Que a finales de 2021, a mis años, aún no hubiera leído nada de Charles Dickens era una buena noticia: significaba que hay más excelentes obras por leer que tiempo en la vida para hacerlo. Así que no hay excusa para desaprovecharlo. Planifiqué conocer alguna de las grandes obras de Dickens en vacaciones, aunque antes, a modo de aperitivo, leí Doctor Marigold. En verano, por fin, leí una de sus más largas y conocidas obras, Los papeles póstumos del Club Pickwick, pero, como no pude hacerlo en las mejores condiciones, me resarcí más tarde con Historia de dos ciudades. En resumen, que en agosto este ya era mi «año Dickens», ¿así que cómo no terminarlo con Canción de Navidad?
Claro que una cosa es leer y disfrutar esta pequeña obra y otra reseñarla, porque, ¿quién no la conoce? Si no por haberla leído, sí por haber visto en cine o televisión varias de sus mil adaptaciones.
Como todo el mundo, algunas he visto, pero me quedo con la lectura: con el cariño que el autor pone en el relato, con el modo en que transmite su deseo de bondad, con que en cada página palpita la ilusión de hacer de la Navidad un periodo mejor. Se diría que fue escrita como una especie de regalo navideño. Y menudo regalo, porque la escritura exige tiempo y el tiempo, como decía José Luis Sampedro, es vida.
Hablo de todos esos buenos deseos porque hasta el protagonista, el avaro Ebenezer Scrooge, muestra desde el principio el talante necesario para mejorar. Es un tipo que de puro tacaño y avaricioso no se lleva bien ni con su sombra, pero con la mente lo bastante abierta como para ver al mirar. El argumento es conocido: a punto de llegar la Navidad, al usurero Scrooge se le aparece el fantasma de su antiguo socio anunciándole la llegada sucesiva de otros tres espíritus: los de las navidades pasadas, presentes y futuras. De la mano de cada uno de ellos Scrooge se reencuentra con su infancia y juventud, ve aquello del presente que de otro modo tendría vedado, comprende que los demás son más generosos y más felices y acaba viendo que el más rico del cementerio está en las mismas condiciones que el más pobre, razones más que suficientes para metamorfosearse de vejestorio inaguantable en abuelete gentil. Todo basado en la idea que siempre me transmitieron de niño en casa: es más feliz quien da que quien recibe. Y es cierto.
Publicada cuando Dickens tenía solo treinta y un años, Canción de Navidad es un clásico que ha influido lo indecible. En la actualidad, con las librerías plagadas de novelas negras rezumantes de asesinatos truculentos detallados con obsesivo esmero, un texto como el de Canción de Navidad a muchos lectores les resultará moñas, pero quizá nos iría un poco mejor si todo el mundo fuera capaz de ponerse un poco moñas a la vez. Solo un ratito. Pero un ratito. Aunque solo sea para respirar.
Un clásico corto, tan conocido por sus secuelas y adaptaciones que bien merece la pena leerlo para que no sean otros los que te lo cuenten.
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