En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

lunes, 16 de diciembre de 2019

domingo, 15 de diciembre de 2019

Georges Simenon y la potencia creadora – Andrea Camilleri



              Interesante opúsculo con el que adentrarse en las interioridades de la literatura de uno de los más afamados escritores del siglo XX, Georges Simenon. Un autor prolífico (tanto que hasta resulta complicado establecer cuántas obras publicó), que firmó textos de gran calidad y que se permitió el lujo de crear personajes inmortales como Maigret.

              Hace tiempo que tengo claro que cuanto más se conoce sobre un autor, más se disfrutan sus obras. Este breve texto, que se lee en apenas una hora, puede ser un excelente aperitivo para todo aquel que decida leer a Simenon.

              Que lo firme Camilleri, otro autor extraordinariamente prolífico, de éxito y que también ha creado un personaje inolvidable, da un valor añadido al contenido. Camilleri sabe de lo que habla, y su visión tiene fuerza; reconoce con claridad y sencillez y argumenta con contundencia muchos de los méritos de Simenon, un autor que, como dice el italiano, más que vivir intensamente para hacer literatura consiguió vivir intensamente gracias al modo en que afrontó la escritura.





domingo, 8 de diciembre de 2019

Recomendaciones literarias




               
                Recomendaciones, recomendaciones… pues no. Más bien son libros que me alegra haber leído este año. Pero como esa alegría puede ser contagiosa aquí los pongo, por si alguien quiere pillar la enfermedad en uno de los meses en que más libros se venden.

                Pero, eso sí, no olvidéis que yo he venido aquí a hablar de mi libro y que, como dijo el excelso poeta «pues vale, pues los libros esos están fenomenal, pero quien no lee Laterrible historia de los vibradores asesinos -que además ahora está gratis en ebook para los suscriptores de Prime en Amazon- y La sota de bastos jugando albéisbol, es un soso, un desaborido, un tío más triste que una lechuga pocha y ni sabe divertirse leyendo ni na de na de na». No recuerdo muy bien qué poeta lo dijo, pero, ejem, lo dijo. De verdad, ¿eh? Creo.

                Y tras el autobombo, y ya en serio, los diez libritos:




          Una de esas historias de historias que me encantan y me inspiran. No es la mejor de Camilleri, pero es entretenida, divertida y no inocente: nos pone frente a frente con el racismo.



          ¿Imaginas ser un adolescente salido al que le toca como premio una noche de amor y pasión con su actriz porno favorita? Es lo que cuenta esta excelente novela, ganadora del primer premio Clarín, con un jurado donde estaban Bioy Casares, Roa Bastos y Cabrera Infante.



          Brutal historia saturada de violencia que a unos gusta y a muchos aturde. Hay que saber ver más allá de las escenas violencias para bucear en la dictadura del azar.



          Uno «es del lugar donde están enterrados sus muertos». O cómo arrancar las propias raíces y conservarlas al mismo tiempo. La cuadratura del círculo que el ansia de libertad es capaz de lograr en situaciones extremas. Literatura en todo el sentido de la palabra.



          Una escritora de época. Una forma de comprobar que no hay problema, por grande que sea, que impida que la vida pueda ser vivida.



          De ligera nada. Una gran novela, con dosis de intriga, sobre un tiempo de paso. No entre las más conocidas, pero magnífica.



          Una historia breve, dura, contundente, que hace reflexionar sobre lo más oscuro del ser humano.



          Genial historia cuyo magistral desenlace es inolvidable.



          Uno nunca es buen juez de los autores que conoce: o es demasiado crítico o demasiado indulgente. Mejor leed esta novela y juzgad vosotros. 



          Lúcida crítica del mundo del periodismo contada en clave de humor por quien fue corresponsal de guerra y vio, entre sus colegas, lo que vio.



jueves, 5 de diciembre de 2019

La terrible historia de los vibradores asesinos otra vez en Prime Reading





¡Por vuestra culpa el pobre Ajonio no puede descansar y cualquier día le va a dar un arrechucho!

Hace ahora un añito que Amazon tuvo a bien incluir La terrible historia de los vibradores asesinos en su promoción de Prime Reading. Durante seis meses cualquiera pudo leer gratis la novela en formato electrónico si estaba suscrito al servicio Prime.

Algún potencial vio Amazon en Ajonio, ya que la pequeña selección de Prime Reading se hace entre los más de dos millones de novelas disponibles, y además se trataba de la segunda tanda, por lo que casi inauguraba el servicio. Fue una excelente oportunidad para que nuevos lectores, muchos más de los que esperaba, conocieran a tan calamitoso personajete. 

Tan bien fue la cosa que Amazon me ha propuesto repetir la experiencia durante el próximo medio año. Ajonio también formará parte de la cuarta tanda.

