Cada verano procuro leer un clásico largo, que para eso está el tiempo. Este año elegí Los papeles póstumos del Club Pickwick, pero acabé leyéndolo en momento, lugar y modo no previstos y por eso me dio por leer unas semanas después, ya en otra situación, Historia de dos ciudades, que además no es una obra especialmente larga.
Historia de dos ciudades es en realidad la historia del médico francés Alejandro Manette, de su hija, de un alto empleado de banca inglés y, sobre todo, la de un joven llamado Charles Darnay.
El médico, tras pasar dieciocho años encerrado en la Bastilla ha sido rescatado por el banquero, y así es como ha sabido que tiene una hija y la ha conocido. Ya en Inglaterra, la muchacha se vuelca en el cuidado de su padre, que ha retornado al mundo de los vivos no muy sano mentalmente, aunque poco a poco se va recuperando. Pero, claro, que ella disfrute tanto cuidándolo no la hace inmune al deseo de amar, y aquí aparece Charles Darnay, un dechado de virtudes con un único problemilla: es un noble francés descendiente de aquellos que enchironaron al médico, pero un noble peculiar, porque ha renunciado a sus orígenes y se gana la vida como puede.
La novela, publicada en entregas cuando Dickens tenía 47 años, y que figura entre las más famosas, tiene dos partes (no formalmente diferenciadas). La primera transcurre sobre todo en Inglaterra, y en ella la novela me ha parecido algo insulsa, porque apenas pasa nada más allá de la presentación de los personajes, todos unos tipos de lo más bonachones y estupendos, y donde todo parece de color de rosa; y la segunda, parte donde Charles Darnay vuelve a Francia movido por un noble impulso y se encuentra allí con que la racionalidad ha sido sustituida por algo muy parecido al horror; esta segunda parte es una secuencia de penalidades y desdichas que amenazan la justa felicidad de esos pobres diablos y de la que está por ver si pueden escapar y cómo; ahí radica la trama y el interés de la novela, aparte, claro está, de que es el fondo de la misma, el decorado tras los personajes, el marco histórico y la crudeza con que se narran algunas cosas lo que permite que Historia de dos ciudades sea lo que es: un clasicazo.
Concluyo con un cotilleo: una voz más autorizada que la mía me advirtió que Los papeles póstumos del Club Pickwick era un tostonazo y que Historia de dos ciudades era una maravilla. Bueno, pues qué le vamos a hacer, pero, habiéndome gustado las dos, he disfrutado más leyendo la primera.
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