En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

jueves, 28 de junio de 2018

El color de la magia – Terry Pratchett




                Aunque Terry Pratchett (1948-2015) ha sido uno de los novelistas de humor más conocidos en las últimas décadas, no había leído nada suyo, problema que he remediado comenzando por el primer libro de su saga más conocida, la del Mundodisco, expresión que suena a discoteca ochentera pero que alude a un mundo fantástico, con forma circular en vez de esférica, donde no rige ni la física ni el sentido común, sino leyes bastante más sorprendentes y divertidas.

                El color de la magia es una novela que, por su argumento (las cuatro aventuras sucesivas de un turista ingenuo, curioso y atrevido –llamado Dosflores- con un pintoresco equipaje con patas y a quien se ve forzado a acompañar un mago de tres al cuarto llamado Rincewind) bien pudiera ser juvenil; sin embargo, aunque el argumento es el infinitamente repetido de dos personas metidas en problemas que se las ingenian para escapar de ellos ayudadas por casualidades y circunstancias con un punto cómico, hay dos motivos poderosos para que cualquier lector disfrute con esta novela: el prodigioso derroche de fantasía y el sentido del humor. La fantasía de Pratchett es verdadera magia.

                Contrariamente a lo que he leído en algún sitio, El color de la magia no tiene nada que ver con la ciencia ficción, y sí con la fantasía. De hecho, está más cerca de un pasado fantástico que de un futuro prodigioso. La imaginación de Pratchett es tan exuberante que se permite el lujo de lograr grandes efectos cómicos con sartas de disparates que, sin fundamento ni contenido inteligible, son una divertidísima parodia de cuanto asumimos sin entender en el mundo actual. Por otra parte, el papel que atribuye a la magia, como una especie de fuerza motriz del Universo, autónoma y solo sometida a sus propias reglas, tiene un indudable atractivo, al margen de lo gracioso que resultan los vaivenes entre las explicaciones de hechos grandiosos con otros domésticos, aunque a fin de cuentas es lo que sucede en la realidad: las mismas leyes que rigen el cosmos son las que permiten rascarse.

                No sabía dónde me metía cuando comencé a leer esta novela. Ahora sé que conviene afrontarla no tanto con la intención de seguir un argumento (que en sí mismo es bastante común, por no decir pobre, o una simple excusa para divertirse) sino con el espíritu de quien se dispone a ver un magnífico espectáculo de fuegos artificiales en el que, en cualquier momento, puede aparecer en el cielo una broma que le hará reír o una parodia en la que reconocerá una crítica.

                Por cierto, como bien sabe cualquiera con un poco de fantasía, el color de la magia es el octarino.

     

martes, 26 de junio de 2018

Las infamias de un vizconde y otros cuentos de Buen Humor – Enrique Jardiel Poncela



                
                Enrique Jardiel Poncela fue un genio del humor. Una de las razones es que escribió lo que le dio la gana y como le dio la gana, por extravagante o caprichoso que fuera, con lo que leerlo no solo te enfrenta a un ejercicio de humor, sino también de libertad.

                Lo mejor que se puede decir de esta recopilación de relatos es que merece la pena leerla. Hay muchas historias, casi todas muy breves, de tres o cuatro páginas, y unas cuantas solo algo más largas. Casi todas aparecieron en la revista Buen Humor en los años veinte del pasado siglo, cuando Jardiel era todavía un jovenzuelo con una trayectoria ya más que apreciable en el teatro, pero antes de dar a la luz sus principales novelas y sus mejores obras teatrales. El desparpajo, la osadía y el atrevimiento se ven en cada línea.

                Demasiadas historias para hablar de ninguna en concreto, pero sí para apuntar algunos elementos comunes a casi todas. El primero, que pronto se advierte que se trata de colaboraciones rápidas, frecuentemente apremiadas por el tiempo o el bolsillo, lo que hace que algunas de ellas –pocas- parezcan hechas para salir del paso, algo improvisadas. El segundo, en parte consecuencia del anterior, que Jardiel hace sonreír más con cómo nos cuenta las cosas que con el argumento en sí (que no se improvisa tan fácilmente), lo cual es especialmente visible en los finales, que rara vez son un colofón ingenioso, aunque hay uno que me ha hecho soltar carcajadas. Prima la forma, el absurdo aprovechando en gran medida los juegos de palabras, sobre el fondo. Por último, todas comparten cierto tono grandilocuente que refuerza el efecto cómico, en el que el autor nos habla desde la posición de superioridad de quien no solo conoce lo que va a contar sino que además pretende ilustrarnos a su manera y desde su peculiar modo de juzgar del mundo. En definitiva, una obra doblemente interesante: por su contenido y por lo que aporta para ver en perspectiva los primeros pasos de un autor magnífico.