Así que desde ahora La terrible historia de los vibradores asesinos vuelve a estar gratis para todos los suscriptores del servicio Prime, servicio que además permite recibir compras sin coste de envío, acceder a música gratuita, ver series y reportajes exclusivos como ese de la presentadora Pilar Rubio y Sergio Ramos (que es un tío que juega a la pelota)… En fin, esas cosillas.

¿Cómo puedes leer la novela si tienes Prime? Búscala en Amazon en ebook. Allí verás que el precio es cero. Basta ir al lado derecho de la pantalla y darle a «leer gratis».

             Fácil, ¿eh?

         Y si no tienes ese invento ni ganas de tenerlo, a seguir con el método tradicional: la novela sigue disponible en librerías (aunque a estas alturas hay que solicitarla) editada por Mira Editores, y en ebook en Amazon. En este formato también es gratis para los usuarios de Kindle Unlimited, tarifa plana de lectura que, por cierto, ahora es gratuita durante los tres meses que puedes utilizarla a prueba.

Ajonio protesta porque, como decía al principio, el hombre ya está un poco mareado de tanto ir de mano en mano de un lector a otro, pero yo estoy encantado de que lo mareéis así. Por mí, como si hacéis de él una peonza. ¡Gracias, lectores!



domingo, 1 de diciembre de 2019

Cuatro mensajes nuevos – Joshua Cohen




              Leo que Joshua Cohen ha sido comparado a la vez con Bellow, Pynchon y David Foster Wallace, de lo que deduzco que quienes hacen estas comparaciones tienen tantos problemas como yo para explicar qué diablos ha escrito Cohen. Me refiero a Cuatro mensajes nuevos, pues no he leído ningún otro texto suyo.

              La sonoridad del lenguaje es brutal; la verborrea desatada, espectacular; entender qué cuenta, bastante más complicado en tres de los cuatro relatos; y sacar alguna conclusión distinta de las que bullen como ideas que deslumbran al hilo de frases o párrafos concretos, meritorio.

              Si denuncia la desorientación del mundo actual, estas páginas lo consiguen desorientando en todo momento al lector.

              El amigo que me recomendó y prestó este libro lo hizo diciéndome que era una obra de humor, pero ahora sé que lo dijo por cómo se rio cuando me lo tragué. No hay humor, aunque si una forma apasionadamente desapasionada de pintar el texto, que puede leerse con el ardor, pero también con la tranquilidad, con que algún exaltado, para desahogarse, se lía a tortas con un objeto inservible que iba ya camino de la basura.

              Reconozco, eso sí, que no he leído este libro en la mejor disposición: estaba más receptivo a la lectura fluida que a la lenta y reflexiva que Cuatros mensajes nuevos merece. Pero reconozco, también, que a menudo me entraba prisa porque tanto fuego artificial parecía disimular cierta falta luz, hasta el punto de que más de una vez he mirado la contraportada para asegurarme si lo que estaba leyendo se correspondía con el argumento que allí se señalaba. Quizá en esto se parece Cohen a Pynchon, cuya Subasta del lote 49 me dejó en el mismo estado que si acabara de investigar no sabía qué y no sabía cómo.

              Cuatro mensajes nuevos, pero también cuatro mensajes encriptados. El desencriptador que lo desencripte, buen desencriptador será. Una gran lectura para lectores avezados y aventureros que tengan el día inspirado.



jueves, 28 de noviembre de 2019

Calais – Emmanuel Carrère




              
              A finales de 2016 se instaló en Calais (76.000 habitantes), la localidad francesa más cercana al Reino Unido y de la que parte el Eurotúnel, un campamento temporal de inmigrantes, conocido como «la Jungla», fruto de la crisis de inmigración de 2015. En unos sitios se dice que hubo allí 700 inmigrantes y en el texto se llega a hablar de 2000. Todos sin apenas recursos y con la obsesión de alcanzar el Reino Unido para encontrar trabajo allí y tener menos dificultades con la lengua. Ese deseo les hacía incurrir en prácticas de riesgo –jugándose la vida y pudiendo provocar accidentes- como abordar al despiste los camiones donde intentaban ocultarse. 

              El autor se desplazó a Calais para analizar cómo la repentina aparición de tantos inmigrantes afectaba a una ciudad en la que, como es lógico, ya había inmigración previa. Su análisis, sin embargo, se ve espoleado por unas cartas firmadas con nombre ficticio en el que se le reta a ver la inmigración con los ojos de los habitantes de Calais, una ciudad ya no muy boyante tras pasar lo más duro de la crisis, por no hablar de una ciudad en decadencia.

