcilloso, de un cadáver troceado siguiendo
un ritual que parece vincular la muerte al mundo mafioso. Por otra, el
comportamiento del subcomisario Augello, que apunta a un nuevo affaire –este
ya, dentro del matrimonio- que lo tiene de los nervios. Y, como siempre, un
protagonista que intenta alcanzar la verdad por el camino más directo, que no
siempre es el más legal. Todos los elementos de las novelas de Montalbano
convergen aquí.
En la conversación que aludía al
principio, otro amigo indicó que en los diálogos, magistrales, se nota que Camilleri
ha sido guionista. También tiene razón. El pasado de guionista de Camilleri se advierte
además en los recursos para implicar emocionalmente al lector, auténticos
«clásicos televisivos»: en esta novela, meter en problemas graves y sembrar la
duda en torno a uno de los «buenos» con los que el lector, tras catorce
entregas de la serie, ya tiene una relación de afinidad; también, por
ejemplo, el modo en que se dejan morir ciertas historias paralelas (el «tema
Livia» parece agotado, por ejemplo), mientras otras vienen a sustituirlas para
mantener la corriente de tensión afectiva hacia los personajes.
En
definitiva, una muy buena novela de intriga en la que, por una vez, las
historias de segundo plano quedan relegadas trasladando la tensión emocional al
papel de Mimí Augello en los sucesos a investigar. Una factura de corte
televisivo, sí, pero con mucho más: oficio, inteligencia, talento, huída de la
comodidad y ganas de hacerlo bien.
No hay comentarios:
Publicar un comentario