El precio al que, en noviembre de
2017, compré el Premio Primavera de Novela 2015 en una librería que tenía unas
ofertas buenísimas (este libro, tres euros en tapa dura cuando en blanda está ahora a más
de siete), me pareció una oportunidad cuando debería haberlo tomado como una
advertencia. No lo hice así, quizá porque hace tiempo leí algún otro libro de
Eslava Galán y me gustó.
Menos uno, esta novela reúne
todos los motivos por los que no me gusta la novela histórica. Entonces, ¿he
sido tonto por leerla? Quizá. Pero he aquí mis razones: a principios de año leí
(por circunstancias que no vienen al caso) Africanus, de Santiago Posteguillo,
y como me había gustado a pesar de darse en ella bastantes de esos motivos, me
animé a leer Misterioso asesinato en casa de Cervantes.
Cuando hablo de «motivos» quiero
decir «mis» motivos. A la vista del éxito de este género, es obvio que a otros
lectores atrae lo que a mí no.
Entre esos motivos solo voy a
citar, porque en esta novela alcanza cotas excesivas, el afán por dejar
constancia de datos, costumbres y léxico periclitados. Un afán que lleva a
hacerlo de forma tan directa (y, por tanto, tan evidente) que es un atentado a
la inteligencia del lector (al que se le trata como a un ignorante y al que se le niega el derecho -aparte de a serlo- a esperar que la información se filtre en la historia de
modo que se le suministre sin que se note); una práctica, esta, que literariamente es un atentado, porque viene a ser como intercalar en el
desarrollo de una historia, de modo constante, lo que, a falta de capacidad para hacerlo de otro modo, jamás debería pasar de
nota a pie de página. ¿El resultado? Completa carencia de ritmo y avance a
trompicones.
La trama es sosa y solo al final
despierta algo de interés: una muchacha que lo mismo se presenta como tal que
disfrazada de hombre es requerida por una dama notable para desbaratar las
sospechas que se han hecho caer sobre Cervantes a cuenta del asesinato de
cierto caballero en la puerta de su casa. La «investigación» transcurre al
principio de modo aburridísimo, con una sucesión de interrogatorios a cuál más inane,
y con eso y las disertaciones referidas que más de una vez ni siquiera vienen a
cuento (y que parecen una especie de refrito aprovechando lo conocido de
algunos de los avatares de la vida de Cervantes) se alcanza un final que
pretende ser trepidante pero que semeja una aventura juvenil. Para colmo -y yo
diría que por falta de recursos o de molestarse en buscarlos-, la resolución
del misterio llega caída del cielo y en plan «jarrón veneciano»... en el que la
investigadora es una oyente más de un señor que pasaba por allí. Además, ya que
la acción ocurre en Valladolid y por allí pasa el Pisuerga, encontramos unos
cuantos diálogos que reclaman la igualdad de la mujer, lo cual tiene poco o
nada que ver con la historia y resulta anacrónico, pero ahí quedan, llenando
hojas. Unamos a eso que la imitación del lenguaje de la época se da también en voz del narrador, lo cual resulta forzado, sobre todo porque no siempre se acuerda de hacerlo con rigor.
Lo que más me atraía de esta
lectura era topar con Cervantes como personaje, fuera tratado de modo directo o
indirecto. ¿Qué jugo no se le puede sacar bien tratado? Pero lo que he
encontrado ha sido decepcionante: el Cervantes de esta novela es un personaje
insípido, que no aporta nada y sobre el que ninguna reflexión se puede hacer.
La inmensa mayoría de las reseñas
que hay en este blog son positivas, porque si uno se conoce como lector suele
elegir bien sus lecturas. Esta vez no ha sido así. Me equivoqué. Quizá los
aficionados a la novela histórica encuentren esta obra estupenda. Yo, no. Más
bien me ha parecido una tomadura de pelo.
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