Eurípides, Bertolt Brecht, Gorki, Tolstoi, García Lorca... son legión los escritores que han hecho de la madre la figura central de alguna de sus obras, y todas las «madres protagonistas» -que necesariamente se salen del canon para ofrecer algo digno de ser contado- presentan aspectos comunes: o bien ejercen su papel de un modo heroico o, en el extremo contrario, la preeminencia del yo les hace traicionar el rol materno. Además, en todas las historias desde el siglo XIX los cambios en el papel social de la mujer han abonado el terreno para que todas sean pioneras o rompan tabúes, pues desde hace más de un siglo ninguna generación de mujeres ha hecho lo mismo que la anterior.
Tú no eres como otras madres es una maravillosa obra autobiográfica de presentación novelada que relata la vida de Else, la madre de Angélica Schrobsdorff. En Alemania se publicó en 1992 e, increíblemente, no se ha traducido al español hasta 2016. Pero baste este dato, su traducción veinticuatro años después seguida de un éxito arrollador, para acreditar que se trata de una obra destinada a perdurar.
Nacida en la última década del siglo XIX en Alemania, en una familia de comerciantes judíos moderadamente prósperos, ni a Else ni a sus padres se les pasaba por la cabeza que no fueran alemanes, como tampoco que no fueran judíos.
A partir de aquí no hay espacio para la sorpresa, porque la autora cuida de hacer del texto un testimonio, no una trama, y anticipa cuanto se pueda anticipar. Una digna forma de no transformar en espectáculo la vida de los suyos y su sufrimiento. Es así como consigue que lo importante sea la vida, y no los sucesos. Por eso ya de entrada sabemos quién va a morir y cuándo, si las rupturas fueron definitivas o no, si dos personas se volvieron a ver o no... Pero es que, como digo, lo importante de las vidas es el cómo, y eso lo conocemos letra a letra.
Angélika Schrobsdorff. 1927-2016 |
Angélika Schrobsdorff, la más pequeña, junto a su madre y hermanos. Tardaron en saber que cada uno era de un padre distinto. |
La muerte del otro hijo hace que los padres vuelvan a admitir a Else como una suerte de hija pródiga, aunque en realidad los héroes son ellos, porque Else sigue llevando su vida y son ellos quienes se adaptan a lo que les había hecho sufrir. La reconciliación cambia por completo la suerte económica de Else, provocando que su principal ocupación y preocupación sea vivir bien.
Sin embargo, su idea de «matrimonio lleno de amor» se va al traste cuando se entera de las infidelidades de su marido. El mundo de Else se viene abajo. Él le ofrece excusas peregrinas para ocultar su propio egoísmo. En esa época muchas mujeres hubieran optado por la resignación; otras, por el perdón; pocas, por la ruptura; ninguna por lo que Else: intentó asimilar las razones de su marido hasta el punto de hacerlas propias, y esa interiorización la condujo a un modo de vida no ya avanzado para una mujer de principios del siglo XX, sino incluso escandaloso para una del siglo XXI. La casa matrimonial se convirtió en un revoltijo de amantes, hasta alcanzar una convivencia a cuatro, con hijos de por medio, que satisface a Else y va arrinconando poco a poco a su marido, obligado a aceptar los argumentos en los que él mismo se había escudado.
Así llega Hans a la vida de Else. Tienen una hija que, para evitar escándalos, hacen pasar por hija del primer marido, forzándola a crecer en la inopia. Un acto de barbarie emocional cometido por miedo y edulcorado con la idea de proteger a la niña. Un acto profundamente egoísta. A mi juicio Hans es, sin duda, el hombre que más ama a Else de la legión que pasa por sus brazos a lo largo de su vida. Por amor Hans se aviene a un tipo de existencia que no desea, por amor renuncia a ejercer la paternidad de una hija a la que adora; por amor aguanta a Else humillaciones pensando, el pobre, que antes o después se casarán; creyendo, el muy ingenuo, que su amor a cada instante demostrado con mil cesiones acabará calando en el corazón de Else.