                 

domingo, 24 de junio de 2018

Recomendaciones literarias




Leer novelas de humor es tan sano como regalarlas. ¿O acaso no te gusta sonreír y hacer sonreír? Por eso, de nuevo sin consultar con mi abogado, me atrevo a recomendar diez libros, pero en esta ocasión limito la osadía a novelas de humor. Para pasar el verano sonriendo.

No te pierdas la reseña: los disfrutarás más.



Allegro ma non troppo, de Carlo M. Cipolla

Papel 8,50€



El club de los mentirosos, de Mary Karr

Papel 21,85€


 



Los misterios de Madrid, de Antonio Muñoz Molina

Papel, 7,55€

Ebook, 5,69€

 



Duluth, de Gore Vidal

 


Sin noticias de Gurb, de Eduardo Mendoza


Papel, 9,45€
Ebook, 6,17€


 


La aventura del tocador de señoras, de Eduardo Mendoza


Papel, 8,50€
Ebook, 6,17€

 

El fantasma de Canterville, de Oscar Wilde


Papel, 6,75€
Ebook, 0,47€



 

Amor se escribe sin hache, de Enrique Jardiel Poncela


Papel, 11,40€


 

El caballo desnudo, de José Luis Sampedro


Papel, 9,45€
Ebook, 6,64€

 


La conjura de los necios, de John Kennedy Toole


Papel, 11,30€
Ebook, 8,40€

                

Reflexiones sobre literatura y humor



"El humor, tanto en la vida como en la literatura, nos ayuda a volver a vivir, a resucitar. Cuando alguien sufre, el humor ayuda a transformar la naturaleza de ese sufrimiento, a convertir el dolor en risa. Y, una vez aparece la risa, podemos ponernos serios"





lunes, 11 de junio de 2018

El asesinato de mi tía – Richard Hull




                He aquí una novelita publicada en 1934 en la tradición del humor inglés de principios del siglo XX, que en parte recuerda a Wodehouse, esa clase de novelas con un tipo de humor y un entorno que décadas más tarde desembocaron en Tom Sharpe.

                ¿A qué me refiero? Al marco espacial –la campiña, en este caso en Gales- con su casa solariega, y a unos protagonistas de clase media-alta venida a menos, gruñones y protestones que están reñidos con el mundo por estar presos de sus manías y de unos valores obsoletos que les hacen creerse muy por encima del vulgo en cuestiones estéticas, de decoro y de buen nombre.

                El protagonista, Edward Powell, es un joven gordinflas con ínfulas cuyo diario forma la mayor parte de la obra. El afectado modo en que se expresa y cómo maquilla y deforma la realidad permiten al lector divertirse al no dejar de adivinar las enormes diferencias entre la realidad y lo que se le cuenta.

                Edward está harto de su tía Mildred, con la que se ve obligado a vivir y de la que depende económicamente. Ambos se aborrecen y mortifican continuamente, pero la tía está en situación dominante porque Edward no solo es un inútil incapaz de ganar un penique, sino que, además, aunque se crea listo es incomparablemente tonto.

                De ahí que el día en que la paciencia de Edward llega al límite la única solución que se le ocurre es eliminar a su tía. Debe hacerlo, claro está, de modo que no dé con sus huesos en la cárcel. En resumen, «que parezca un accidente». A partir de aquí conocemos sus estrambóticas ideas y reflexiones, las ofensas que sufre o cree sufrir, aquellas que inflige creyendo hacer justicia, las ocurrencias, reflexiones, experimentos y cautelas que adopta. Ni que decir tiene que el hombre es un desastre cuya manifiesta petulancia impide que el lector lo vea como él desea, y así antes lo ve disfrazado que elegante.

