No hace mucho (¿dos, tres años?) Un amor, de Sara Mesa, encabezó infinidad de esas atrevidas y a menudo interesadas listas con los mejores libros del año. Lo digo porque, siendo Un amor un muy buen libro, La familia me ha gustado bastante más, y si no soy un caso aislado muchos se llevarán una alegría.
Aunque para mí el gran escritor sobre la familia es Ignacio Martínez de Pisón (¡qué fantásticas novelas las suyas!), esta obra de Sara Mesa merece un buen acomodo entre todas las que abordan un mundo, el familiar, con frecuencia complicado y cuyos problemas y limitaciones lastran para siempre la existencia de los implicados.
La familia narra la vida de un matrimonio con dos hijos y dos hijas (una de las cuales es en realidad una sobrina adoptada), desde una época que cabe situar hace treinta o cuarenta años hasta algo que parece la actualidad, y lo digo así porque el marco temporal es difuso sin que la indefinición reste nada a la novela. La familia en cuestión está sometida al apacible pero férreo dictado moral de un padre que de modo pausado y suave pero implacable ejerce un control absoluto sobre los suyos; y aunque es cierto que se nos muestra guiado por sus propias convicciones morales (y por tanto, actuando en conciencia) no lo es menos que tratar de imponer estrictamente conductas aislantes y alejadas del ritmo social puede acabar siendo, para los nervios del resto, como vivir encima de una bomba... o en medio de una secta.
La familia narra una historia completa sin necesidad de contar todo: le basta exponer varios fragmentos de la vida de cada uno de los integrantes de la familia, sin seguir un orden cronológico –algo no muy original en los últimos años-; estos fragmentos suministran la suficiente información como para reconstruir la existencia entera de la familia. Es así como conocemos a todos sus integrantes y averiguamos cómo afrontaron la convivencia familiar y qué les deparó el futuro tras su peculiar experiencia vital. No hay grandes dramas ni grandes alegrías, pero, sin embargo, Sara Mesa consigue trasladar una vez más una constante sensación de tensión salpimentada con oprobio, indignación y en ocasiones alivio. La fuerza de esta autora proviene de su capacidad para crear ambientes que engullen al lector independientemente de argumento.
La historia es clara, diáfana, y en esa claridad reside también buena parte de su atracción: la lectura no obliga a pensar para sentir, sino que primero provoca los sentimientos para luego hacer pensar al lector. Todo se comprende en la historia; todo menos los sentimientos del lector, cuyo análisis queda aplazado, para cada lector, hasta el final de una obra capaz de suscitar reflexiones de profundidad más que notable.
Por último, Sara Mesa no se ha contentado con lo dicho, y los capítulos finales aporta un par de datos, en retrospectiva, sobre la figura del padre que permiten dar un giro a la interpretación de la obra y ampliar enormemente las posibilidades de reflexión. Datos simples, apenas unas palabras, que pueden cambiar la visión sobre el personaje y hacer reflexionar sobre los peligros, para uno mismo y para los suyos, del manejo de la debilidad.
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