Pero como siempre ocurre cuando alguien se deja humillar por amor, quien lo maltrata, en lugar de agradecerlo y rectificar acaba creyéndose con derecho a todo y lo aplasta hasta que ya no le queda por sacrificar ni la propia dignidad. En ese momento, al humillado solo le queda una opción si no quiere volverse loco: marcharse y no volver. Esto último es lo que hace Hans, lo cual reduce su presencia al mínimo en la vida de Else y en la obra, pero lo he querido resaltar por creer, como he dicho antes, que de todos los hombres de Else él fue quien más y mejor la amó. Y lo resalto, también, porque demuestra cómo Else confunde atracción y amor, si por amor entendemos el deseo ferviente de hacer a alguien mejor y dichoso. Else cree sentir amor cuando alguien la hace feliz a ella.
Aún no se había ido Hans cuando ya estaba llegando Erich, un bondadoso alemán de familia más que opulenta obsesionado con la honestidad y el cumplimiento del deber. A diferencia de Hans, Erich, que ni de lejos soporta tantas humillaciones como Hans, nunca abandonará a Else y ella no dejará de agradecérselo, lo cual no impide apreciar que su relación más tiene más de amistad y conveniencia que de amor, el cual se acabó pronto si es que alguna vez llegó a existir, pues pronto ambos se decepcionaron mutuamente. Si Erich, un timorato caído en la tentación de una mujer tan atractiva y vital, es leal a Else durante años, no es por un compromiso con ella, sino consigo mismo, con su sentido del deber y la honestidad.
En estas idas y venidas, construcción y derrumbe de falacias, donde desde hijos a abuelos todos viven engañados, se le pasa a Else la juventud, con la Primera Guerra Mundial y los años veinte como un marco que, pese a su dureza, no llega a afectarle verdaderamente debido a la protección económica de sus padres y de la familia de su marido, y de que esa guerra siguió siendo una guerra «tradicional» que afectó relativamente poco a la población civil. La vida, para Else, consiste en disfrutar de los amigos, de las juergas, del teatro, de lo que ella cree amor, de la literatura, del contacto con autores, actores, filósofos... de toda la flora intelectual que derrochó aquella época. Algo que si ahora suena bien, en una mujer de principios del siglo XX era una revolución.
Así como en la literatura otras madres egoístas son despóticas, Else es amable y se hace querer por todos, aunque en la intimidad del hogar se enfurezca con frecuencia. Pero es manipuladora y tergiversadora, transforma en tontos útiles a los hombres que la aman, y disfraza la realidad con argumentos que solo ella se cree pero que consiguen engañar al resto, que ignoran todo el pastel. Solo la mueve el egoísmo, solo una mezcla de egoísmo y egocentrismo la lleva a tergiversar tanto al realidad y a creerse sus propias mentiras, aunque de todo esto ni ella misma se da cuenta.
Llegados los años treinta, ocurren dos hechos, previsibles para el lector, que cambian por completo la deriva del libro: la aparición del nazismo y el crecimiento de los hijos de Else hasta la adolescencia y más allá de ella, lo cual los transforma de personajes pasivos en activos.
Lo primero sitúa a Else ante una realidad que se niega a aceptar, como una especie de trasunto del mundo personal, en el cual también se ha negado aceptar la realidad, creyendo que su «derecho a ser feliz» le permitía pisotear a todos sin dignarse en fijarse ni mucho menos en reflexionar sobre ello. Lo segundo, hace que la conducta y el protagonismo de Else se modifiquen sustancialmente.
La forma en que, con sangre judía y tras una «vida alegre» se vivió el nazismo, es profundamente humana y conmovedora. ¿Cómo iban a pensar aquellos alemanes, alemanes desde generaciones, que las cosas iban a llegar donde llegaron? La forma en que miraban hacia otro lado, la incredulidad, el no querer ni imaginar lo que podía avecinarse son comprensibles: se está tan bien cuando las cosas van bien que para qué pensar que puedan ir mal o en aquellos a quienes les va mal. La Else que no ha querido ver cómo ha construido su felicidad provocando la desgracia de quienes la han querido es la misma que se niega a ver una realidad que amenaza con aniquilar esa misma y estúpida felicidad.
