Creo que la primera novela de
Camilleri protagonizada por Salvo Montalbano se publicó en España en 2003. Aún
tardó unos años en alcanzar aquí la fama que en Italia había logrado poco
antes, ya septuagenario. Yo lo conocí en 2005, con La temporada de caza, maravillosa
novelita editada por Booket que nada tenía que ver con el comisario de Vigàta.
La encontré una tarde, curioseando en una librería en Zaragoza, sin haber oído
jamás el nombre del autor. Si existen los flechazos literarios, este fue certero.
De Camilleri admiro el cariño que vierte hacia sus personajes y el modo en que
lo transmite.
Desde entonces he leído treinta y
tres libros suyos (unos pocos, más de una vez) y he escrito dos novelas cuya
estructura y tono están influenciados por La Ópera de Vigàta, una de las obras de Camilleri que
más me han gustado. Quienes las han leído dicen que es lo mejor que he escrito.
No sé si aciertan, pero me lo pasé en grande y las tengo en gran
estima; si no las he publicado a cualquier precio es, precisamente, porque en la
valoración que hago de ellas merecen una suerte que no está en mi mano alcanzar.
En resumen: que lo mío con
Camilleri es largo e intenso.
Pero en toda apasionada relación de
amor lector-autor siempre hay aspiraciones frustradas. No me refiero a los
libros no leídos, que son proyecto y esperanza y no fracaso, sino a los libros
imposibles de localizar. Mi cuenta pendiente con Camilleri ha sido La
desaparición de Pató.
Supe de esa novela en una de mis
primeras conversaciones sobre don Andrea. Alguien había leído la historia de
Pató y la ensalzó. Desde entonces he pasado años detrás de ese libro. Más que agotado
y descatalogado, se diría muerto y olvidado. Imposible encontrarlo. Ni en papel,
ni en ebook, ni en señales de humo. Nada. En ningún sitio. De ninguna de las
maneras. He pasado más de una década sin resultado. Nunca me ha ocurrido algo semejante
con ningún otro libro. La desaparición de Pató no solo era un título, sino una
triste realidad: no había manera de dar con el puñetero Pató. Se había esfumado
como si nunca hubiera sido escrito.
Mi única esperanza era que
Destino -que publicó la novela en 2002, cuando Camilleri era todavía más
desconocido en España de lo que he apuntado al principio- la reeditara. O que
la volviera a publicar quien fuera. No ha sucedido. Aún.
Pero si
cuento esta historia de amor no es para quejarme y ver si alguien me
consuela, sino porque ha tenido final feliz.
Al amigo que hace años me habló
de este libro se lo había prestado otro amigo común cuya biblioteca alcanza tal
volumen que no es aconsejable irse a vivir al piso de abajo. Este último amigo,
además, presta tal volumen de novelas que tiene otra especie de «biblioteca flotante» de mano en mano dentro de un amplio grupo de amigos; la mayoría de los
ejemplares regresan a casa al cabo de unos años (y en similar periplo anda, por
cierto, mi ejemplar de La ópera de Vigáta), pero otros se pierden por el
camino. La desaparición de Pató parecía haberse consumado, literalmente, en casa
de alguien indeterminado. Sin embargo, no era así. El otro día Pató asomó la
nariz en las catacumbas de la biblioteca de mi amigo, y él, acordándose de las
veces que he llorado por este amor no correspondido, se apresuró a prestarme su
ejemplar, con lo cual, además, el vino que estábamos bebiendo paso a saber todavía
mejor.
Aquí tengo ya a Pató, a mi lado. Aparecida
su desaparición, espero ya el momento de leer su historia, que no será cualquiera
sino cuando tenga tiempo suficiente para disfrutarla sin otras cosas en la
cabeza. Pronto, porque se aproximan días de descanso.
Estáis invitados a la boda. O
sea, a leer la reseña que pondré aquí mismo.
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