                Cierto es que, de puro concienzudo e inútil que Edward resulta, llega a crearse cierta complicidad con el lector, a lo que no ayuda poco el seco e inquisitorial carácter de la tía, lo cual no deja de producir una sensación incómoda: ¿cómo sentir alguna simpatía hacia un proyecto de asesino? Además, durante tres cuartas partes de la novela ocurre lo que en muchas de las que he aludido al principio: se trata de una historia «de situación» en la que la gracia no está en cómo avanzan las cosas –no lo hacen hacia ningún sitio- sino en observar la cabalgata de los sinsabores de Edward, lo que hace que resulte repetitiva. Sin embargo, hay que llegar al final pues es en él cuando vemos que la novela sí ha ido avanzando sin que nos diéramos cuenta hasta llegar a ese final y, sobre todo, a un último párrafo genial en el que la broma del autor hacia el lector, a cuenta de la novela en su conjunto, dota de un sentido nuevo a todo. No explico el motivo para no chafar la sorpresa a nadie, pero sí digo que es toda una maravilla del humor que, por sí sola, hace que merezca la pena leer El asesinato de mi tía


jueves, 7 de junio de 2018

Llámala Siboney – Julián Ibáñez




                Hace más de una década que la novela negra está de moda, pero muchos de los títulos más vendidos estos años son morralla comparados con las novelas de Julián Ibáñez (Santander, 1940), un autor cuya obra responde con exquisita pulcritud al origen del género y al que nadie podrá acusar de apuntarse a una moda. Llámala Siboney, por ejemplo, se publicó en 1988. Ibáñez es, con diferencia, uno de los mejores autores de este género. Es una pena que no sea más leído.

                El protagonista, Novoa, que se dirige en primera persona al lector, es un tipo peculiar, solitario, duro, que lleva poco tiempo trabajando en un desvencijado despacho de una localidad de cinco mil habitantes y vive en un hotel. Trabaja como asalariado en una empresa de intermediación en el mercado de cereales; creo que antes, en Mi nombre es Novoa (1986) -que aún no he podido leer- había tenido algún otro empleo en otro lugar. Llámala Siboney comienza cuando un día caluroso, a las cuatro de la tarde, Novoa entra al pequeño edificio donde está la oficina y, de pronto, una mujer rubia le atiza en medio de la jeta un tremendo trastazo con un trozo de tubería y luego sale pitando. No hay indicios de que haya robado algo, ni de de que haya hecho ninguna otra cosa. Solo estaba allí y le ha dado el porrazo.

                Novoa apenas acierta a tener una ligera impresión sobre el aspecto de la mujer. Con este único dato y sin saber exactamente por qué, intenta localizarla por el pueblo. Sus preguntas aquí y allá tienen consecuencias inesperadas, a las que hace frente con una determinación solo fundada en lo duro de su carácter y en lo poco que tiene que perder quien no tiene más que su propia soledad y un amor propio intenso y decidido pero no atolondrado. Gitanos, chavales con buen coche, coches color butano, Mercedes blancos, una muerte, el cuartelillo de la Guardia Civil y la finca de unos tipos adinerados se mezclan en el ir y venir de un Novoa que navega sin un objetivo claro, asumiendo el riesgo de ser tanto víctima como imputado en un crimen en el que nada tiene que ver. En el más fiel estilo de la novela negra, nadie está completamente limpio, todos tienen algo que esconder o un interés que salvar, por lo que todos juegan al despiste aunque luego, poco a poco, a medida que alguien va descubriendo contradicciones, cada uno termina demostrando quién es, qué pinta allí y por qué hace lo que hace o dice lo que dice.

                Pero aunque la trama es interesante y solo al final se acaba desenmarañando la madeja que antes, poco a poco, se ha ido enmarañando ante el lector, lo mejor es el lenguaje, el control de los tiempos, de la expresión, el modo en que la forma aparentemente seca y cortante consigue formar parte del fondo de la novela y construir la personalidad del protagonista. Lo dicho: Julián Ibáñez es un grandísimo escritor.