Los hechos se acaban imponiendo. Y entonces comienza el enfrentamiento con la realidad. Es doble: con las circunstancias y con las personas. Las circunstancias que amenazan su vida y la de sus hijos y provocan el drama de que lo que hoy te salva en un sitio mañana te mata en ese mismo lugar, circunstancias que la abocan, poco a poco, de la opulencia a la precariedad absoluta, material, afectiva y espiritual; y enfrentamiento a las personas: a sus hijos, que víctimas de su modo de vida basado en un egoísmo tergiversador apenas tienen a dónde asirse en lo emocional, más allá de la propia Else, la misma que los ha llevado a una situación límite; debe enfrentarse a la realidad de que esa vida libre a la que creyó tener derecho la ha conducido a una situación de desamparo en la que no puede decir que nunca haya hecho nada por nadie; por tanto, pocos favores puede pedir, a pesar de lo cual son muchos los que se esfuerzan por ella, la ayudan y echan una mano. Sin los demás, Else no hubiera sido nada. Especialmente emotivo es el nadar y guardar la ropa de Erich: débil de principio a fin, pero siempre honesto y solidario.
El derrumbe del mundo de Else y sus hijos es absoluto. Del todo a la nada, y de la mentira a la verdad.
Angelika Schrobsdorff durante el exilio en Bulgaria. De la opulencia a la indigencia. |
Hasta ese momento Else solo ha sido, a ojos del lector, una cabeza loca, pero es ahora cuando el lector y ella comprenden que durante años solo se amó a sí misma y que le ha tenido que llegar la desgracia desde fuera para que, mirando la realidad de frente, acabe amando -solo a sus hijos- y acabe también respetando, por fin, a aquellos a quienes creyó amar y emocionalmente machacó.
La vida de sus hijos en esos años produce pesar, porque son niños y jóvenes enfrentados a la vez a dos problemas extremos: el contexto histórico que ha aniquilado su pasado y ha transformado el mero hecho de existir en un crimen castigado con la muerte, y el contexto personal, en el que van descubriendo que su vida ha sido una mentira pergeñada por su propia madre, con quien en ese momento mantienen no solo una relación filial, sino de apoyo mutuo -forzoso- para sobrevivir. La sensación de asfixia, de angustia, la necesidad de volar, de tener una vida propia lejos de la mentira y el sufrimiento crea un último elemento de tensión emocional en el que solo el afán de sobrevivir hace que los personajes no exploten.
El libro es, también, un maravilloso canto a la capacidad de superación del ser humano. Para bien o para mal, siempre se puede sufrir más, y el afán de sobrevivir aún en condiciones de extrema debilidad saca lo mejor de cada cual y permite despojarse de lo superfluo hasta encontrar lo esencial, el motivo que cada uno tenemos para vivir. En el caso de Else, y en el de tantos, cuando todo se derrumbó solo quedó en pie el amor a los hijos.
Finalmente el nazismo pasa. Pero con él no terminan las desdichas, pues nada que haya sido destrozado puede volver a lo que ha sido, y porque en algunas zonas las dictadura nazi fue sustituida por la comunista. La vejez, además, hace presa en Else. Todo ha quedado atrás, y el paraíso perdido nunca será recuperado.
Las páginas finales del libro son las últimas cartas de la protagonista, donde hace balance, autocrítica y donde su hija Angélika, la autora, no sale bien parada. Y, sin embargo, como dice el título de esa última y breve parte de la obra, la vida fue hermosa.
Un testimonio brutal, muy bien escrito, que rezuma ansia por comprender y que, en la forma en que expresa los argumentos que exponen los personajes, tiene un humor sutil, fino, que sirve para mostrar cariño y ánimo de reconciliación con el pasado, con la historia, con la debilidad del ser humano, con la propia vida.
Este es el mérito de este libro: ayuda a entender que, desde el egoísmo ciego y mezquino hasta la barbarie, hay que convivir con lo incomprensible sin otro recurso, para conseguirlo, que el amor -que tantas veces se confunde, provocando la desgracia, con la alegría de lo que gusta o conviene-, y la humildad para hacer autocrítica.
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