              La obra, poco más que un reportaje largo que se lee en una hora, hace reflexionar sobre ciertos «necesarios absurdos», como que sea Francia quien resguarda la frontera inglesa y viceversa, cuando es obvio que el trasiego de personas no es equilibrado pues el Reino Unido no es zona de paso, sino de destino. Pero, sobre todo, induce una seria reflexión sobre el modo en que vemos la inmigración y nos comportamos ante ella. La desconfianza, el prejuicio, el modo en que lo particular se eleva a categoría general. La posición de Carrère es contraria al prejuicio, pero en su ánimo también está, consecuencia del reto, no dejarse influir por el «prejuicio de la falta de prejuicios»¸ y va abierto a escuchar cuantas versiones encuentre, aunque no tanto con afán investigador como testimonial, prueba de lo cual es la humana necesidad que en un momento siente de comprobar que cierta familia no tiene la hipocresía de la que la han acusado, comprobación que tiene mucha relación con la esperanza. Entre unas cosas y otras vemos cómo la sociedad se divide no solo entre el «nosotros y ellos» sino entre quienes están a favor (pocos) y en contra (casi todos) de la presencia de los inmigrantes, aunque apenas se rasca en la capa de las circunstancias de cada cual todos los seres humanos somos iguales.

              Muchas ideas para reflexionar, pero una, algo poética, con la que me he quedado: de la decadencia occidental donde la gente repite toda su vida las mismas rutinas de trabajo y ocio sin otro horizonte que seguir repitiéndolas hasta morir, de esa decadencia digo, surge cierta inquina, cierta envidia hacia quienes, teniendo mucho menos en lo material, en cambio tienen la esperanza, el ánimo y voluntad de labrarse un futuro mejor. Por eso, curiosamente, llegaba a haber más alegría en la Jungla, en medio de toda su penuria, que en las casas con jardín de Calais.





martes, 26 de noviembre de 2019

Cumpleaños de La sota de bastos jugando al béisbol





Hoy cumple cinco añitos la segunda novela de Ajonio Trepileto, que apareció con el número 41 en la colección Sueños de Tinta de Mira Editores. En La sota de bastos jugando al béisbol podéis leer algunas de las escenas que más he disfrutado escribiendo, y eso que transcurren en un lugar tan poco motivador como un triste cementerio de pueblo.

                La considero una novela mejor escrita que la primera, tanto por la estructura como por la limitación, para evitar reiteraciones, de ciertos involuntarios y poco higiénicos excesos de Ajonio, pero como no hay segunda novela de un personaje que pueda sorprender como la primera y dado que La terrible historia de los vibradores asesinos (Nº 14 de la colección) es un título que llama más la atención, más lectores me hablan de «los vibradores» que de «la sota», a pesar de que también ésta se ha vendido muy decentemente (lo cual es muy meritorio, dado lo indecente de Ajonio), tanto que a lo largo de este tiempo ha alcanzado el número uno de humor en español en las webs de Amazon en Francia, Alemania, Reino Unido, Italia, Brasil, Australia y Canadá (para lo que no hace falta vender demasiado en estos países, cierto, pero cifras bajitas no es lo mismo que fáciles, como lo demuestra que pocas otras novelas pueden decir lo mismo).

                Felicidades a Ajonio, y gracias a todos los lectores que le han dedicado su atención. Espero que haya correspondido haciéndoles sonreír mucho más de lo que esperaban. Gracias también por su impagable labor de boca a boca.




jueves, 21 de noviembre de 2019

El montacargas – Frèdèric Dard





              El montacargas, publicada en 1961, es una excelente novela que se lee y se ve en blanco y negro, porque parece una excelente película de la mejor época del cine negro. Una historia bien contada, breve, concisa, con un punto de intriga notable, otro mayor de suspense y un final fantástico, inapelable.

              Estamos en Nochebuena. El protagonista es un caballero en la treintena que acaba de salir de la cárcel tras seis años en ella. En su casa no lo espera su madre, muerta hace cuatro, sino una soledad tan absoluta que se lanza a la calle para huir de ella. A deambular y, sin pensarlo, a cenar.

              Y cenando conoce a una mujer, la señora Dravet, joven y guapa, que va acompañada de su hija, una niña.

              Tiene suerte el protagonista: la mujer parece no rechazar su presencia y hasta hacerle caso. La cosa llega al punto de que, incluso, lo invita a subir a su casa. Todo discurre de modo lógico, haciendo sentir al protagonista una compañía como nunca ha sentido. Solo una sola cosa ha llamado su atención como fuera de lugar: la extraña coquetería de la señora Dravet de lavar dos manchitas inapreciables. Y qué bonito y hogareño es el comedor de la señora Dravet. Y cuántas veces va a visitarlo, como ya anuncia el índice.

              La cuestión es qué va a encontrar en cada una de ellas. Quien lea esta novela quedará de inmediato atrapado en la dinámica de los acontecimientos. Es muy posible, también, que el lector se anticipe y encuentre cierta explicación racional a sucesos extraños ayudado en la pista que supone el título, pero que no se engañe: las cosas son bastante más complicadas y el giro que el autor, que también fue guionista y se nota, da a la historia, es sencillamente magistral.

