En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

sábado, 24 de diciembre de 2022

Canción de Navidad - Charles Dickens

 



          Que a finales de 2021, a mis años, aún no hubiera leído nada de Charles Dickens era una buena noticia: significaba que hay más excelentes obras por leer que tiempo en la vida para hacerlo. Así que no hay excusa para desaprovecharlo. Planifiqué conocer alguna de las grandes obras de Dickens en vacaciones, aunque antes, a modo de aperitivo, leí Doctor Marigold. En verano, por fin, leí una de sus más largas y conocidas obras, Los papeles póstumos del Club Pickwick, pero, como no pude hacerlo en las mejores condiciones, me resarcí más tarde con Historia de dos ciudades. En resumen, que en agosto este ya era mi «año Dickens», ¿así que cómo no terminarlo con Canción de Navidad?

        Claro que una cosa es leer y disfrutar esta pequeña obra y otra reseñarla, porque, ¿quién no la conoce? Si no por haberla leído, sí por haber visto en cine o televisión varias de sus mil adaptaciones.

        Como todo el mundo, algunas he visto, pero me quedo con la lectura: con el cariño que el autor pone en el relato, con el modo en que transmite su deseo de bondad, con que en cada página palpita la ilusión de hacer de la Navidad un periodo mejor. Se diría que fue escrita como una especie de regalo navideño. Y menudo regalo, porque la escritura exige tiempo y el tiempo, como decía José Luis Sampedro, es vida.

        Hablo de todos esos buenos deseos porque hasta el protagonista, el avaro Ebenezer Scrooge, muestra desde el principio el talante necesario para mejorar. Es un tipo que de puro tacaño y avaricioso no se lleva bien ni con su sombra, pero con la mente lo bastante abierta como para ver al mirar. El argumento es conocido: a punto de llegar la Navidad, al usurero Scrooge se le aparece el fantasma de su antiguo socio anunciándole la llegada sucesiva de otros tres espíritus: los de las navidades pasadas, presentes y futuras. De la mano de cada uno de ellos Scrooge se reencuentra con su infancia y juventud, ve aquello del presente que de otro modo tendría vedado, comprende que los demás son más generosos y más felices y acaba viendo que el más rico del cementerio está en las mismas condiciones que el más pobre, razones más que suficientes para metamorfosearse de vejestorio inaguantable en abuelete gentil. Todo basado en la idea que siempre me transmitieron de niño en casa: es más feliz quien da que quien recibe. Y es cierto.

        Publicada cuando Dickens tenía solo treinta y un años, Canción de Navidad es un clásico que ha influido lo indecible. En la actualidad, con las librerías plagadas de novelas negras rezumantes de asesinatos truculentos detallados con obsesivo esmero, un texto como el de Canción de Navidad a muchos lectores les resultará moñas, pero quizá nos iría un poco mejor si todo el mundo fuera capaz de ponerse un poco moñas a la vez. Solo un ratito. Pero un ratito. Aunque solo sea para respirar.

        Un clásico corto, tan conocido por sus secuelas y adaptaciones que bien merece la pena leerlo para que no sean otros los que te lo cuenten.


lunes, 19 de diciembre de 2022

La Casa del Espíritu Dorado – Diane Wei Liang

 



(Trilogía negra de Pekín, 3)


La Trilogía negra de Pekín está formada por El ojo de jade, Mariposas para los muertos y La Casa del Espíritu Dorado. Leí El ojo de jade en muy mal momento: es la novela que llevaba entre manos cuando llegó el confinamiento en 2020, lo cual, con toda la incertidumbre personal y el carajal laboral al que hubo que hacer frente, hizo que no estuviera muy centrado en su lectura y que, en consecuencia, no me gustara mucho. Por este motivo, pensando que no había sido justo con la novela, decidí leer la segunda, Mariposas para los muertos, pero me encontré con que la apreciación de la primera sí había sido correcta, al menos desde mi punto de vista, pues no encontré nada que permitiera mejorar la experiencia. Y entonces, os preguntaréis, ¿por qué he sido tan tonto de leer la tercera? Pues porque, cuadriculado que es uno, siendo una trilogía me dio por terminarla un día en que no tenía nada claro qué otro libro comenzar.

No me arrepiento, porque aunque La Casa del Espíritu Dorado tampoco es un novelón, al menos sí es la mejor de las tres que forman la trilogía.

La autora ha decidido, esta vez, que las tribulaciones personajes de la protagonista y su familia deben quedar a un lado (lo que hace preguntarse por qué les dedicó tantas páginas en las novelas anteriores), logrando así que La Casa del Espíritu Dorado sea una novela autónoma más que el colofón de una trilogía (suena extraño decir algo así como mérito, pero así me lo parece en esta ocasión). Además, aunque la mayoría de los personajes siguen siendo planos es un acierto la inclusión del menos plano de todos: el inspector de policía que ya salió en la segunda novela. Pero, sobre todo, lo que se agradece es que la trama es algo más clara y trabajada que en las dos novelas precedentes, hasta el punto de que se puede seguir la acción con cierta lógica sin que las situaciones convenientes se epifanicen como por arte de magia.

Una acción que es, dicho sea de paso, un tanto facilona, porque otra vez cuántas cosas se arreglan con seguimientos que detectaría cualquier hijo de vecino.

Como ocurría en las dos primeras novelas, lo mejor es el trasfondo: el Pekín que no conocemos, donde ser detective privado es ilegal y donde el poder controla casi todo. La trama, pues bueno, no es para tirar cohetes: un abogado guapetón contrata a Mei, la protagonista, para investigar a un intermediario al que unos empresarios de fuera de Pekín han entregado ya mucho dinero –sin resultados- para la promoción de un producto -dejémoslo en «homeopático»- para curar «corazones rotos». No es el único que investiga al caballero, y el otro investigador aparece hecho fosfatina no se sabe muy bien si por los méritos del investigado o por los de sus contactos rusos, hecho que sirve –con poca gracia, dicho sea de paso- para que el poder interfiera sin llegar a ser más que una presencia.

El argumento discurre de un modo facilón, lo cual unido a lo ya dicho sobre los personajes hace que la novela no vaya a provocar, sospecho, grandes festejos entre sus lectores. Lo más interesante, repito, el trasfondo social, en el que no se profundiza demasiado pero en el que se pueden ver bastantes cosas interesantes y sorprendentes para los occidentales.




jueves, 15 de diciembre de 2022

Blanco nocturno – Ricardo Piglia

 


 

              Qué bonito es el título, ¿eh?

              Pues tampoco el contenido está mal, aunque admite dos lecturas. Una, superficial, limitada a seguir el argumento y la trama de esta peculiar novela negra, y otra, más profunda, que exige una lectura más lenta y atenta. Confieso que mi lectura ha estado más próxima a la primera que a la segunda, aunque ha sido el paso del tiempo (este libro lo leí hace unos meses) el que me ha hecho ver, poco a poco, que si lo sigo recordando de un modo entre misterioso e inquietante es porque se trata de un excelente libro.

