Hoy
es el día de las librerías. Aunque son negocios sometidos al mercado, como el
resto, por lo que significan para una sociedad culta tienen una importancia superior
a la mayoría. Pero el sector editorial, y no digamos ya las librerías, por sus
peculiaridades no puede utilizar las mismas armas que muchos de sus
competidores: por ejemplo, ni el libro más vendido en España da para financiar
una campaña publicitaria equivalente a la de algunas películas.
Aunque
hay más población que nunca y unas tasas de alfabetización próximas al 100%,
aunque tenemos el nivel de vida más alto jamás alcanzado, aunque las técnicas de edición han rebajado los costes, el ritmo de desaparición de las librerías es dramático. La
lectura se vincula al ocio (mal hecho) y por el tiempo de ocio compiten millares
de bares y restaurantes, hoteles, cientos de canales de televisión, cine,
videojuegos, todas las oportunidades que da Internet... Muchas de esas
alternativas son poderosas, porque mueven su producto en un mercado mundial con
enormes economías de escala. Unamos el pirateo y tendremos una visión más o
menos aproximada de cómo están las cosas. Un panorama difícil.
Ante
la caída de ventas no todas las librerías tienen las mismas posibilidades de
reacción. Una gran superficie reduce metros cuadrados de exposición de libros y
en su lugar vende videojuegos, o perfumes, o marroquinería, y sale adelante.
Una pequeña librería no puede hacer algo así. Por debajo de cierto volumen de
ventas, desaparece.
Las
pequeñas librerías están siendo las primeras en morir. El mercado que dejan
libre lo están absorbiendo las grandes cadenas de distribución, titulares de
las únicas librerías abiertas en los últimos diez o quince años.
Esta
concentración de la distribución minorista es una desgracia para la cultura,
porque son las pequeñas librerías las que dan voz, aunque suene baja, a todas
las pequeñas editoriales y a todos sus autores desconocidos. Y ese conjunto es
el vivero de la literatura.
Las
relaciones entre las grandes cadenas de distribución y los grandes grupos
editoriales limitan la oferta y, apostando por lo seguro porque lo mercantil
prima sobre lo literario, se da prioridad a publicar la imitación del último
éxito, o la traducción de lo que ya lo ha tenido en otros
países. Una reducción de la oferta a disposición del lector, y de su calidad.
El
empobrecimiento para el pensamiento y el nivel cultural de la sociedad que esta
deriva supone a largo plazo, es inmenso.
Y
solo hay una solución: leer.
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