              Escrita en primera persona en el tono lúgubre del hombre que ha perdido todo y se aferra a un atisbo de esperanza que no cesa de torcerse, El montacargas es una novela breve, magnífica, que hace reflexionar sobre los motivos de las personas y las extrañas solidaridades que a veces practicamos como consecuencia de una migaja de afecto, una novela todavía más inquietante por su fabuloso final que lo mucho que ya lo es en su desarrollo.      


              


 

martes, 12 de noviembre de 2019

El negociado del yin y el yang – Eduardo Mendoza





          Al reseñar El rey recibe dije que «probablemente haya que esperar a leer toda la trilogía para hacer un juicio más preciso de esta novela». Lo reitero y extiendo a El negociado del yin y el yang, pues más que dos novelas forman una sola.

La consecuencia es que poco hay que decir de la segunda que no pueda decirse de la primera. A saber:

Como el cocinero es excelente y los ingredientes de primera calidad, la prosa de Mendoza entra con la calidez de una buena sopa en un día desapacible. Y digo sopa y no cachopo porque es una lectura más suave que contundente, más nutritiva que potente e indigesta.

Sigo sin entender las referencias de la publicidad hace al humor. Me da que solo pretende atraer a ciertos lectores de Mendoza. ¿Qué humor? No hay más que en cualquier novela media. De hecho, las páginas están surcadas por un poso de tristeza o cuando menos de abulia porque el protagonista, Rufo Batalla, que no es precisamente un bromista ni un tipo que atraiga equívocos o desgracias chocantes, anda desanimado, sin futuro, apático, sin ganas de hacer nada ni espíritu para acometer una nueva vida tras abandonar, por hastío, la que llevaba. De resultas la acción es algo plana, con la extraña excepción de la aventura principesca a la que a continuación aludiré.

La obra sigue teniendo dos historias paralelas y solo interconectadas por el personaje: la primera es la vida ordinaria de Rufo Batalla, al hilo de la cual se hacen breves reflexiones de los años setenta y los primeros ochenta –una suerte de irregulares memorias indirectas-. Algunas de ellas son profundas y brillantes, como el rápido y contundente análisis de la sociedad que había dejado el franquismo, en el que se advierte un poso de rabia que más parece del autor que del personaje. La segunda historia deriva de los avatares causados por la aparición del príncipe Tukuulo, aspirante a recuperar el trono de un inexistente país. El avatar, pues solo hay uno relevante, conduce al protagonista a vivir una aventura asiática más extraña que rocambolesca, una historia en la que la realidad cambia tan de sopetón como cuando un vulgar hijo de vecino aterriza de improviso en una película de James Bond, una historia cuyo significado me desorienta porque no lo alcanzo a entender, si no es que su única pretensión es dotar a la historia de una intrahistoria para hacer más llevadera la lectura.

La novela tiene cuatro partes, no explícitamente estructuradas: los últimos tiempos de Rufo en Nueva York, el lío en el que lo mete el Príncipe, el regreso a Barcelona -que permite introducir nuevos personajes provenientes del entorno y el pasado de Rufo- y, finalmente, las implicaciones del impensado viaje a Alemania y el nuevo retorno. 

Rufo Batalla sigue siendo un tipo tan sosegado y gris que no despierta pasiones ni entre las moscas en verano: un hombre joven, pero de una sensatez extrema, enemigo de los sobresaltos –que rehúye con éxito- y que, cuando se atreve a realizar un cambio notable –como dejar Nueva York y emprender una nueva vida- o acepta un riesgo elevado –las propuestas de Tukuulo o cierto peliagudo romance- no pierde la calma y exhibe una capacidad analítica que arrasa toda incertidumbre desde el inicio, hasta el punto de que cualquier duda que pueda estimular las sensaciones del lector queda pronto anulada. Hasta las peripecias más alocadas –que alguna hay- tienen un algo de racionalidad burocrática. Hasta sus esporádicos amoríos, con mucho aquí te pillo aquí te mato, tienen un gran poso de soledad. Cómo será de gris la existencia de Rufo que son precisamente sus amoríos, y solo ellos, los que producen en el lector vértigo ante el porvenir.

Y es que quizá sea eso lo que da la pátina de tristeza a la novela: la soledad. La soledad que de un modo u otro han vivido todos los que se van de casa el tiempo suficiente para que, al volver, su casa ya no exista tal y como la conocieron. Han cambiado las cosas y las personas y han cambiado ellos. Los recuerdos solo pueden anclarlos a los recuerdos.