              La novela comienza enfrentando lo nuevo-moderno-admirable al peligro de lo que, aferrado al pasado, no cambia. Enfrentamiento en el que siempre hay alguna víctima, porque lo viejo siempre resiste hasta que deja de hacerlo, y en el camino…

Años 70 del siglo XX. Tony Durán, un norteamericano nacido en Puerto Rico, se presenta en la Argentina profunda, donde llama la atención por su físico atlético, por el color de su piel, por su desenvoltura, por el misterio de qué ha ido a hacer allí y por la fama que le antecede: se dice que en un pasado cercano mantuvo un trío sexual y afectivo, en Estados Unidos, con las gemelas Belladona, hijas de una de las principales y más destacadas familias del lugar. O, más bien, en realidad, de «la» familia, pues descienden del fundador del pueblo, que apareció por allí para montar el ferrocarril y allí se quedó con un montón de tierras y todo el poder en sus manos.

              Tony es asesinado. Y en la investigación o amago de ella –desarrollada bajo la triple óptica del autor, del policía Croce y del periodista Renzi, trinidad que agrupa una sola y única mirada aunque desde tres miradores diferentes- van saliendo a la luz escenas de esa Argentina profunda, de las gemelas –especialmente de una de ellas, la más audaz y, en cierto sentido «Scarlett O´Hara»-, del hermano de ambas y sus sueños empresariales devenidos en desastre, y, en resumen, sale a la luz, poco a poco, la historia de una familia poderosa venida a menos como consecuencia del modo en que los intereses económicos se comen los unos a los otros: quien un día fue el cacique todopoderoso de un lugar, a medida que pasa el tiempo acaba sucumbiendo ante caciques o intereses que le superan, y las caídas suelen ser largas. Tan largas como la decrepitud, y tan angustiosas como largo el tiempo que pasan los buitres al acecho.

              Escrita con pulcritud, se lee muy bien, y creo que aún se leerá mejor si, volviendo al principio, uno se olvida de la trama y se dedica a admirar el paisaje y el paisanaje y a preguntarse el por qué de casi todo.

              Mirar. Esa es la clave. Es lo que debe hacer el lector y también lo que hacen los personajes. La realidad, incluyendo un asesinato, parece algo que les sucede a otros. Solo hay que sentarse y contemplarla pasar. Sin prisa. Con calma. Eso es así incluso cuando Croce o Renzi hacen movimientos, pues los realizan no como el partícipe en una acción sino como quien mueve ficha para a continuación retirarse y contemplar los efectos.

              Una muy buena lectura.

lunes, 12 de diciembre de 2022

El segador – Terry Pratchett

 


 

              No creo ni remotamente probable que Las intermitencias de la muerte (2005), de José Saramago, se inspirara en El Segador (1991), pero, aparte de que ambas reservan un papel al humor en sus páginas (si bien con una concepción y desarrollo muy distintos), las dos comparten como argumento una idea: ¿qué ocurre si la muerte deja de existir?

              La idea no es original, porque está en la esencia del ser humano, pero da mucho juego.

              Saramago comenzó aplicando la lógica a esa situación ilógica y acabó, a mi juicio, perdió un poco el rumbo, pues comenzó con algo cercano a la tragedia para acabar en algo parecido a la comedia. De Pratchett, por el contrario, sabemos que desde la primera a la última letra aspira a crear una obra humorística; lo consigue incluso, de forma mucho más ingeniosa que Saramago.

              La Muerte es, desde la publicación de Mort, uno de los personajes más logrados de Pratchett. La Muerte, para la que no existe ni el tiempo, ni los sentimientos, ni las emociones, ni la bondad, ni la maldad, ni la justicia, pero que, debido a su trato siempre correcto, educado y prudente, no hay diálogo en el que intervenga que no resulte tronchante.

              Que la Muerte deje de actuar no deja de ser algo así como «la muerte de la Muerte». Y por ahí andan los tiros, porque lo que recibe la Muerte es la noticia de que le ha sido adjudicado, como a cualquier bicho viviente, un «biómetro», esos relojitos de arena que en los mundos de Pratchett determinan el lapso temporal de cada existencia. Las consecuencias son dos: la Muerte deja de actuar, porque tiene otras cosas que hacer, y, además, se humaniza.

              La humanización lleva al protagonista a acabar trabajando en la granja de una viuda algo tacaña. Lo que mejor se le da a la Muerte, obviamente, es segar. ¡Anda que no maneja bien la guadaña! El entorno y las características del personaje originan no pocas escenas divertidas. El nuevo destino de la Muerte permite al autor hacer numerosas reflexiones (siempre divertidas, pero no superficiales) sobre el sentido de la vida y el por qué, sabiendo que nuestro tiempos es limitado, hacemos las cosas que hacemos. Y, por otra parte, para desarrollar el conjunto de la historia Pratchett circunscribe la ausencia de muerte a dos situaciones concretas (a diferencia de esa otra novela de Saramago). La primera, la «no muerte» de alguien concreto: Windle Poons, un mago que acaba de «no fallecer» a la edad de 130 años; sobre este personaje Pratchett aplica la lógica (del Mundodisco) a lo ilógico del planteamiento, como posteriormente haría Saramago, pero mientras que este basó su novela en extender esa idea a todo lo vivo, Pratchett voluntariamente se olvida del efecto de la ausencia de muerte -salvo en el caso de Windle Poons-, se olvida de los «no fallecidos» en el resto del mundo salvo (y esa es la segunda situación) para crear una distorsión en el devenir del Mundodisco debida no a la falta de muerte sino al «exceso de vida» cuyas originales consecuencias verá quien lea la historia.

              Una novela buena, ágil, entretenida, y que permite a los lectores reencontrarse con la Muerte. Quién iba a decir que algo así haría ilusión, ¿eh?



jueves, 8 de diciembre de 2022

El curso de las cosas – Andrea Camilleri

 


          El curso de las cosas es la primera novela que publicó Andrea Camilleri y que, como él mismo confiesa en el apéndice final, bien pudo ser la última, porque las peripecias de su publicación lo hicieron estar un montón de años sin escribir. ¡Menos mal que al final pudo ver la luz, aunque no en ninguna de las formas sucesivamente previstas!

          La novela, breve y de lectura fácil, fue publicada en España hace ya bastantes años, ha estado descatalogada casi desde entonces y acaba de ser reeditada ahora, en bolsillo, aprovechando el tirón del fin de la saga de Montalbano.

