Prosa elegante, se dice en algún lugar de la contraportada.
Y así es. Y oficio, mucho, para dar en tan pocas páginas una visión tan amplia
de la Primera Guerra Mundial. Una novela excelente pero, sin embargo,
desagradable por el descarnado modo en que se expresa: sin pasión sin tomar
partido –en el texto- ni siquiera a favor del ser humano; se describen los
hechos sin hacer alusión a los sentimientos y las sensaciones; el sufrimiento,
que lo ponga el lector. Y el lector lo pone porque resulta imposible
leer según qué cosas sin intentar ponerse, siquiera remotamente, en el lugar de
los personajes. Esta es la forma de tomar partido a favor del ser humano:
forzando al lector a buscar el horror en sí mismo. 14 es, por tanto, una de
esas novelas cuyo efecto no surge de las ideas que expresa, sino de los
sentimientos que desata. Una gran y dura novela.
Cuenta la historia de cuatro amigos franceses, de los cuales
uno, Anthime, tiene más protagonismo. Un buen día el toque de rebato del
campanario avisa de que van a ser movilizados. Ninguno sabe muy bien por qué ni
para qué, y ni siquiera se lo preguntan. Todos tienen la confianza de que es un
engorroso trámite y en quince días volverán a casa. Ni tan solo muestran
preocupación. Ya en ese momento sabemos que Anthime mira con buenos ojos a
Blanche, y que a ella él no le es indiferente, pero Blanche está con Charles, un tipo
que va por la vida con aires de superioridad, que no encuentra ascua a la que
no arrime su sardina y que con su actitud acompleja a Anthime, que es todo lo
contrario a él.
El relato es el de la suerte de los cuatro amigos perdidos
en una guerra a caballo entre dos épocas. Una guerra a veces todavía
convencional, de lucha cuerpo a cuerpo entre ejércitos, y que poco a poco va
haciéndose novedosa: la aviación, las armas químicas...
Ninguno de los cuatro opina o juzga. Solo, como animales
domesticados, se dejan llevar sin otra esperanza que aguardar a que termine todo
aquello, eludir la muerte y, mientras tanto, permanecer juntos para encontrar
en esa pequeña unión el único rastro de afectividad disponible.
Lo que ocurre es previsible: la guerra, las penurias, la
desgracia, la desesperanza... El ser humano tratado como una escoria
intercambiable, enviado a matadero como una res por quienes no piensan experimentar ellos mismos el horror. Gente luchando, sufriendo y muriendo por
no saben qué, luchando no contra nadie sino por sobrevivir, muriendo por algo
que no ha de cambiar su vida porque la vida de Anthiem, como vemos al
principio, igual que la de todos, era trabajar, pasear, enamorarse... Algo tan cotidiano y ajeno a la política y a
las razones de los gobernantes que resulta
insultantemente doloroso y contiene una enorme carga de denuncia. Pero al
final, todo termina. Hasta lo malo, que solo permanece en el alma. Tras cualquier guerra, en realidad, nada ha cambiado. Solo hay más sufrimiento.
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