En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

jueves, 31 de octubre de 2013

Drácula – Bram Stoker



Aunque los escritores de novelas de terror se morirían de hambre conmigo, desde hace varios siglos he tenido a Drácula entre las lecturas pendientes, ¿porque quién no quiere conocer a alguien tan eminente? A fin de cuentas es un clásico, y quizá ningún otro personaje literario haya llegado a tener tanta presencia extraliteraria como el conde, si bien  muy ayudado por el cine.
Bram Stoker (1847-1912)
Claro que esa misma fama condiciona la lectura, el lector ya tiene una idea aproximada de lo que va a ocurrir, por más que las diferentes versiones cinematográficas estén más o menos alejadas del original. Por eso acaban llamando la atención detalles que no tienen mayor trascendencia, como que el proceso de “vampirización” no se produce por la “picadura” del malvado “no muerto” de turno, sino por las sucesivas agresiones que conducen poco a poco a la muerte; si en el cine basta un “asalto”, en la novela se precisan unos cuantos; el proceso se inicia con el primero, pero no culmina hasta la muerte por falta de sangre.
Drácula está escrita como una sucesión de diarios de diferentes personajes salpicados con algún que otro documento. Un diligente jovenzuelo inglés, al servicio de un intermediario de inmuebles, inicia la serie. Está de visita en Rumania para cerrar una operación. Los lugareños lo tienen por loco, habida cuenta de en qué andurriales pretende meterse: un castillo de lo más tenebroso donde es recibido por un anciano que se presenta como el conde Drácula. El conde pretende comprar una vieja mansión inglesa.
Pero ocurre que pronto el conde comienza a “alimentarse” a expensas de su invitado, el cual, además, tiene ocasión de comprobar la cantidad de cosas raras que suceden en torno a su cliente (todos los clásicos de la parafernalia vampiresca), hasta devenir en prisionero.
Drácula - Christopher Lee
Que logra salir con bien no es ningún secreto. Bastante alicaído y chuchurrido retorna a su casa, donde le espera la chica con la que se casa. Esta tiene una amiga que a su vez es pretendida por hasta tres caballeros, con uno de los cuales se compromete. De los dos desdeñados uno es un psiquiatra que trata en su residencia-manicomio a varios pacientes, entre ellos uno muy peculiar. La residencia linda, además, con la mansión que ha comprado el conde. Este médico conoce a otro, una eminencia extranjera, al que acude cuando  la mujer que le ha dado calabazas comienza a andar de lo más pachucha después de cierta excursión ocurrida después de una misteriosa tormenta con un no menos misterioso bajel de protagonista.
¿Y todo esto por qué? Porque el conde Drácula ha llegado, y con apetito. A partir de ese momento la historia transcurre primero en torno a la identificación del problema, ciertamente peliaguda por ser sobrenatural, y después aborda su resolución.
Si en la primera parte de la novela hay suspense, en la segunda hay misterio y en la última acción.
Drácula - Béla Lugosi
Pese a no estar acostumbrado a leer novelas de terror, me ha costado poco adoptar la perspectiva necesaria para meterme en la trama, porque la forma en que está redactada lo facilita.  Es también atractivo toparse a cada página con los orígenes de buena parte de la imaginería literaria y cinematográfica más conocida, al parecer elaborada por Bram Stoker a partir de diferentes leyendas y tradiciones. Y al mismo tiempo es una “novela del siglo XIX”, por su forma de expresarse, por el entorno social y los valores que en ella imperan. De hecho, es una de las grandes novelas decimonónicas, por más que se publicase ya en 1897. Si ha sobrevivido hasta ahora no ha sido solo por las docenas de películas basadas en la novela, sino porque posee la fuerza necesaria precisamente para que en los albores del cine Drácula se abriera rápidamente paso. Y hasta ahora.
Como “novela del XIX”, los personajes son redichos, están muy preocupados por la educación y justifican y explican con detalle cada una de sus acciones. Todo lo contrario a la moda actual de novelas escuetas que tratan de decir lo más con lo menos. Pero en Drácula no es el lector quien razona o quien siente. Son los personajes. El lector es mero testigo. En consecuencia los personajes se equivocan, son sesgados, y seguramente el lector no haría las mismas interpretaciones ni llegaría a las mismas conclusiones que ellos. Hoy se considera una forma de escritura periclitada (seguramente porque es muy difícil de hacer bien, y haciéndolo mal es un camino muy rápido al ridículo), pero yo la tengo en alta estima: un escritor puede hacer un relato con un hecho escueto, libre de toda valoración, como “Un segundo antes de quedar cojo para siempre, Alberto se escurrió de una higuera”, y dejar que el lector se dedique a imaginar para sufrir en su propias carnes el porrazo y sus consecuencias; quizá esa fórmula tenga más fuerza en el lector que las explicaciones que pudiera dar el autor, pero si una de las gracia de la escritura es abrir puertas para que el lector experimente sus propias sensaciones, otra es la capacidad del autor para transmitir las que él y solo él atribuye a ciertos hechos. Drácula, como buena novela decimonónica, pertenece a esta segunda categoría. El mérito no es que el lector experimente en su propio pellejo las sensaciones que producen los hechos, sino que llegue a comprender las sensaciones que experimentan otros.
Una gran novela, que hay que leer, porque es tan inmortal como su protagonista. Dentro de cien años, nosotros no estaremos aquí, pero el Drácula de Bram Stoker seguirá en este mundo.



                                         

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