          El curso de las cosas es una novela corta, clara, bien escrita y de calidad, aunque puede defraudar las expectativas de los forofos de Camilleri porque -¿intencionadamente o fruto de que aún andaba buscando su estilo?- el tono no es exactamente el que ha dado tanta buena fama a las novelas «históricas» de Vigàta: tiene todo, menos el deje humorístico tan vinculado al cariño del autor a los personajes, que en esta ocasión no aparece quizá porque Camilleri –cosas de ser novato- no acabó de encontrarse a sí mismo. O sí, y esto es lo que quiso hacer. A saber. Tampoco recuerdo que aparezca mencionada Vigàta, aunque el escenario es reconocible. Lo único cierto es que si alguien tiene la expectativa que he señalado, no la satisfará.

          Lo que sí es muy propio del autor es el entorno de la trama: gente normal, perdedores o casi perdedores que se ven en una situación injusta a causa de su vulnerabilidad y de la falta de escrúpulos del poderoso. En este caso el protagonista, Vito, es un hombre joven que tiene una granja de gallinas, que vive en una vivienda cochambrosa porque no tiene para más, con una vecina de la que no sabe mucho, y que se acuesta regularmente con una mujer casada que tampoco le hace ascos a medio pueblo. Lo que le sucede al pobre Vito es que, un buen día, se sabe diana de la mafia y, lo que es peor, ignora el motivo.

          La angustia de poder morir en cualquier momento se mezcla con la inquietud por si será capaz o no averiguar el error que han cometido los mafiosos para sacarlos de él, y, también, con la inquietud por si ha hecho algo que no debería, aunque no se le ocurra qué. La mafia, además, habla a través de sus actos, e interpretarlos no siempre es sencillo; si encima interfiere el policía que anda investigando el asesinato de un pastor, las cosas se complican demasiado para Vito, hasta llegar a pensar que la realidad se corresponde con la más habitual tapadera de los crímenes mafiosos: el crimen pasional derivado de un ataque de cuernos.

Al final, como tantas veces ocurre en la vida, la explicación de todo está en los detalles. ¡Cuántas grandes cosas, buenas o malas, no ha provocado un detalle! ¿Cuál? Lo sabrá quien lea la historia.

          


martes, 6 de diciembre de 2022

Una lista de libros

 



Aquí tienen ustedes quince… iba a decir «tremendos novelones», pero dejémoslo en quince lecturas, de entre las reseñadas este año en el blog, cuya calidad me ha hecho disfrutar especialmente.


O catorce ideas para leer o regalar, ordenadas alfabéticamente por autor:


 

Fahrenheit 451, de Ray Bradbury

Mi idolatrado hijo Sisí, de Miguel Delibes

Historia de dos ciudades, de Charles Dickens

Los papeles póstumos del Club Pickwick, de Charles Dickens

Las aventuras del valeroso soldado Schwejk, de Jaroslav Hasek

¡Espérame en Siberia, vida mía!, de Enrique Jardiel Poncela

La llamada de la selva, de Jack London

Si te dicen que caí, de Juan Marsé

Carreteras secundarias, de Ignacio Martínez de Pisón

Violación. Una historia de amor, de Joyce Carol Oates

Como polvo en el viento, de Leonardo Padura

El túnel, de Ernesto Sábato

El Tercer País, de Karina Sainz Borgo

El día de la lechuza, de Leonardo Sciascia

La Casa de Dios, de Samuel Shem

lunes, 5 de diciembre de 2022

El último caso de Philip Trent – E. C. Bentley

 


El primer caso de Philip Trent que he leído ha sido El último caso de Philip Trent, juego de palabras con el que solo quiero decir que hay algún libro más con el mismo protagonista, aunque por lo que he husmeado no todos han sido traducidos.

La publicidad del libro pone en boca de Agatha Christie que se trata de «Una de las tres mejores novelas de detectives jamás escritas»¸ y en la de Fernando Savater y Dorothy L. Sayers que es una obra maestra. Lo cierto es que, publicada en 1913, lleva ya 109 años dando guerra. Algo querrá decir.

No sé si es cosa del autor o de la traducción, pero a mí me ha gustado mucho más la trama, por lo original, retorcida y compleja, que el modo de contarla (algo deslavazado): Un magnate norteamericano aparece muerto de un disparo en el exterior de su casa en la campiña inglesa. Philip Trent es un pintor joven y desenvuelto que ha alcanzado cierta fama como detective capaz de triunfar donde la policía ya no alcanza, por lo que es reclamado para meter la nariz en el asunto. A partir de ahí nos topamos con una novela negra de salón, donde las circunstancias y los pocos datos existentes solo toman sentido cuando los interpreta alguien muy lúcido, como es el caso de Trent.

Buena parte de la novela sirve para mostrar al lector el planteamiento de la situación, para que conozca a los personajes, pueda hacer sus propias elucubraciones acerca de la viuda, el personal, los amigos… y establecer sus propias sospechas, como una especie de acertijo en el que el protagonista se limita a ir moviendo las fichas más lógicas hasta llegar a un movimiento tras el que el lector y él pueden decir con cierta frustración: «Y ahora, ¿qué?».

La respuesta es el desenlace.

Lo mejor, como digo, es la trama y su originalidad. Si casi siempre la pregunta es el «quién», aquí no se puede saber sin el «por qué», y las respuestas a las dos cuestiones son tan asombrosas que bien merece la pena leer esta novela, cuyo final hace reflexionar, con cierto espanto, sobre el orgullo.

Al parecer, la novela y Philip Trent nacieron impulsados por el deseo de dar en las narices a Sherlock Holmes, el personaje de Conan Doyle cuya infalibilidad debió de poner de los nervios a Edmund Clarihew Bentley. Con esta obra Bentley quiso demostrar que es posible crear tramas brillantes con desenlaces audaces e inesperados usando un personaje que no solo mete la pata, sino que es capaz de tomarse a broma sus errores y de resignarse ante sus fracasos.




jueves, 1 de diciembre de 2022

Tres hombres en una barca (por no mencionar al perro) – Jerome K. Jerome

 


Coged Google maps, remontad el Támesis desde Londres y veréis que en muchos trechos hay tantas pequeñas barcas navegando o amarradas a la orilla que más que un río parece un canal urbano, aunque en realidad esté rodeado de verde campiña salpimentada con casitas. También podréis ver las numerosas exclusas que permiten la navegación. No es cosa reciente: Jerome K. Jerome (1859-1927) escribió Tres hombres en una barca en 1889, obra en la que narra los días de asueto que tres amigos (y un perro) dedican a remontar el río desde Kingston a Oxford solo para pasar el rato.

