Que Javier Marías era un magnífico escritor lo escuchaba continuamente en boca de amigos que son también grandes lectores. Las tres obras suyas que he leído me permiten sumarme a su opinión y tener la voluntad de leer el resto. Pero si en algo me parece un maestro es en poner título a sus obras.
«Cuando fui mortal».
Qué evocador, ¿eh?
Luego, uno lee el relato que da título a esta recopilación y piensa que muchos lo hubieran titulado algo así como «Memorias de un fantasma» o «Ser y no ser, esta es la cuestión», que lo mismo anuncian un drama que un chiste.
Ni lo uno ni lo otro. Los doce relatos que componen este volumen se mueven en escenarios sosegados y escorados al vacío, a la decepción, a la impotencia ante la ignorancia última del ser humano y a la triste resignación ante lo inevitable, que es mucho más de lo que suponemos, porque los pequeños detalles son reveladores y, si nos fijamos en ellos, tienen la crueldad de explicarnos aspectos definitivos.
Esto, en cuanto al ambiente mental de los relatos, si puede decirse así.
El social (que sospecho similar al de otras obras de Marías y remedo de aquel en el que él mismo se movía) es distinguido y sin estridencias. Lo primero porque todo ocurre siempre en ciudades literarias, en buenas viviendas de buenos barrios, donde los personajes se codean con personas maduras, pero aun jóvenes, cultas, cosmopolitas y con cierto mundo a sus espaldas. Y sin estridencias, porque a nadie le falta dinero para vivir bien y con cierto lujo (o la ocasión de vivir así como si lo tuviera) pero ninguno es rico.
El libro comienza con un prólogo del autor en el que cuenta, explicatio non petita, accusatio manfesta, que los relatos son dignos pese a ser mercenarios. Esto es, escritos por encargo. Así, los que no tenían un límite por razón de la temática o de los lugares que debían salir, lo tenían por la extensión o por cualquier otro motivo. Alguno, eso sí, fue ampliado para su inclusión en este volumen. Queda claro que el encargo no era para Marías el modo de hacer óptimo. No estoy muy de acuerdo con él: el reto de adaptarte a lo que quiera que haya pasado por una mollera ajena es mucho mayor que hacer lo que te da la gana y, además, te da una razón par dejar de rascarte la panza y ponerte a trabajar. Las obras por encargo no son necesariamente mejores o peores que las libres, pero sí permiten, seguro, explorar facultades que de otro modo quedarían en barbecho.
Escritos entre 1991 y 1995, las extensiones varían desde las cinco o seis páginas a las alrededor de sesenta de «Sangre de lanza», una pequeña novela negra más original que realista y de complicada verosimilitud. Casi todos giran en torno a temores apuntados o misterios desvelados por caprichos del destino.
Un libro bien escrito, interesante, pero algo irregular, con relatos que merece la pena leer y otros prescindibles. La fecha de publicación, 1996, hace pensar que la razón de este volumen bien pudo ser pasar por caja, aprovechar el despegue de Marías hacia estrellato tras haber publicado los que han acabado siendo sus mejores títulos en los cuatro o cinco años inmediatamente anteriores. Es solo una elucubración, porque sobre este asunto en el prólogo no hay ni confesión ni asomo de excusatio non petita.

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