Lo más emotivo, curiosamente, se produce con la novela terminada: la dedicatoria final a su familia es preciosa, y la alusión al equipo con el que ha contado desde hace años (Pere Gimferrer, Elena Ramírez, la agencia Balcells en la que ya falta su fundadora…) impresiona (quizá porque me produce, lo admito, una envidia tremenda, pues Seix Barral es mi debilidad y el lugar donde uno siempre querría estar). Una suerte para las letras españolas que tanto talento pueda unirse con concordia para trabajar.

Dicho todo lo cual alguien podría decir «pues no parece una novela muy estimulante», pero se equivocaría. Mendoza escribe maravillosamente, con precisión, con una claridad tal que las ideas y situaciones avanzan a pasos agigantados pero con tal suavidad que cuesta percibir la velocidad. El avance cronológico va de la mano de un montón de saltos entre países que induce reflexiones interesantes y permiten observar la España del momento desde una perspectiva de la que se carecía en el interior, una perspectiva que pocos españoles tuvieron y que resulta enriquecedora.

         El negociado del yin y el yang –ciertamente, título más apropiado para las novelas de su detective loco que para esta- es una obra que merece la pena leer, que aporta más de lo que parece y que he disfrutado mucho porque tras leer El rey recibe ya sabía lo que podía esperar. Quizá el principal problema que a veces tengo, como supongo que le sucede más gente, es comenzar lecturas con alguna idea inconsciente –o con algún deseo- sobre cómo debe ser lo que me voy a encontrar. Un error. La mejor expectativa en literatura es no tener expectativas, dejarse sorprender.

  





domingo, 10 de noviembre de 2019

Tus pasos en la escalera – Antonio Muñoz Molina





              Qué bien escribe Antonio Muñoz Molina, y qué complicado es narrar en primera persona desde un cerebro que, espero, guarda poca relación con el del autor, a pesar de los evidentes paralelismos biográficos entre autor y personaje.

              Y es que Tus pasos en la escalera transcurre en dos ciudades donde Muñoz Molina ha vivido: Nueva York y Lisboa.

              El protagonista se ha mudado de la primera a la segunda tras perder su trabajo, y allí espera, montando el nuevo piso, la llegada de su pareja, Cecilia, una investigadora que cuando no está trepanando cerebros de ratones en el laboratorio está por esos mundos de congreso en congreso.

              Hay quien ha dicho que es un libro sobre la espera, y lo es en varios sentidos (primero, sobre la espera de lo que ha de llegar y, segundo, sobre la espera de lo deseado aunque improbable), aunque la evolución de los hechos permite ir más allá y hablar incluso de la espera del imposible, lo cual enlaza con la obsesión.

              ¿Y qué hace quien espera? Piensa. Piensa mucho. No deja de pensar. Es lo que hace el protagonista: reflexiona en voz alta, lo cual da a la obra un tono introvertido y hasta claustrofóbico, porque no hay nada al margen de la cabeza del personaje: todo pasa por el tamiz de su cerebro, de sus recuerdos, del modo en que interpreta las cosas, y son estas interpretaciones las que llegan al lector haciéndole creer lo que el personaje desea creer hasta que, poco a poco, el lector se va forjando su propio criterio a partir de las incoherencias y las sutiles diferencias entre los hechos objetivos y los previsibles según la razón.

              El inicio es apacible. Conocemos a un tipo que, con todo el cariño, pero también con todas las limitaciones de un hombre torpe en un país extraño, intenta adecentar una vivienda para que su pareja, que aún no ha podido venir, se sienta en su hogar tan pronto como traspase la puerta. El protagonista, al principio casi como una anécdota, intenta reproducir en la vivienda de Lisboa algunas de las cosas del apartamento de Nueva York recién abandonado. Pero pronto vemos que, más que un detalle afectuoso, la cosa amenaza con convertirse en manía. En la mente del protagonista el paralelismo entre ambos lugares debe agradar a Cecilia. En la mente del lector, no está tan claro por la perogrullada de que cuando alguien cambia voluntariamente de sitio, lo hace para cambiar. Así aparece la primera duda sobre la verdad de fondo, porque todo deseo de reproducir el pasado tiene algo de búsqueda del paraíso perdido.

              La evolución de la manía hace pensar al lector que el protagonista es, cuando menos, un tipo algo rarico, lo cual produce una inquietud creciente que justifica la referencia de la contraportada al suspense psicológico, suspense reforzado por la tardanza de Cecilia, retraso que abre las puertas a todo tipo de especulaciones. No descubro nada, porque buena parte del interés de la novela consiste precisamente en que el lector elucubre si sí o si no para que, una vez lo haya decidido, siga elucubrando acerca de las razones.

Así seguirá hasta el final porque, como buena novela de suspense, la intriga se mantiene hasta entonces.