                Una pequeña joya de la novela negra muy superior a casi todo lo que ahora se vende pero que, por desgracia, está descatalogada.


martes, 5 de junio de 2018

La felicidad de los ogros – Daniel Pennac




                Publicada en 1985 (en España en 1989), La felicidad de los ogros es la primera novela protagonizada por Benjamín Malaussène, un joven al frente de una familia formada por un sinfín de hermanos con madre común (que regresa a casa cada cierto tiempo pero solo para dejar un nuevo vástago) y padres variados y desconocidos. Todos los hermanos viven juntos, con excepción de una de las hermanas, embarazada, que no tiene muy claro dónde va a estar. La familia vive en París, en el no muy pimpante barrio de Belleville. Malaussène trabaja en unos grandes almacenes como «chivo expiatorio»: cuando algún cliente ha sufrido problemas con cualquier producto, se finge que Malaussène es el responsable y, delante del reclamante, le cae una bronca demencial, improperios de todos los colores y la promesa de enviarlo al paro y a galeras si fuera posible; a todo lo cual responde Malaussène suplicando, llorando, implorando piedad... de modo que el reclamante acaba por no presentar la denuncia para evitar que caiga sobre su conciencia la suerte del desgraciado e incompetente Malaussène. A ojos del cliente, Malaussène es un pobre desgraciado; a ojos de la dirección del centro, un fantástico y bien pagado profesional que les ahorra mucho dinero.

                La novela juega a dos cosas. La primera, a darnos a conocer el pintoresco mundo de Benjamín Malaussène y los suyos, incluyendo el entorno laboral, lo cual hace de forma algo confusa al principio, pues de no saber nada sobre estas novelas el lector tardará algo en enterarse de que algunas de las damas que rodean a Benjamín son sus hermanas y no otra cosa.  La segunda, la trama que permite hacer avanzar la novela hacia el conocimiento de esta panda es también singular: una serie de explosiones en el centro comercial, de alcance limitado pero siempre con víctimas, y en las que Malaussène se ve a medias envuelto y a medias en disposición de aclarar.

                Con tan insólitos mimbres y el modo en que el asunto queda resuelto podría pensarse que se trata de una novela disparatada. Pero no. Y en este logro radica gran parte del mérito de Daniel Pennac: La felicidad de los ogros, pese a lo irreal de las situaciones, se lee con sensación de verosimilitud. Unamos que Malaussène tiene un oficio estrafalario pero él no lo es -al contrario, es un hombre con un sentido común más que notable y un humor que, casi siempre de forma entre irónica y socarrona, se dedica a sí mismo para hacer más llevaderos los disgustos- y acabaremos de comprender cómo algo tan extravagante puede leerse como real.

                La felicidad de los ogros es una novela de humor constante pero sutil e inteligente precisamente porque el personaje ve todo tan extraño –incluso su propia vida y su trabajo- como lo ve el lector. Una obra escrita para provocar más sonrisas que carcajadas y que más allá de las situaciones que describe da a conocer a unos personajes tan admirables por cómo salen adelante como por su falta de pretensiones. Es muy difícil no encariñarse con Malaussène y los suyos si tenemos en cuenta todo lo que Benjamín sacrifica por ellos: su vida entera, tanto en lo profesional como en lo afectivo y hasta en lo meramente sexual, está condicionada por la necesidad de sacar adelante a sus hermanos, y él asume el sacrificio con naturalidad y generosidad.

                Sí me atrevo a ponerle un «pero»: el desarrollo de la «investigación» aparece con un retardo lo bastante largo como para que durante una parte del libro se tenga la sensación de estar dando vueltas y vueltas a la espera de algo que lance la historia hacia delante. Pero esto es solo una critiquilla: La felicidad de los ogros me ha gustado lo suficiente como para haber comprado ya el segundo libro de la saga.

                Lo que no acabo de entender es que esta novela se califique de «novela negra», como en algún sitio he visto. Negra, negra, lo que se dice negra...



domingo, 3 de junio de 2018

Reflexiones sobre literatura y humor



"Hay mucha gente que se le llena la boca de Cervantes, del humor, “a mí me encanta el humor…”, pero en la práctica, cuando se enfrentan a un libro cervantino, humorístico… ¿Qué es un libro cervantino? Vamos a definir qué es un libro cervantino. Mira, un libro cervantino es un libro que aparentemente no tiene importancia y que, sin embargo, debajo de él, si lo lees con una cierta atención, es una bomba de relojería."

Antonio Orejudo. Entrevista en Zenda.