Voy a comenzar por lo más evidente: no me gusta el título. Y no porque
recuerde a las novelas de bolsillo del oeste, sino porque resulta demasiado
duro para una novela en la que el protagonista, el comisario Proteo Laurenti,
sufre tribulaciones tan familiares y domésticas que la contundencia de
la trama mengua notablemente. Proteo acaba persiguiendo a los malos robando tiempo a los encuentros
y celebraciones familiares, y cuando uno anda dejando a su octogenaria madre
comiendo a dos carrillos para interrogar ahora a uno y luego a otro, tampoco
cabe esperar la épica que promete el título.
De la novela, tres cosas llaman la atención:
La primera, el protagonista: pocos “policías de novela” hay que vivan
con sus hijos y su esposa, ejerzan de padres de familia y anden con la parentela
por medio. En este caso, además, se produce un efecto que no me convence: hay
un completo desdoblamiento de entornos y la novela discurre, en realidad, en
dos mundos diferentes. Lo normal es que la vida personal del protagonista sea
un apoyo, una excusa para tomar aire, pero aquí se entremezcla demasiado, sin
aportar demasiado, y haciendo perder el hilo en algunas ocasiones.
La localización: Trieste. En Italia, pero a tiro de piedra de Croacia y
Eslovenia, conformando un escenario multinacional. Una ciudad, además, pequeña,
lo que da un toque “casero” a toda intervención policial.
Y, por último, la trama: no deja de ser original mezclar asuntos de
corrupción relativamente atípicos con temas de tráfico de personas.
Consecuencia, en realidad, de la convergencia de delincuentes polifacéticos.
Dicho esto, la novela me ha parecido bastante mejorable. He aquí los
motivos:
-Hay un intento de enlazar un crimen actual con un crimen pasado. Se
trata de una especie de “gancho” para seducir al lector muy utilizado (me estoy
acordando de Craig Russell), pero está mal trabajado y no consigue lo que se
propone. Primero porque el crimen antiguo no despierta demasiada curiosidad (la
única duda, y floja, es si fue un crimen o no), y porque la forma en que se
resuelve es un tanto traída por los pelos.
-El crimen presente con el que se abre la novela se cierra con un
decepcionante episodio donde el lector tiene la sensación de que le están
tomado el pelo: donde no acaban llegando los personajes, acaba llegando el
autor.
-El resto de misterios se desentrañan en base a suposiciones que el
autor viene a confirmar desde su posición “todopoderosa”, y, para colmo, hay
una escena final de acción muy poco solvente. Hasta algo ridícula (me refiero a
un “fallo” policial que ni el más tonto cometería, lo cual revela falta
de imaginación para dar salida a las cosas).
-Otro recurso típico, y más en la novela italiana, es el de tener a un
corrupto dentro. Pero aquí también es un recurso fallido. Y no descubro nada al
decirlo, porque cuando el asunto se plantea queda resuelto de inmediato: se
sabe qué y quién, y antes no se plantea el asunto. La única duda que incentiva
a lector es posterior, y afecta a la posibilidad de que haya más corruptos.
-Si bien Proteo y su entorno quedan razonablemente retratados, “los
malos” parecen de otro planeta. Son mucho más planos e intercambiables. Demasiado "robotizados".
En definitiva, una historia entretenida, pero que los personajes no
alcanzan a solucionar sin la intervención omnipresente del autor.
Y termino con un comentario que si no lo digo reviento: pocas portadas
he visto tan desafortunadas: entre el título y el predominio del gris, no
anuncia lo que hay, y encima acaba dando aire de funeral a una novela cuya
gracia es lo campechano del protagonista y su entorno. Una novela, eso sí,
manifiestamente mejorable.
Te recomiendo al comisario Brunetti, vive en Venezia, tiene mujer, dos hijos, suegro... su vida familiar aparece en cada novela, también la realidad cotidiana del país y la corrupción
ResponderEliminarGracias. Leí uno de Brunetti hace tiempo, pero no me acabó de convencer. Quizá deba volver a intentarlo.
Eliminar