              Un libro muy bien escrito, de desarrollo lento y repetitivo, de lectura tranquila, con poca o nula acción, mucha reflexión, con el retrato de dos ciudades y de los perfiles de la gente que atrae cada una de ellas, y con cierta excursión a un extraño palacio que no se entiende si no es para acabar de decantar la opinión del lector acerca del protagonista. Un buen libro comparado con casi todos, pero que merece una valoración más moderada si lo comparamos con el propio Antonio Muñoz Molina.





domingo, 3 de noviembre de 2019

Los cuerpos extraños - Lorenzo Silva




              Imputados por corrupción en el gobierno autonómico, en el parlamento autonómico, en todas las diputaciones provinciales y en los principales ayuntamientos. Ninguna institución relevante en la Comunidad Valenciana se salvó. Con la cúpula de todas ellas con esos problemillas, el «caso aislado» más parecía la honradez que el delito. Este desdichado pleno que ocupó los titulares de la prensa hace unos años seguramente justificó que Lorenzo Silva situara la acción de Los cuerpos extraños en un innominado municipio valenciano. La falta de bautismo seguramente es intencionada: demasiados podían verse representados por ese municipio innominado. Y, supongo, mejor no herir susceptibilidades, que ya se sabe que por más corruptos que sean los míos, los otros siempre lo son más. Además, la credibilidad estaba asegurada.

              Los cuerpos extraños es la octava novela de la serie de Bevilacqua y Chamorro. Durante unos años leí las anteriores con enorme interés, y cuánto las disfruté, hasta que La marca del meridiano me detuvo por las razones que quien le interese podrá leer en su reseña en este mismo blog.

              He tardado años en volver a Bevilacqua, pero no me arrepiento de haberlo hecho: tras unas pocas páginas de adaptación a lo repollo que resulta a veces el personaje por cómo se expresa y por la cierta impostura derivada de su contradictoria mezcla de humildad y suficiencia, tras esa breve adaptación necesaria para que el personaje vuelva a resultarte simpático, digo, me he encontrado con una novela muy buena, bien estructurada, que no se pierde en recovecos ni disertaciones inútiles, que se lee bien y que además de contar una historia atractiva contiene suficientes elementos como para hacer reflexionar sobre muchos e importantes temas.

              La alcaldesa un municipio valenciano aparece asesinada en otro municipio cercano. Se trata de una mujer joven, de ascendencia danesa, con empuje, iniciativa y, sobre todo, con la voluntad de erradicar cualquier cosa que huela a corrupción. El asunto, lógicamente, le toca a Bevilacqua y Chamorro, y el desarrollo de la novela es, una vez más, el de una investigación, si bien en esta ocasión (y a diferencia, creo recordar, de La estrategia del agua) no encontramos el simple relato del proceso que conduce de la oscuridad a la luz sino que, afortunadamente, Lorenzo Silva plantea el útil recurso literario de ofrecer diferentes alternativas, lo que permite captar mejor la atención del lector. Y si hay diferentes líneas de investigación es porque, además de los tejemanejes de la corrupción y de la permanente posibilidad de que la delincuencia común tenga algo que ver, hay otros elementos a tener en cuenta: la actividad sexual de la finada, que era de todo menos aburrida, lo cual abre mil posibilidades vinculadas a los celos, las rupturas, los chantajes, los deseos...

              No poco ayuda al interés de la novela –teniendo en cuenta el pelaje del lector medio- que los malos tienen un perfil reconocible; es complicado reconocer a un personaje degradado de los bajos fondos, pero la clase media tan abundante en esta novela está plagada de trepillas con ínfulas, hambrientos de poder y dinero, los cuales, creyendo siempre más tonto a su interlocutor, se pintan a sí mismos majísimos con el pincel de las buenas palabras y de su catálogo de soluciones a los problemas del mundo, mientras de reojo comprueban si te están consiguiendo engañar y qué gallina es la siguiente que pueden robar. Atención también al esmero que el autor pone en representar bien las interioridades de la Guardia Civil y sus relaciones de poder.

            La conclusión, una vez más, es que la corrupción es el delito más cutre, salchichero y mezquino, porque así como el delincuente común no suele ocultar a los suyos su condición marginal, el corrupto se rodea de lo contrario a lo que es: de solemnidad. Por eso, cuando es pillado y la solemnidad cae a plomo, el corrupto pasa de referente social a robagallinas en pelota.