¿En qué consiste la novela? Pues en eso, ni más ni menos. Los amigos cogen el bote y comienzan a pasar las horas. Deben remar, remolcar, pasar exclusas, desayunar, comer, cenar, dormir… Paran aquí, paran allá. Duermen al raso, a cubierto… Y allá donde se detienen conocen a alguien más o menos pintoresco o más o menos gruñón que unas veces los torea y otras es toreado. Las diversiones son las que ofrecen las personas con las que se topan y las dificultades que ofrece el trayecto, y como son jóvenes y con buen humor tienen también una sesera bastante osada, lo que hace de esta novela un relato humorístico y agradable en el que lo mejor que pasa es que no pasa nada, aparte de las  correrías de los protagonistas, enfrentados a unos problemas que son problemillas porque solucionarlos es tan sencillo como mandar a paseo el paseo. En resumen, el lector acaba disfrutando del viaje y de la juventud casi como un pasajero más. Y, de hecho, la novela termina como terminan tantos viajes, con un «hasta aquí hemos llegado; vámonos  a casa que ya estoy cansado»

Narrada en primera persona por uno de los «marinos», este personaje se dirige al lector en tono desenfadado y poniendo en boca propia y del resto una grandilocuencia impostada que no engaña al lector, contribuyendo al efecto burlesco. Algo parecido puede decirse del lenguaje utilizado para describir los paisajes: a medio camino entre lo bucólico y lo romántico. Este tono es clave en la concepción del humor de la novela, y contrasta con las penurias, torpezas, fallos y comportamientos chuscos a los que constantemente deben hacer frente. Dice la contraportada que Tres hombres en una barca fue señalada por The Guardian como una de las mejores cien novelas de todos los tiempos (mucho me parece a mí, y ya sabemos que estas listas son bastante tontas), que la revista Esquire la seleccionó como una de las tres novelas más divertidas de todos los tiempos (cosa que no comparto ni loco) y que  desde su publicación ha vendido más de cincuenta millones de ejemplares, lo cual no está nada mal y habrá puesto muy contentos a los herederos del autor. No sé si esta novela es para tanto, pero sí lo es para haber sobrevivido más de 130 años. 

          Merece la pena leerla y, como he dicho antes, disfrutar del viaje y, sobre todo, de la juventud.



lunes, 28 de noviembre de 2022

No me acuerdo de nada - Nora Ephron

 



        Nora Ephron no se acuerda de nada y yo, como he tardado algo de tiempo en escribir esta reseña, tampoco.

               O al menos, no recuerdo mucho, lo cual no habla del todo bien de este libro, cuya voz suena a venerable ancianita de vuelta de todo, que, con tierna inocencia, nos habla de cosas como la importancia de tostar bien las galletas en el horno, aspecto crucial de la existencia frente al que deben ceder todos los dilemas existenciales de cada hijo de vecino.

        Confieso, eso sí, que ese tono de viejecita amable y un punto ingenua que ya solo da importancia a las cosas triviales haciendo de ellas el centro de la existencia lo he sufrido ya tantas veces -quizá más en el cine que en la literatura- que me pone un poco de los higadillos.

          Se trata de una obra que deja mejor sabor en el momento de leerla que en el de recordarla, y cuyos no sé cuántos capítulos -cada uno una breve reflexión, un breve recuerdo- giran en torno a la idea de que en la vida lo importante no es qué somos profesionalmente, ni qué hacemos, ni dónde vamos, ni qué tenemos, sino quiénes somos: si somos buenos o malos, amables o desagradables, egoístas o generosos.

        No me acuerdo de nada es una obra tan breve que se lee rápido. Una secuencia de confesiones o reflexiones que tienen como elemento común -aparte de lo ya dicho- la vejez y el modo en que afecta a la visión de las cosas. La conclusión, por si alguien no lo sabía ya desde el principio, es que lo que hoy nos parece importantísimo mañana nos parece una estupidez o, directamente, lo hemos olvidado; que el último refugio es la intimidad de las pequeñas cosas y que, a fin de cuentas, morirse no es una cosa agradable pero tampoco tiene por qué ser un drama. Y si lo ha de ser, móntalo el día en que la palmes, y no te estropees los anteriores. Y eso: lo importante es quién se ha sido en el plano personal. Todo esto, claro, mezclado con los recuerdos -los que recuerda y los que no- de alguien que ha tenido una vida intensa, que ha trabajado para medios importantes y se ha codeado con gente famosa y poderosa; en el fondo, son los chismes el principal aliciente, más que las ideas.

        Un libro formalmente correcto pero no especialmente inspirado. Un libro para pasar el rato.


jueves, 24 de noviembre de 2022

Un marido de ida y vuelta - Enrique Jardiel Poncela

 

«Lo que le ocurrió a Pepe después de muerto» era el título original de esta obra de teatro, pero la prudencia aconsejó cambiarlo porque su estreno en Madrid se produjo en el otoño de 1939, con muchos muertos recientes y muchos otros que seguían muriendo en las ejecuciones que siguieron a la Guerra Civil, muertos, unos y otros, a los que les ocurrían muchas cosas y ninguna buena: desde la ignominia programada hasta la desaparición de sus restos. 

Un marido de ida y vuelta se cuenta entre las obras de Jardiel que él mismo calificó como «sin corazón» y que encumbró –modestia aparte- como perfectas por haber seguido exclusivamente el dictado de su apetencia al estar ya consagrado y no tener que hacer méritos ante el público dándole lo que el público estaba acostumbrado a recibir del teatro español de la época.

          La obra cuenta la historia de Pepe, que, vaya por Dios, se muere mientras preparan una fiesta de disfraces y, por eso, se muere vestido de torero. La consecuencia es que con tan distinguido atuendo se ve obligado a deambular por ahí su fantasma.

          Pero Pepe, en vida, había pedido a su amigo Paco que, en el caso de que Pepe dejara viuda a Leticia, Paco no se casara con ella. 

          Con la idiosincrasia propia de los personajes femeninos de Jardiel, ¿qué quiso hacer Leticia en cuanto quedó viuda y se enteró de esa petición? Pues casarse con Paco, porque nada hay tan atractivo como lo prohibido.

          Las cosas no son fáciles, sin embargo. Primero, porque Leticia a quien quería era a Pepe y si lo sustituye por Paco es por haber tenido Pepe el mal gusto de haberse muerto. Y, segundo, porque Pepe, devenido en fantasma, sigue enamorado de Leticia. ¿Y el pobre Paco? Lo sabrá quien lea (o, mejor, vea, la obra).

          La profusión de situaciones equívocas, absurdas, disparatas y el uso de hilos argumentales que juegan con el doble sentido de las palabras da a la obra una agilidad tremenda y un interés sostenido. Además, Jardiel logra suscitar una permanente expectación, porque cuando los fantasmas aparecen en escena las reglas de la lógica quedan abolidas y el público ya no sabe qué puede esperar a cada frase.

