Novela parecida a la otra de este autor que he leído y reseñado, Manhattan nocturne, e igualmente buena.
Nueva York es protagonista de nuevo. Una ciudad tratada como una especie de animal mitológico, un ser que a todos devora, porque todos llegan a sus calles deseando prosperar, por lo que quienes no fracasan y sucumben a la frustración viven, apiñados en las zonas lujosas, presos de la obsesión por mantener y aumentar su estatus o del miedo a perderlo.
Nada nuevo. Son muchas las novelas neoyorquinas que cuentan algo parecido.
La diferencia, en el caso de Colin Harrison, es que la historia –en el fondo, una novela negra- se va construyendo ante los ojos del lector. Nada ha sucedido en la primera página. Y, en realidad, nada importante ocurre en las siguientes, pero poco a poco, detalle a detalle, se forma una bola de nieve que en cuanto el lector comienza a verla venir empieza, también, a preguntarse cómo diablos va a terminar el asunto. De este modo, viendo al mismo tiempo la creación del problema y su resolución, al lector se le ofrece un proceso completo que raras veces tiene ocasión de catar.
La historia está contada desde la perspectiva del protagonista, Paul Reeves, un abogado de inmigración lo bastante adinerado como para ser un privilegiado a los ojos de la mayoría y lo bastante poco adinerado como para ser un pringado a ojos de los privilegiados. Paul, que colecciona mapas antiguos de Nueva York, tiene una vecina joven y despampanante casada con un prometedor joven de origen iraní. El matrimonio nada en la abundancia. Un día la vecina, Jennifer, acompaña a Paul a la subasta de un mapa en Christie´s. Y allí, de pronto, se da el piro y…
Y seguid leyendo.
El pasado de los personajes salpica la novela a medida que va siendo necesario. La mezcla de acción y retrato es constante y está muy bien hilvanada. Es armónica, coherente, con un ritmo sostenido, y las situaciones provocan un interés intenso. La historia americana se mezcla con la iraní, las reflexiones sobre el devenir de la sociedad actual son pocas y breves pero agudas y certeras (de hecho, algunas predicciones casi pueden darse por cumplidas) y la prosa es correcta, sobria, sin ser exactamente elegante pero coqueteando con la elegancia.
Una buena novela negra, lo cual, en los tiempos que corren, es ya mucho decir.