         




lunes, 21 de octubre de 2019

¡Noticia bomba! – Evelyn Waugh





              Ha leído ¡Noticia Bomba! por recomendación, una gran recomendación, de un buen periodista con capacidad de reírse de sí mismo. Lo aviso porque, publicada en 1937, ¡Noticia bomba! es una lúcida y brillante sátira del mundo del periodismo hecha a partir de las peripecias de un corresponsal de guerra «erróneo». Una profesión, la de corresponsal de guerra, que, como confiesa Diego Carcedo, que lo fue durante mucho tiempo, está mitificada. El buen hombre que protagoniza esta novela es enviado a Ismailía –un país ficticio, refrito de Abisinia (actual Etiopía y Eritrea) y la España del comienzo de la Guerra Civil- porque se ha corrido la voz de que allí suenan tambores de guerra. Que suenen de verdad o no, es otra cosa, aunque en el fondo a los medios les da igual: basta acumular periodistas en Ismailía preguntando por el tema para desequilibrar la situación política. La profecía autocumplida.

              Pero lo de menos, incluso en el caso de que exista, es la noticia. Lo importante para los periodistas que comparten destino con William Boot, el protagonista, es una mezcla entre prestigio y cuenta de resultados. De ahí que el asunto no sea tanto contar la verdad como contar –lo que sea- antes que los demás.

              Los periodistas, azuzados por estos dudosos valores, compiten entre ellos, se espían, cotillean, se guardan eterno rencor y, aunque «amigos y colegas», se zancadillean sin pudor. Cuando carecen de noticias transforman cualquier gota en «fuente» y, si ni eso es posible, convierten lo cotidiano en noticia (venía a mi cabeza la diferencia entre reporteros de guerra como Miguel de la Quadra-Salcedo, Manu Leguineche o Vicente Romero y otros, como Pérez Reverte, que en demasiadas ocasiones se convertían en protagonistas de la noticia hasta el punto de que pocos recuerdan qué contaba pero casi todos recuerdan cómo, y qué rendimiento obtuvo luego de la popularidad así ganada). Todo para seguir la pauta marcada por sus jefes, pero, también, porque sus objetivos son poco confesables: en unos casos ansían la fama anexa a las grandes exclusivas -que luego les permitirá vivir del cuento- y, en todos, se pegan la gran vida a cuenta de los periódicos que financian sus desplazamientos y los gastos «necesarios», prebenda que les hace derrochar, permitirse todo tipo de caprichos, dejarse estafar alegremente e incluso, seguro, desviar no poco dinerillo a su propio bolsillo; todo lo cual, por cierto, me recordó los insultos que Arturo Pérez Reverte dirigió en Territorio Comanche a quienes, desde RTVE en Madrid, trataban de disciplinar el gasto de los corresponsales de guerra; intento loable, necesario e exigible, pues aparte de las dificultades lógicas para justificar según qué gastos en según qué sitios, fundirse la pasta de otros sin necesidad de dar explicaciones es un lujo difícil de resistir, tal y como denunció Evelyn Waugh en este libro ya unos añitos antes de que nacieran todos los corresponsales de guerra que actualmente son y los que serán. Waugh sabía de lo que hablaba: había sido corresponsal de guerra del Daily Mail en Abisinia.

              Pero el mejor ejemplo de la «profesionalidad» con que muchos medios se toman las cosas es la aventura del protagonista, que comienza cuando una distinguida dama de la sociedad londinense enchufa a un escritor amigo suyo en el periódico Beast para ayudarle a poner tierra de por medio con una amante. Vocación pura la del caballero, ¿eh? ¿Dónde lo enchufa? Lo más lejos posible, claro. Como corresponsal de guerra, pues además no viven nada mal: con todos los gastos pagados en los mejores hoteles disponibles en cada destino, aunque los propios periodistas se encarguen de hacerlos inhabitables. Lord Copper, propietario del Beast, accede sin problemas de conciencia a dar tal destino a ese caballero, entre otras cosas porque lo que suceda o deje de suceder en Ismailía se la trae al pairo; pero, por un error de sus subordinados directos, envían a Ismailía a un buen hombre que se apellida igual que el enchufado; un hombrecillo que vive en el quinto pino, aislado en una decrépita mansión familiar donde conviven familiares maniáticos, y que colabora con el Beast enviando soporíferos artículos sobre la naturaleza. Un hombrecillo que, habiendo sido víctima de un bromazo/boicot en uno de sus artículos, cree que su envío a Ismailía es el merecido castigo de los mandamases del periódico.