          Una obra divertida, brillante, con la que si el espectador quiere puede reflexionar sobre el concepto de lealtad, que, para Jardiel, a menudo parece mucho más importante que el amor, sentimiento este último al que sometió a no pocas chanzas y sátiras.


lunes, 21 de noviembre de 2022

Historia de dos ciudades – Charles Dickens

 



Cada verano procuro leer un clásico largo, que para eso está el tiempo. Este año elegí Los papeles póstumos del Club Pickwick, pero acabé leyéndolo en momento, lugar y modo no previstos y por eso me dio por leer unas semanas después, ya en otra situación, Historia de dos ciudades, que además no es una obra especialmente larga.

Historia de dos ciudades es en realidad la historia del médico francés Alejandro Manette, de su hija, de un alto empleado de banca inglés y, sobre todo, la de un joven llamado Charles Darnay.

El médico, tras pasar dieciocho años encerrado en la Bastilla ha sido rescatado por el banquero, y así es como ha sabido que tiene una hija y la ha conocido. Ya en Inglaterra, la muchacha se vuelca en el cuidado de su padre, que ha retornado al mundo de los vivos no muy sano mentalmente, aunque poco a poco se va recuperando. Pero, claro, que ella disfrute tanto cuidándolo no la hace inmune al deseo de amar, y aquí aparece Charles Darnay, un dechado de virtudes con un único problemilla: es un noble francés descendiente de aquellos que enchironaron al médico, pero un noble peculiar, porque ha renunciado a sus orígenes y se gana la vida como puede.

La novela, publicada en entregas cuando Dickens tenía 47 años, y que figura entre las más famosas, tiene dos partes (no formalmente diferenciadas). La primera transcurre sobre todo en Inglaterra, y en ella la novela me ha parecido algo insulsa, porque apenas pasa nada más allá de la presentación de los personajes, todos unos tipos de lo más bonachones y estupendos, y donde todo parece de color de rosa; y la segunda, parte donde Charles Darnay vuelve a Francia movido por un noble impulso y se encuentra allí con que la racionalidad ha sido sustituida por algo muy parecido al horror; esta segunda parte es una secuencia de penalidades y desdichas que amenazan la justa felicidad de esos pobres diablos y de la que está por ver si pueden escapar y cómo; ahí radica la trama y el interés de la novela, aparte, claro está, de que es el fondo de la misma, el decorado tras los personajes, el marco histórico y la crudeza con que se narran algunas cosas lo que permite que Historia de dos ciudades sea lo que es: un clasicazo.

          Concluyo con un cotilleo: una voz más autorizada que la mía me advirtió que Los papeles póstumos del Club Pickwick era un tostonazo y que Historia de dos ciudades era una maravilla. Bueno, pues qué le vamos a hacer, pero, habiéndome gustado las dos, he disfrutado más leyendo la primera.



jueves, 17 de noviembre de 2022

Retrato de un hombre inmaduro – Luis Landero

 



¿Qué es la madurez? 

Leyendo este libro, que habla de ella por omisión, se diría que es la asunción del papel que te corresponde en todas y cada una de las facetas de la vida. Es decir, admitir que eres quien eres; admitir que eres la mierdecilla que eres porque, hagas lo que hagas, solo eres un ser humano más, una molécula más en la historia del universo; un ser completamente prescindible para todos y quizá incluso hasta para ti mismo. Así que, ¿qué es la inmadurez? Creer que eres algo distinto o, como le ocurre al narrador y protagonista de esta historia, creer que puedes llegar a serlo.

Quien más y quien menos todos somos inmaduros, porque quien más y quien menos tiene mejor o peor opinión de sí mismo de lo que la tienen los demás; juicio, el ajeno, que es el que determina nuestro papel real en la sociedad aunque luego cada uno crea otra cosa. La peculiaridad del protagonista de esta inteligente y divertida historia es que su inmadurez va más allá del pensamiento y de las pequeñas acciones o manías conexas; de modo esporádico se manifiesta en excentricidades y extravagancias, y, en otras ocasiones, en no tener ni idea de qué hacer ante una realidad concreta. Es lo que tiene no saber cuál es tu papel.

Contado en primera persona por un narrador que se dirige al lector tratándole de usted, Retrato de un hombre inmaduro es una obra lúcida porque a través de los pensamientos hechos texto del protagonista se muestra la perplejidad del hombre ante la realidad y el permanente sueño de escapar de ella y sus limitaciones. Es también una obra divertida, porque, aunque tiene el poso de amargura derivada de la impotencia para encontrarse a sí mismo, las anécdotas que le ocurren al personaje son creíbles y risibles. Y, por último, tiene mucho mérito armar este muestrario que traslada una idea muy concreta de la desorientación humana sin que haya nada parecido a una trama o un argumento, porque lo que cuenta Retrato de un hombre inmaduro es una secuencia de recuerdos más o menos sin orden ni concierto con el único nexo en común de su protagonista y de sus relaciones, siempre complicadas, con el mundo. 

Una magnífica manera de exponer la desorientación del ser humano y de llegar a la conclusión de que si alguien no se siente desorientado ante la vida es, seguramente, porque ha renunciado a contemplar alguna parte de ésta; es decir, porque está completamente equivocado.

          Quizá, incluso, es que la madurez no existe.




lunes, 14 de noviembre de 2022

La llama de Focea – Lorenzo Silva

 



Cuando un personaje alcanza la proyección de Rubén Bevilacqua se abre la oportunidad, que Lorenzo Silva ya aprovechó en la anterior novela de la saga, de dar a conocer el pasado de alguien que (cómo dudarlo con tantas novelas de éxito detrás) interesa a los lectores.

Si en El mal de Corcira supimos de las andanzas de Bevilacqua en el País Vasco en sus inicios en la Benemérita, en La llama de Focea sus recuerdos se remontan a su pasado inmediatamente posterior, con el traslado a Barcelona. La técnica en ambos casos es similar: el delito sobre el que Bevilacqua debe trabajar –un presente que transcurre a comienzos del otoño de 2019, cuando está a punto de conocerse la sentencia del procés– trae a su cabeza –viajes mediante- los recuerdos de aquella otras época, en la Barcelona  de finales del siglo XX, conflictivos en lo personal y en lo laboral; de esto último algo supimos ya en una novela muy anterior, La marca del meridiano, por lo que es lo personal lo más llamativo en esta ocasión. La descripción de los sentimientos que produce la infidelidad en quien traiciona a su pareja me ha parecido especialmente lograda. Y el detalle de un par de epifanizaciones ante un antiguo «amor imposible» tras muchos años de incomunicación también tiene su puntito para reflexionar sobre madurez e inmadurez y sobre las películas que cada cual se monta con su pasado cuando se ve perdido en su futuro.

La llama de Focea comienza con el asesinato, en el Camino de Santiago, de una joven que resulta ser hija de un corrupto barcelonés devenido independentista y con contactos de lo más dudosos, que lo mismo pueden servir –duda todo el mundo, incluido el lector- para llenarle el bolsillo que para alborotar el cotarro político y callejero.

