Un emigrante español en Estados Unidos, profesor
universitario aspirante a una plaza fija, nos cuenta en primera persona que se
ha quedado retenido en el aeropuerto de Pittsburgh a causa de una nevada,
cuando se dirigía a Buenos Aires a hacer méritos en un congreso literario. Le agrada
la soledad y la busca, y le incomoda la presencia de otras personas, en especial
las que no respetan su soledad; pero también, de algún modo, es una persona
insegura, como si esa soledad fuera no solo elección sino también defensa, como
si la soledad, además, le hiciera consciente de sus limitaciones con los demás.
Mientras espera, comienza a darle palique otro español: un
tipo que recorre el mundo buscando hoteles para comprar, el cual le cuenta su
historia y, singularmente, la aventura sexual vivida en un otrora lujoso hotel
porteño devenido en templo de la decadencia. Al principio la conversación
forzosa –o más bien el soliloquio del desconocido- le resulta molesta al
protagonista, pero pronto se deja atrapar por ella.
¿Y qué le cuenta el extraño? Su vida y una aventura de apenas un par de
días con una mujer. Una aventura que no ha podido olvidar y que ha marcado su
vida para siempre, porque, como leí hace tiempo en la contraportada de
una novela famosa, a veces unas horas valen por toda una vida.
Esto es lo principal, lo que más se disfruta
por cómo es contado, por las observaciones del protagonista acerca de su
interlocutor, por sus reacciones ante él y ante su historia. No concluye aquí
la novela. Hay más: el protagonista llega a Buenos Aires, vive una experiencia
singular, extraña, que dota a lo sucedido hasta entonces de un sentido
diferente (y que permite coquetear con un género al que la novela hasta ese instante no
pertenecía), y concluye con su regreso a casa donde le espera una sorpresita
que sabrá quien lea esta breve y buena novela, y que termina de situar al
narrador en su justo término: más un pobre diablo que un triunfador.
Este giro al que me refiero es algo más que una forma de resolver la novela. Es situar la memoria de aquello a lo que una vez amamos intensamente -o nos sedujo intensamente- en un plano de irrealidad que lo dota de algo muy real: la permanencia y el modo en que, a través de ella, condiciona para siempre nuestra vida, pues, más que lo que hacemos, somos lo que recordamos.
Este giro al que me refiero es algo más que una forma de resolver la novela. Es situar la memoria de aquello a lo que una vez amamos intensamente -o nos sedujo intensamente- en un plano de irrealidad que lo dota de algo muy real: la permanencia y el modo en que, a través de ella, condiciona para siempre nuestra vida, pues, más que lo que hacemos, somos lo que recordamos.
Magníficamente escrita, en el tono introspectivo lógico
habida cuenta de que el tímido protagonista está haciendo una suerte de
confesión y reflexión, hay intercaladas numerosas expresiones en inglés para significar,
por una parte, la peculiar integración del personaje en su mundo de acogida y,
por otra, cierta conciencia de diferencia tanto en el mundo en el que vive como
respecto al mundo del que procede.
Una lectura breve y de calidad que reivindica, como hace
Muñoz Molina al principio, la excelencia y el prestigio de la novela corta.
A. Muñoz Molina es uno de los novelistas que más me gustan y esta reseña me ha abierto el deseo de dejarme envolver nuevamente en su narración. La última que leí fue "Viento de Luna" y me encantó ese tono con el que reconstruye el pasado. Gracias por publicar. Saludos
ResponderEliminarGracias a ti por comentar. A ver si leo esa obra.
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