              Que como corresponsal de guerra William Boot es un inútil es algo que prevé el lector y el personaje se apresura a confirmar: ni se siente corresponsal de nada ni tiene ganas de serlo; pero el resto de sus colegas tampoco hacen mucho más que conspirar entre ellos para ver quién y cómo adelanta a quién; todos van en manada a todas partes, y todos se dedican menos a conocer la realidad que a espiar a quien se desvía del grupo por si por un casual ha dado con algo noticiable (normalmente, gracias a los nativos que, a costa del periódico, emplean como chicos para todo, que acaban siendo los verdaderos y a menudo imaginativos corresponsales). Al único al que dejan descarriarse es a Boot porque nadie confía en un inocentón ignorante e inexperto. La falta de profesionalidad de los periodistas es tal que incluso se ponen en manos de no saben muy bien quién –si gobernantes o conspiradores- para dejarse acarrear alegremente a un lugar que ni siquiera saben inexistente donde se supone que se están concentrando tropas. Todas las tropas que se pueden concentrar en ningún sitio, claro está, de modo que la realidad ocurre bajo las narices de la prensa sin que ésta atine a contar nada más que lo que interesadamente se le pone ante los ojos. Mientras, el no hacer nada de Boot le lleva a hacer, sin darse cuenta, algo distinto: adaptarse. Por ejemplo, abandona el hotel y acaba enamoriscándose de una alemana, o algo parecido, que conoce en una pensión. Y es su adaptación al entorno para poder vivir con la comodidad que desea la que le permite, sin premeditación, acceder a cierta información. Menuda información. Una noticia bomba.

             No, no desentraño nada porque este libro es prácticamente un clásico del humor y la sátira y, sobre todo, porque ni digo qué descubre Boot ni la novela termina con ese descubrimiento. Primero vemos qué es lo que, pese a tantas excursiones de lo periodistas, mueve en realidad casi todas las guerras, y después Boot vuelve a Londres. Lo que sucede entonces, parte de lo cual entronca muy evidentemente con novelas como las de Wodehouse, acaba de retratar el mundo de los grandes medios: poderosos propietarios, engreídos, ricos y con un objetivo nítido: la exaltación de su propio yo; y unos medios de comunicación –y por lo tanto una «verdad»- al servicio de sus intereses y, sobre todo, de su vanidad.




sábado, 12 de octubre de 2019

La sospecha - Friedrich Dürrenmatt





Segunda novela que leo de este autor, tras El encargo. Ambas breves y magníficas, ambas con el punto en común de una concisión notable en torno a hechos significativos cuya interpretación se deja al lector, y pese a todo esto, las dos, también, muy distintas.

La sospecha es una obra interesante, a veces dura, a medio camino entre la intriga y la reflexión. La primera idea importante surge no tanto de la literalidad del texto como de la actitud del protagonista: ¿es moralmente lícito no despejar las sospechas que afectan a la esencia de la dignidad de otros seres humanos?

Conviene señalar que La sospecha fue publicada a principios de la década de 1950. Si no se avisa, hay tan pocas referencias temporales que podría tomarse como desarrollada en cualquier momento entre esa época y la que alcanza la vida de los supervivientes del nazismo, con lo cual el lector podría no saber a qué atenerse acerca de la identidad y edad de alguno de los personajes. El protagonista es el comisario Bärlach, un personaje a quien el autor dio vida en otros textos. En La sospecha, Bärlach es ya viejo y está a un paso de jubilarse, y además padece una enfermedad terminal que afronta internado en un hospital del que no tiene expectativas de salir. 

Allí, por casualidad, husmeando una vieja revista, topa con la foto de un criminal nazi del campo de concentración de Stutthof. Un tal Nehle que, por «experimentar», operaba a la gente sin anestesia. Un sádico. La imagen es mala, al hombre solo se le ve la parte superior de la cara, pero el médico y amigo que atiende a Bärlach durante un instante cree reconocer en ella al director de una clínica en Suiza. Un médico llamado Emmenberger. Los nombres no coinciden. Tampoco las biografías. Emmenberger estuvo en Chile durante las barbaridades del nazismo y desde allí publicó varios artículos científicos. Regresó tras la guerra. Además, Nehle se suicidó con una cápsula de cianuro y su cuerpo fue hallado e identificado. Y, sin embargo… Y sin embargo hay algunos detalles que hacen dudar a Bärlach, por más que su amigo se empeñe en que su impresión ha sido una mera confusión y que es imposible que Emmenberger sea Nehle.

Desde la cama del hospital Bärlach emprende una investigación sui generis que, si de una parte le permite satisfacer su instinto de policía, por otra le hace no pensar en su cercana muerte y, en cualquier caso, le permite tener la conciencia tranquila: no va a cerrar los ojos ante la posibilidad, por ínfima que sea, de desenmascarar a un criminal. Entre algunos acontecimientos imprevistos, cierta ayuda sorprendente y algún fallo de cálculo del protagonista, la novela desemboca en un punto en el que se produce una intensa e inteligente reflexión sobre la existencia humana y sobre en qué medida nuestro inevitable destino afecta al concepto del bien y del mal; una reflexión, incluso, acerca de cómo el mal puede llegar a ser algo deseado en algunos momentos o por algunas personas.

No digo más para no descubrir nada acerca de si la sospecha que da título a la novela era o no cierta, pero sí digo que la cuestión es tan irrelevante que el autor no se espera al final para aclararla, y es que lo importante, mucho más que la trama, son las reflexiones inducidas por esta inquietante obra.