Como es marca de la casa, la investigación tiene un elevado tono realista en la que los tiempos los determinan los procedimientos periciales, y entretanto los días son aprovechados por Bevilacqua, Chamorro y compañía para recabar las pruebas testificales. La investigación suele seguir un camino lógico que conduce a unas conclusiones lógicas (y poco sorprendentes, porque pronto se ha identificado el rumbo), pero Silva ha tenido la capacidad de mantener la sorpresa no jugando con los procedimientos policiales –que mantienen su halo de realismo- sino complicando la realidad que esos procedimientos investigan, lo cual provoca unos giros finales sorprendentes y que se agradecen, a pesar de la no tan realista entrevista final entre el protagonista y cierto señor que conocerá quien lea la novela (sobre esto me pregunto si no volveremos a saber de este caballero en el futuro).

El crimen se comete en el Camino de Santiago, pero la protagonista es Barcelona. Me ha parecido estupendo, porque una ciudad es más evocadora a los propósitos que se persiguen. Uno de ellos, no menor, es abordar un tema que ahora está bastante chuchurrido en comparación con hace un lustro (y más tras ser aplastado por la pandemia) pero entonces provocó una tensión social sin precedentes en la democracia: el procés; esa cosa que nadie sensato creía posible, defendible ni deseable, pero que, ante el silencio de la sensatez, acabó siendo creíble para cientos de miles de personas que con tanta fe como ausencia de razonamiento creyeron también que las reglas democráticas se pueden modificar e improvisar «a instancia y en interés de parte». El caso es que en medio de una conmoción social desconocida al menos por dos generaciones se declaró la independencia, y quien había promovido y liderado el chusco camino que condujo al desaguisado, en lugar de tomar ni una sola disposición al respeto tras la declaración, en lugar de lanzar arengas solemnes y emotivas, en lugar de hacer llamamientos a unos y otros para intentar allanar el camino a la prometida nueva realidad, en lugar de intentar ser uno de esos líderes cuyas futuras estatuas los representan mirando al horizonte donde se vislumbran sueños e ideales, en lugar de todo eso, digo, el hombre se largó a tomar vinos por su ciudad para a continuación, y sin solución de continuidad, poner pies en polvorosa por si las moscas. Trágico y sin épica. Berlanguiano. Quiso el aprendiz de brujo parir una tormenta de truenos y, cuando toda la sociedad se disponía a afrontar el temporal, el héroe se tiró un solemne pedo. Tras el cual, en lugar de llorar de impotencia, se fue de copas con una sonrisa de a oreja a oreja, como si no hubiera esperado otra cosa de sus conjuros. Y adiós. En cualquier caso, sea como sea, aquellos meses fueron un desastre para toda la sociedad española. Sigue habiendo cafres en todos los frentes, pero quiero pensar que unos cuantos han abandonado sus posicionamientos radicales al haber advertido que la democracia no es un sistema para que quien tiene la mitad más uno de los votos haga lo que le dé la gana, sino un mecanismo para garantizar la convivencia entre quienes tienen ideas y pretensiones distintas e incluso incompatibles. La democracia no tiene por principal objeto dar satisfacción a sueños ideológicos, sino permitir la convivencia. Silva deseaba meterse en este jardín, como en la novela anterior lo hizo con el tema de ETA, y lo ha hecho poniendo en boca de su personaje una serie de reflexiones a mi juicio bastante sensatas que apelan al sentido común y, sobre todo, a la necesidad de informarse, de conocer bien el pasado, de conocerse a uno mismo y de conocer al otro. Difícil es la convivencia cuando nadie se molesta en conocer las razones de nadie. Ni siquiera las propias.




jueves, 10 de noviembre de 2022

Como polvo en el viento – Leonardo Padura

 


Hasta ahora solo había leído una novela de Leonardo Padura, Pasado perfecto, que no me había chiflado. Como polvo en el viento, en cambio, me ha parecido muy, muy buena.

Quiero destacar varias cosas sobre ella:

La primera, la trama. Yendo y viniendo en el tiempo se logra aclarar, por supuesto solo al final, los dos misterios que dinamitaron el clan que unos jóvenes cubanos habían formado en La Habana con centro en la peculiar casa de una de las mujeres que lo formaban. Gente normal, corriente y moliente que un buen día, el día que puso fin al clan tal, se enfrentaron a dos misterios: a la muerte de uno y a la desaparición de otra.

El lector, eso sí, siempre sabe más que los personajes. Desde el principio sabe, por ejemplo, que la desaparecida no se disolvió en el aire. Sabe qué ha sido de ella. Pero no sabe por qué desapareció. Los motivos de este personaje y si las verdaderas causas de la muerte coinciden o no con las oficiales son el leitmotiv de la novela. Además es original el planteamiento: nadie investiga nada, pero todos tienen sus recuerdos y secretos; recuerdos incompletos y fragmentados que componen un puzzle que solo puede completarse poniendo esos recuerdos en común y desvelando lo que siempre ha estadocallado. Y así avanza la novela: recomponiendo la memoria colectiva con los recuerdos y los secretos de cada cual.

La segunda, que el esclarecimiento de los hechos y la vida cotidiana se ven dificultados hasta el extremo como consecuencia de la dictadura cubana y, en particular, por la penuria de finales de los 90 motivada por la caída del muro y el cese del apoyo material de la Unión Soviética. Leonardo Padura relata las miserias del régimen, desde los años sesenta del siglo XX hasta la actualidad, de modo puramente descriptivo, pero sin realizar valoraciones porque éstas se realizan solas: el control de la vida diaria, las limitaciones a una libertad tan elemental como la de viajar, que convierten a los ciudadanos en prisioneros en su país o el comportamiento de la policía con varios de los personajes no necesitan juicios ni calificativos para dejar en mal lugar al régimen castrista. También influye en ello la crítica por comparación, cuando vemos cómo los personajes de desenvuelven en La Habana y cómo en Estados Unidos -en Miami, Nueva York o las cercanías de Seattle-, Madrid o Estados Unidos.

Y en tercer y último lugar, no menos interesante que todo lo anterior es la peripecia vital de unos personajes abocados a diferentes formas de soledad: la del exilio para muchos (un exilio económico, aunque también en busca de la sensación de libertad) y la de quienes permanecen mientras otros se van. En torno a estas situaciones las relaciones afectivas y emocionales (de pareja y paternofilianes) son el colofón de una historia muy completa porque no descuida ni la trama, ni su marco social e histórico, ni el desarrollo emocional de los personajes (condicionado por las dos cuestiones anteriores).

