Me da la sensación de que Craig Russell estaba ya un poco
cansado de Jan Fabel, porque los límites del personaje son evidentes (ya en “La
venganza de la Valquiria” aparecía como lo que no era al principio: experto en
asesinos en serie), y deseaba hacer algo distinto. Y lo ha hecho, sacándose de
la manga a un detective, Lennox, que no se sabe muy bien si es detective
privado o “husmeador” al servicio del peor postor (y no lo digo en términos
económicos). No obstante, es inevitable hacer ciertas comparaciones:
-La importancia del entorno, la ciudad como protagonista:
así como Hamburgo tiene un papel relevante en la serie de Fabel, Glasgow lo
tiene en esta primera novela de la “serie Lennox”.
-Sin el salvajismo de la violencia de las novelas de
Fabel, lo cierto es que en esta primera de Lennox abunda la truculencia. Se
sustituye, eso sí, el salvajismo refinado por el brutal, cuyas consecuencias,
sin embargo, no afectan menos al estómago.
-Como ocurre con Fabel, el pasado del protagonista
condiciona su presente. En este caso, los horrores vividos en la II Guerra
Mundial lo han traumatizado e insensibilizado a partes iguales. Se considera a
sí mismo un buen chico muerto en la guerra que alumbró la personalidad que en
ese momento tiene.
-Y, al igual que Fabel es un medio británico en Alemania,
Lennox es un canadiense en Escocia.
Como es la primera novela que leo de “Lennox”, no sé si
habrá más elemento comunes, como “malos” que se perpetúan de novela en novela,
pero no me extrañaría.
Ahora bien, también hay diferencias notables:
-La primera, obvia, la temporal: la acción transcurre en
los años cincuenta, lo que sin duda permite ciertas “licencias criminales” al
no estar tan desarrolladas las técnicas policiales. Si la minuciosidad de Fabel
y sus chicos es casi un espectáculo, aquí las cosas son mucho más chapuceras:
la policía no se entera, o no quiere hacerlo, y lo que no aporta el
conocimiento y la investigación, lo aporta la acción.
-Lennox es un caradura, un delincuente, y un tipo con
pocos escrúpulos. Exactamente lo contrario que el honestísimo Jab Fabel. Tiene
que ser cansadísimo escribir tanto sobre alguien con tan buenas intenciones y
con esa honradez a prueba de bomba (atómica).
-Si en las novelas de Fabel el humor apenas está
presente, no ocurre lo mismo con Lennox. Es un humor negro, de “tipo duro”
capaz de ironizar de su propia muerte cuando están a punto de levantarle la
tapa de los sesos. En consecuencia, es un humor poco realista, y que hace al
lector permanentemente consciente de estar ante una ficción. Además es un humor
poco elaborado, un tanto simple, con algunas comparaciones que, pretendiendo
pasar por ingeniosas, se quedan en simples frasecillas de gracioso vocacional.
No obstante, este humor tiene la constancia y la intensidad suficiente para dar
completamente un giro al tono que Russell emplea en la serie de Jan Fabel.
Dicho esto, ¿cuál es el argumento?
Lennox es un caballero que vive de alquiler en la segunda
planta de una casita alquilada por una atractiva y traumatizada viuda que
perdió a su marido en la II Guerra Mundial (y tan perdido, porque el cadáver se
lo debieron de pimplar los peces). Se dedica hacer averiguaciones varias al
servicio, fundamentalmente, de personajes que no se atreven a reclamar a la policía
que las haga, porque a menudo persiguen intereses ilícitos, o descubrirían
chanchullos previos. Lennox, además, vive razonablemente bien: sin nadar en la
abundancia, no le falta dinero, y hasta tiene coche (y deportivo) en una época en
que casi nadie lo tenía. Lo cual, por cierto, explica lo fácil que es aparcar
durante toda la novela.
Glasgow aparece como una ciudad sometida a las mafias, lo
cual creo que es una concesión al romanticismo del autor, que ha querido
enlazar con lo más clásico de la novela negra. Y ocurre que el pastel se lo
reparten entre tres “reyes” (así llamados, por cierto: “los Tres Reyes”, de
forma un tanto pomposa, y que en ocasiones suena algo ridícula): uno católico,
otro protestante y el otro judío. Los tres cortan el bacalao, y Lennox, en un
ejercicio de malabarismo laboral, trabaja indistintamente para los tres. Pero este
escenario no implica que la pequeña delincuencia no tenga sus aspiraciones. Y
dentro de ella están unos hermanitos gemelos de muy baja estofa, los pequeñoburgueses de la profesión. Uno de ellos es asesinado, y el otro recurre a Lennox es de suponer que
para esclarecer el crimen. Lennox no quiere saber nada del asunto, y acaba teniendo una
pelea con el hermanito vivo. Ocurre, sin embargo, que las cosas se complican:
empiezan a aparecer fiambres, y Lennox siempre está a un pelo de ser
considerado responsable de cada muerte. En paralelo, el último caso que ha
llevado (la desaparición y aparición de la esposa de un industrial) también
ocupa su tiempo (curioso que es el caballero) y, como es previsible, no será un
asunto tan independiente como parece.
La violencia late en cada página, pero no hay una
carnicería-festín final especialmente espectacular, porque, de hecho, al modo
en que también lo hace con Fabel, el autor lanza un anzuelo en la primera
página, describiendo la difícil situación en la que Lennox se encuentra al
final de la novela: con el costado hecho trizas, con una chica guapa hecha
papilla, un montón de dinero, y un tipo apuntándole.
El final, sin embargo, aun siendo más o menos peliculero,
tiene un grado de complejidad y originalidad apreciable. Y aunque algo se ve venir, pocos lectores
tendrán la paciencia de detenerse a imaginarlo, así que no deja de tener cierto
componente de sorpresa, que siempre se agradece en las novelas de intriga.
En resumen, una novela
que se lee rápido y bien, con mucho del Russell de Fabel, pero con más humor,
con un protagonista “malo”, y enlazando con la novela negra clásica: mafias con
sus capos y sus matones con apodos, un detective por protagonista… hasta
sombreros llevan los personajes. Imposible no pensar en el Chicago de los años
20.
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