Original
novela de intriga que no deja indiferente por el brutal contraste del tono
humorístico (que suena amargo) y los personajes más o menos raros, con el afán
de venganza que motiva la acción: la protagonista, una detective privada,
quiere localizar a quienes asesinaron a su esposo (Mosso en Barcelona) y a su
hija de corta edad.
Para
localizar a los asesinos, y aquí radica la originalidad, no tira de ningún
hilo, sino que parte de una noticia leída en una revista: entre cualesquiera
dos personas del mundo no hay más que media docena de “escalones”. Es decir,
entre quien lee esto y, por poner un ejemplo, Barack Obama, no se interponen más
de seis personas. Es posible, claro. Todo el mundo conoce a alguien que conoce
a no sé quién que conoce a otro que tiene un primo que una vez tuvo contacto,
pongamos, con el Rey, el cual conoce a Obama. Más complicado es, claro está,
que haya solo seis escalones entre perfectos desconocidos. En este caso, seis
escalones entre la detective y quien asesinó a su familia.
Pero
con esa idea (en boga últimamente gracias a las redes sociales), la
protagonista, en medio de una creciente miopía, al salir de la clínica donde ha
estado internada tras el trauma consigue trabajo de detective en una agencia
modesta, y se apresta a tratar seis casos, los que le lleguen, traten de lo que
traten y afecten a quien afecten, confiada en que a su fin habrá dado con los asesinos.
Esto
da ocasión a la autora de trenzar varias historias diferentes, que nada tienen que ver entre sí, al menos en apariencia, aprovechando que cada persona tiene su vida
pero ninguna es completamente independiente del resto. Así vemos al padre
preocupado por los despistes contables de su hijo, o el trabajador que se
ausenta del trabajo y que se cree heredero de la monarquía de Hawaii.
Si
al final se cumple lo de los seis escalones, que lo juzgue el lector. Para mí
es lo de menos en una novela cuyo planteamiento es tan original como
inquietante la mezcla de humor y tragedia.
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