Un libro interesantísimo, ameno, que se lee con avidez y cierto poso de tristeza porque es una historia sin ganadores y con multitud de perdedores que siempre han sabido que lo son y no han sido capaces de evitarlo. Una novela, también, que al hilo de las situaciones singulares de cada personaje induce reflexiones profundas sobre los motivos de las personas y sobre la posibilidad o no de escapar de uno mismo y de las frustraciones que impone la vida.




lunes, 7 de noviembre de 2022

Si te dicen que caí – Juan Marsé

 


 

              Los sentimientos y las emociones también se dejan en herencia, como el patrimonio, pero a diferencia de éste no pasan de padres a hijos, sino que se transmiten por vía ideológica, o cultural, o por las circunstancias, influencias y experiencias de cada cual. Por eso, 83 años después de haber finalizado la Guerra Civil aún resulta imposible habla de ella sin que la mayoría de las personas se posicionen a favor o en contra de uno de los bandos (como si solo hubiera habido dos). Además, a pesar de que, como dice el catedrático de Historia Julián Casanova, la Guerra Civil española ha sido el segundo conflicto bélico más estudiado de la historia después de la Segunda Guerra Mundial (pero, avisa, hasta hace escasos años solo estudiado con rigor por historiadores extranjeros) aquí nadie se pone de acuerdo sobre ella, ya que en España fue imposible estudiar o publicar nada riguroso sobre la guerra durante la dictadura; tampoco se hablaba con rigor en los colegios, ni en los medios ni en ningún sitio, y tantas décadas de silencio han alumbrado generaciones de ignorantes incapaces de transmitir a sus hijos o alumnos nada más que generalidades vacías de contenido, eslóganes, mitos fundacionales del nacionalismo español y frases hechas. No ha sido hasta el siglo XXI cuando a los estudios «canónicos» (todos de autores extranjeros, muchos de ellos británicos) sobre la Guerra Civil se han incorporado las primeras obras de historiadores españoles, y muy poquito a poco. Por todos estos sentimientos aún vigentes que cabalgan a lomos de la ignorancia rampante que acabo de describir, Si te dicen que caí (publicada en 1973 en México porque en España era imposible) es una novela comprometida y beligerante, que aborda algo aún menos conocido por los españoles que su propia Guerra Civil, pero no menos dramático para muchos: la posguerra.

              Barcelona. Barrio del Guinardó. Años cuarenta del siglo XX. Cualquier adulto significado como «rojo» ha sido fusilado o encarcelado en condicionas inhumanas. Unos cuantos, en la clandestinidad, deben conformarse con seguir vivos, y unos pocos de ellos, ajenos al peso de la realidad, practican sabotajes y atentados. A sus hijos, los hijos del fusilado, del encarcelado o del disuelto en la clandestinidad, los encontramos en el entorno de un orfanato femenino. Los chicos llevan la vida que pueden, callejera, divirtiéndose con lo que hacen y con las «aventis» que inventa uno de ellos utilizando como material la realidad, descubriendo el sexo y el amor; y ellas, las chicas del orfanato, también están descubriendo el amor, el sexo y las pillerías sobre la base de un futuro que solo puede acabar en la servidumbre de los «señores acomodados» -que están a bien con régimen o forman parte de él- o en la prostitución, que es también el medio de vida de muchas de las madres de todos estos muchachos -una vez perdido el soporte económico que los maridos representaban y habida cuenta de que tampoco era sencillo encontrar trabajo siendo mujer y esposa o viuda de un «rojo». Una sociedad que ha sido dividida desde el poder entre «los nuestros» y «los otros», donde los primeros encuentran prebendas y facilidades y los segundos solo problemas, sospechas, miedo y terror.

              En este marco discurre la vida del grupo de amigos (chicos), mucho más independientes que las chicas, tuteladas por el orfanato. Alguno de ellos comienza a volar en busca de independencia y amores, pero en esa búsqueda tropieza con la pobreza y la explotación –incluida la sexual- a manos de alguno de los señoritos vencedores, que gozan de impunidad. En esos pocos años que van de la pubertad a la juventud vemos a niños que pasan a ser hombres que buscan un camino, aunque alguna niña es transformada antes en prostituta que en mujer; entre ellas, una prostituta que el paso del tiempo hace mítica, porque demasiada gente, entre ellos algunos poderosos, la busca. ¿Por qué? ¿Qué secreto guarda? Uno de sus buscadores es uno de aquellos chicos, que se enamoró de ella, o algo parecido, cuando ambos, siendo críos, fueron forzados a tener relaciones sexuales para satisfacer el voyeurismo de un paralítico de guerra pudiente e influyente.

              La narración, fantástica, alterna recuerdos del presente (1973) compartidos entre uno de aquellos muchachos (ahora celador en el Hospital Clínico) y una monja (entonces huérfana del orfanato) a cuenta de los cadáveres de un matrimonio –también chicos de Guinardó treinta años atrás, conocidos de ambos- y sus gemelos, llevados al hospital tras un accidente de tráfico. La narración alterna versiones de unas mismas realidades, que mezclan testimonio, la imaginación de las «aventis» y elucubraciones. La mezcla es brillantísima: el lector nunca sabe cuándo se le está contando la verdad; ni siquiera si alguna vez se le llega a contar; y, sin embargo, termina la lectura con una intensa sensación de verdad y autenticidad.

              Los chicos que protagonizan la historia saben que hay adultos. Y muchos tienen para ellos un aura mítica. Han muerto, o están en la cárcel, o en la clandestinidad pensando en devolver el golpe a los sublevados.  Si te dicen que caí también es la historia de algunos de estos adultos. Trabajadores transformados en carne de cañón durante la guerra y, más tarde, algunos, endurecidos hasta transformarse en delincuentes y terroristas. Entre estos últimos, casi todos son idealistas a quienes el paso del tiempo y la impotencia devuelven al orden para situarlos a las puertas de la vejez solos y asombrados por cómo pudieron ser tan ingenuos de no advertir el aplastante peso de la realidad consumada. Ya adultos, todos los que perdieron lo mejor de sus vidas en la lucha contra una dictadura apoyada por el fascismo y el nazismo, viven perplejos por cómo la realidad consumada de su fracaso ha borrado en ellos todo entusiasmo, todo ideal, todo afán de lucha; por cómo se han acabado adaptando a los designios del vencedor, sacrificando el ideal de una sociedad libre a cambio de poder conservar algo tan pequeño en comparación como su insignificante vida individual; aplastados por cómo el fuerte impone su poder hasta que la resignación, y con ella la humillación, se acepta pasivamente por los vencidos, que ya no se sienten vencidos por un oponente sino derrotados por su propia debilidad.

              Si el dominio del lenguaje es magnífico, resulta abrumadora la capacidad de Juan Marsé para, a partir de un conjunto de historias complejas, crear aún más confusión de modo intencionado y, de todo ese revoltijo, sacar tanta luz.           

