En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

sábado, 16 de julio de 2016

Bares y libros

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Dos de cada tres personas no leen un libro al año pero al menos una vez a la semana peregrinan al bar, dice el CIS, según podéis ver en mil lugares aunque escribo esto tras leer un artículo del, ejem, Pobrecito hablador. Viendo los titulares que aluden al «barómetro» de junio, estar en un bar se debe de considerar insustancial, y lo mismo se diría a juzgar por cómo el precio de una copa sirve de unidad de medida relativizadora: a cuántas personas, por ejemplo, un libro en edición de bolsillo deja de parecerles caro en cuanto se les aclara que es más barato que un gin-tonic y que su «ingesta» dura más.
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            Alrededor de una vez al mes me veo en un bar con media docena de amigos, gente de mal vivir y de profesiones dispares, que nos hemos conocido -o así podría pensarse- por lo que de común tienen casi todas ellas con la realidad negra más que con la novela negra. Nos reunimos para hablar de libros; e incluso nuestra alma mater a veces se presenta con una docena de novelas que deja aparte hasta que la escasez de vino o cerveza da a los vasos aspecto decadente; se inicia entonces un «reparto» de libros que se confunde con el intercambio del que devuelve uno ya leído y se lleva otro. Una vez al mes, digo. Dos o tres horas. Y llevamos fama de excéntricos entre la sensata tropa que semanalmente se cita en lugares parecidos para ver partidos de fútbol.
            También en otro bar tengo ocasión de hablar con relativa frecuencia de libros y hace poco hasta me regalaron uno, al cual correspondí con uno cortito, barato y excelente: La banda de los Sacco, de Camilleri.
            Lo importante no es dónde se está, sino qué se hace allí. El vínculo entre bares y literatura que se ha querido ver en el trabajo del CIS solo indica de qué se habla o no ante una cerveza, pero no implica una relación inversa: apuesto a que el archipresente mundo del fútbol, a diferencia del literario, no se siente muy afectado por tanta afluencia a los bares.
            Como lector y escritor (esto último suele granjearme fama de pintoresco quizá porque hay quien, al presentarme, aclara «escribe libros» con el tono con que advertiría «colecciona caracoles»), me gustaría que la literatura tuviera más presencia en más ámbitos. Pero no soy optimista. No es solo cuestión de un carajal educativo sin horizonte definido, sino de la sobreinformación sobre millares de temas absurdos, de la mercantilización y banalización de la literatura, que tanto daño se está haciendo a sí misma y, sobre todo, de que cuando unos padres quieren divertirse se van al bar y al volver no cuentan de qué han estado hablando, sino solo que han estado en el bar.
           Decía no hace mucho que para que un niño llegue a lector debe ver a sus padres reír, llorar, emocionarse y apasionarse con un libro. Los debe ver buscar tiempo para acabar una buena novela. Si de ellos solo sabe y ve que van al bar, eso es lo que los futuros no lectores «harán»: ir al bar. Una vez en ellos de algo hablarán, pero no de libros; es decir no hablarán de las emociones, pasiones, comportamientos y reflexiones que contienen. Para hacerlo, hay que salir de casa leído.

Por la comparación del principio, aquí tenéis la última «ronda» que he pagado. Cada uno cuesta menos que una copa, pero el puntillo puede durar toda la vida.

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