Serie Sebastian Bergman, 2
Ya escribí aquí, al comentar la
primera novela de la saga Bergman, que Michael Hjorth Hans Rosenfeldt estaban más por la elaboración de best sellers que
por el genio, pero que habían sido capaces de hacerlo muy bien y que el
resultado había sido espectacular. De ahí su éxito. Es lo exigible, porque
también en la «técnica del best seller» hay que buscar la excelencia, y da la
sensación de que la escritura a dúo entre estos dos autores funciona así de
bien porque lo que buscan es precisamente la eficacia y no el arte; más parecen
un equipo de guionistas conscientes de cómo se capta audiencia que escritores,
lo cual no es una crítica. En esta segunda novela tampoco nadie encontrará
florituras literarias ni un solo pasaje que llame la atención por su belleza,
pero sí una historia bien diseñada para captar y mantener la atención del
lector. ¿Cómo? Con un argumento que permite enlazar las situaciones de tensión de la trama principal –los crímenes duplicados a que alude el título- con los
follones que hilan la saga: las circunstancias personajes de Sebastian Bergman y su complicado carácter.
Esto
último hace más que aconsejable haber leído la primera novela. O, más que
aconsejable, creo que ambas se disfrutarán más leídas en orden. En cuando al
argumento en sí, es sencillo pero de desarrollo complejo: un asesino en serie
comienza a actuar siguiendo el mismo ritual que hace años siguió otro asesino
ahora encarcelado; la exactitud con que los crímenes actuales replican los
pretéritos hace temer que el preso tiene algo que ver, pero, ¿cómo, si de
verdad está preso?
Crímenes
duplicados recupera los personajes del mundo policial de la primera novela,
Secretos imperfectos, incluidos los secundarios, pero se diferencia en que el
quién y el cómo están mucho más claros y la tensión se logra mediante otros
efectos: hasta dónde va a poder llegar el criminal y, también, en qué van a
quedar los secretos de Sebastian Bergman. Es esto último lo realmente brillante
porque, respecto al caso policial en sí, se produce un ligero bajón respecto a
la primera novela debido a un par de situaciones demasiado forzadas: quien lea la novela sabrá a qué me refiero cuando digo que
el realismo mínimo es incompatible con que personas con ciertas responsabilidades
lleguen a ser tan tontos, en momentos concretos, como aquí ha sido necesario
para sacar adelante el argumento. Paralelamente, el malo malísimo es tan frío y
calculador que resulta imposible tener por reales ciertas carambolas.
Los crímenes
cometidos y perseguidos en esta novela son, en realidad, un argumento poco
llamativo en el sentido de que hay muchas novelas similares (me vienen a la
cabeza algunas de Craig Russell) que juegan con el horror del lector a que se
vuelva a perpetrar un asesinato especialmente repugnante, pero el mérito de los
autores es que, en realidad, ese argumento es la excusa para una pretensión de
fondo que es la que en realidad ha de atraer a su público: seguir desarrollando
la complicada existencia de ese egoísta maleducado llamado Sebastian Bergman, en la que los líos afectivo-familiares son de tal magnitud que, a su lado, un asesinatillo más o menos
apenas importa, y en torno esta idea el
final es magistral por el modo en que utiliza unos cuantos cabos –dejados
intencionadamente sueltos de antemano- para lanzar al lector a por la tercera
novela (que, por cierto, ya tengo).
Pero todo
esto no bastaría para construir un éxito si no existiera una «marca de la casa»
para el protagonista que lo distingue de otros y a la que el lector es
sensible: la claridad y al mismo tiempo profundidad con las que se juzga, con
acierto, la personalidad de la gente a partir de hechos cotidianos y conductas
espontáneas. Michael Hjorth Hans Rosenfeldt
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