Las
conductas dicen quiénes somos; los gestos -que tan poco tiempo y esfuerzo
cuestan aunque vengan en cascada- cómo deseamos ser vistos. Cuando pretendemos
que los segundos sustituyan a las primeras, mal. Las felicitaciones navideñas me
gustan poco porque tienen demasiado de gesto y porque a menudo pretenden disimular
la inexistencia de una conducta coherente con ellas. Los buenos deseos
navideños con frecuencia solo encierran una petición -«recuerda que existo», «piensa
que no paso de ti»- o, sin ningún propósito de enmienda, hacerse perdonar algo evitando dar la cara. Muchas personas, también, envían sus felicitaciones navideñas a quienes nunca envían otra cosa, por temor a que separarse de esa tradición afecte a su propia imagen.
Pero
los buenos deseos sinceros están más vinculados al dar que al pedir. Quizá por
eso –aunque alguna vez me dejo arrastrar por el «protocolo social»- soy tan poco dado a las felicitaciones navideñas: porque si no tengo nada que dar, cerca estoy de pedir.
De ahí
que las únicas que sí me gusta hacer son para dar las gracias. Esta
es una de ellas.
Gracias
a todos los lectores, sobre todo a los que han llegado este año, porque cuando
hace ya más de cinco Mira Editores publicó mi primera novela no imaginaba que en
2016 sus nuevos lectores se contarían por miles en un formato que entonces
estaba dando sus primeros pasos. Los lectores me habéis dado vuestro tiempo y confianza,
y aunque deseo haberos correspondido a través de las aventuras de Ajonio, que
tanto trabajo me llevaron y que en tantos vericuetos me han metido, quiero aprovechar esta ocasión, como he intentado
hacer en todas las que he tenido, para daros las gracias. Al pensar en vosotros para mí es más fácil tener una feliz Navidad, y ojalá que Ajonio os
haya permitido disfrutar de unas horas de lectura también felices.
De
parte de Ajonio, de Claudita, de Zoé, de Danuta, de Poncio, del Pulgas... y
mía, claro, gracias, feliz Navidad y feliz año nuevo.
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