Segunda novela de Márkaris con el teniente Kostas Jaritos
de protagonista. El marco, la Atenas de finales de los años 90, donde la idiosincrasia
griega, que tantos obstáculos, incomodidades e ineficacias pone ante Jaritos, no
habrá ahora lector que no la interprete a la luz del derrumbe económico de
Grecia. Una sociedad, en definitiva, solo preocupada por el ande yo caliente,
donde casi todos aspiran a ganarse el pan con el sudor de la frente ajena; unos
dentro de la ley, otros no tanto.
Por una
vez, el teniente está de vacaciones. En la pequeña isla donde ha ido a parar
viene un terremoto a amenizar la cosa. Amén de otros problemas, el seísmo provoca
un derrumbe que alumbra un cadáver relativamente “fresco”. Ante la falta de
medios de la isla, Jaritos se hace cargo de más cosas de las que debería.
Ya de
vuelta en Atenas, es asesinado un empresario dueño de diversos tugurios y un
buen restaurante. Un tipo al que, por una razón u otra, todos tienen miedo;
nadie admite saber nada de él, y desde las alturas hay interés en archivar el
caso cuanto antes. Seguramente es un tipo relacionado con la mafia. Seguramente
las mafias tocan alto. Lo cierto, en cualquier caso, es que también está relacionado
con el mundo del fútbol de tercera división. Y es el fútbol, precisamente lo
que acaba vinculando ambos crímenes. El complicado entorno del asesinado hace
que cualquier cosa sea posible, lo que permite al autor mantener la tensión
hasta el final.
La
investigación avanza sin prisa pero sin pausa, con errores creíbles que hacen
más verosímil la historia, alternando el meollo con las circunstancias
personales del teniente: su salud y, sobre todo, sus relaciones familiares. En este segundo ámbito se despliega el humor
de Márkaris: las manías, los temores y los prejuicios humanizan al personaje, dando
a toda la novela el sutil toque de humor que acompaña en todas las páginas al
relato de un teniente que habla en primera persona sin dejar de protestar por
cómo el mundo se alía en su contra. Y esa es la principal gracia de Jaritos:
que es un hombre mayor, de vuelta de todo, gruñón, con un coche que se cae a
pedazos, que viste de cualquier manera y es poco amigo de las manías… ajenas. En resumen, tiene el encanto de los personajes gruñones, más comododes que egoístas y, en el fondo, bondadosos.
El
humor, por último, también se manifiesta en las agudas reflexiones de Jaritos
sobre las intenciones y ambiciones de unos y otros, al hilo lo mismo de las
grandes decisiones que de las pequeñas. Esto, sin duda, es de lo mejorcito de
una novela que ya de por sí es muy buena.
Me ha gustado más que “Noticias de la noche”.
Para ir
terminando, una advertencia: mejor leer “Defensa
cerrada” cuando uno disponga de varios días por delante para acabarlo rápido: en
otro caso lo complicado de la trama de intereses y la abundancia de personajes con
apellidos griegos, puede provocar fallos de memoria.
Y ya,
para finalizar, un comentario a modo de anécdota: ni la portada de la primera edición
original (un pistolero abriendo fuego) ni la nueva portada de la edición de
bolsillo (con sinuosas siluetas femeninas y colores que apuntan a clubs de
alterne), tienen mucho que ver con el ambiente en que se desarrolla la novela. Mejor no guiarse por ellas.
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