              ¡Qué grande!

jueves, 3 de noviembre de 2022

¡Espérame en Siberia, vida mía! – Enrique Jardiel Poncela

 



La mejor manera de suicidarte (sobre todo si te has suicidado mal un montón de veces) es contratar un sicario para que te apiole. Pero sin pagar por adelantado, claro, que luego la gente es muy informal y ni te mata ni nada. Incluso puede haber desaprensivos capaces de primero sacarte los cuartos y luego dejarte vivo. ¿Solución? Contratas el sicario, arreglas lo del pago en las disposiciones testamentarias, y todos tan contentos.

Salvo, claro, que luego no te apetezca morirte. Por ejemplo, porque no te duele nada o porque una vedette se ha enamorado de ti. En estas condiciones, para despistar al sicario lo mejor es escapar como un conejo y citarte en Siberia con la interfecta, ¿a que sí? Porque, seamos realistas: Siberia no es un sitio muy frecuentado ni por sicarios ni por no sicarios. Es un lugar, por tanto, seguro e íntimo. Que sea algo fresquito, ¿qué más le da a una pareja protegida por el calor del amor y sus calentones?

Sobre tamaño disparate construye Enrique Jardiel Poncela una divertidísima novela, desde la primera a la última página, reeditada hace poco por Blackie Books

La obra evoluciona de novela de situación a novela de acción, pero es también en todo momento una parodia, porque, amén de mil cosas más, que el amenazado sea víctima de su propia amenaza no deja de ser algo grotesco, una provocación hacia las novelas de aventuras.

Pero lo que más me ha llamado la atención de esta obra ha sido lo mismo que en las otras tres grandes novelas de Jardiel: la completa libertad que transmite su modo de escribir. No es solo que la novela sea divertida, es que se lo tuvo que pasar en grande escribiéndola. Los recursos al absurdo, a la hipérbole, los juegos de palabras, los sobreentendidos o el juego con los tópicos son casi elementos tangenciales comparados con la sensación de libertad que producen sus idas y venidas, comentarios intercalados, dibujos, observaciones  fundadas en su apetencia o su capricho y tantas otras cosas. Digamos que se concedió licencia para hacer el gamberro impunemente y la aprovechó.

Seguramente es así como salen las mejores historias.

¡Espérame en Siberia, vida mía! es un ejemplo de libertad creativa, humor e inteligencia. Una gozada para cualquier lector.


lunes, 31 de octubre de 2022

El día de la lechuza - Leonardo Sciascia

 



              Leonardo Sciascia es garantía de leer con brevedad, concisión y profundidad sobre un tema relevante.

          El día de la lechuza, una de sus más celebradas obras,  cuenta/denuncia la historia de un asesinato mafioso cuya investigación recae en un mando de los Carabineros recién llegado a Sicilia; un joven capitán procedente del norte de Italia, de Parma, antiguo partisano, lo bastante animoso como para intentar localizar a los culpables y hacerles pagar el delito.

          Ocurre, sin embargo, que los sicilianos saben que el capitán pasará y la mafia quedará. El silencio se impone, pero el capitán consigue avanzar gracias a los imprevistos sucedidos durante el asesinato, para a partir de ellos exprimir los testimonios de unos y otros usando la lógica como exprimidor.

          El avance en las investigaciones pone en marcha, como en tantas otras novelas sobre la mafia  -pero en esto Sciascia, que también fue político, es un maestro- los resortes que la mafia ha colocado en el poder, denunciando así la debilidad del Estado cuando se ve sometido por la corrupción. No es lo único que denuncia el autor, porque cuando la honradez trata de imponerse a la corrupción a pesar de todos los pesares, siempre quedan mecanismos alternativos para deshacerse del honrado sin necesidad de atentar contra él. Basta, simplemente, con comprar una realidad alternativa.

          Una gran y breve novela que no cuenta nada que no se sepa, y que no por tener un desenlace previsible desde el primer momento pierde interés.




jueves, 27 de octubre de 2022

La familia – Sara Mesa

 



No hace mucho (¿dos, tres años?) Un amor, de Sara Mesa, encabezó infinidad de esas atrevidas y a menudo interesadas listas con los mejores libros del año. Lo digo porque, siendo Un amor un muy buen libro,  La familia me ha gustado bastante más, y si no soy un caso aislado muchos se llevarán una alegría.

Aunque para mí el gran escritor sobre la familia es Ignacio Martínez de Pisón (¡qué fantásticas novelas las suyas!), esta obra de Sara Mesa merece un buen acomodo entre todas las que abordan un mundo, el familiar, con frecuencia complicado y cuyos problemas y limitaciones lastran para siempre la existencia de los implicados.

La familia narra la vida de un matrimonio con dos hijos y dos hijas (una de las cuales es en realidad una sobrina adoptada), desde una época que cabe situar hace treinta o cuarenta años hasta algo que parece la actualidad, y lo digo así porque el marco temporal es difuso sin que la indefinición reste nada a la novela. La familia en cuestión está sometida al apacible pero férreo dictado moral de un padre que de modo pausado y suave pero implacable ejerce un control absoluto sobre los suyos; y aunque es cierto que se nos muestra guiado por sus propias convicciones morales (y por tanto, actuando en conciencia) no lo es menos que tratar de imponer estrictamente conductas aislantes y alejadas del ritmo social puede acabar siendo, para los nervios del resto, como vivir encima de una bomba... o en medio de una secta. 

La familia narra una historia completa sin necesidad de contar todo: le basta exponer varios fragmentos de la vida de cada uno de los integrantes de la familia, sin seguir un orden cronológico –algo no muy original en los últimos años-; estos fragmentos suministran la suficiente información como para reconstruir la existencia entera de la familia. Es así como conocemos a todos sus integrantes y averiguamos cómo afrontaron la convivencia familiar y qué les deparó el futuro tras su peculiar experiencia vital. No hay grandes dramas ni grandes alegrías, pero, sin embargo, Sara Mesa consigue trasladar una vez más una constante sensación de tensión salpimentada con oprobio, indignación y en ocasiones alivio. La fuerza de esta autora proviene de su capacidad para crear ambientes que engullen al lector independientemente de argumento. 

La historia es clara, diáfana, y en esa claridad reside también buena parte de su atracción: la lectura no obliga a pensar para sentir, sino que primero provoca los sentimientos para luego hacer pensar al lector. Todo se comprende en la historia; todo menos los sentimientos del lector, cuyo análisis queda aplazado, para cada lector, hasta el final de una obra capaz de suscitar reflexiones de profundidad más que notable.

Por último, Sara Mesa no se ha contentado con lo dicho, y los capítulos finales aporta un par de datos, en retrospectiva, sobre la figura del padre que permiten dar un giro a la interpretación de la obra y ampliar enormemente las posibilidades de reflexión. Datos simples, apenas unas palabras, que pueden cambiar la visión sobre el personaje y hacer reflexionar sobre los peligros, para uno mismo y para los suyos, del manejo de la debilidad.