«Lo que le ocurrió a Pepe después de muerto» era el título original de esta obra de teatro, pero la prudencia aconsejó cambiarlo porque su estreno en Madrid se produjo en el otoño de 1939, con muchos muertos recientes y muchos otros que seguían muriendo en las ejecuciones que siguieron a la Guerra Civil, muertos, unos y otros, a los que les ocurrían muchas cosas y ninguna buena: desde la ignominia programada hasta la desaparición de sus restos.
Un marido de ida y vuelta se cuenta entre las obras de Jardiel que él mismo calificó como «sin corazón» y que encumbró –modestia aparte- como perfectas por haber seguido exclusivamente el dictado de su apetencia al estar ya consagrado y no tener que hacer méritos ante el público dándole lo que el público estaba acostumbrado a recibir del teatro español de la época.
La obra cuenta la historia de Pepe, que, vaya por Dios, se muere mientras preparan una fiesta de disfraces y, por eso, se muere vestido de torero. La consecuencia es que con tan distinguido atuendo se ve obligado a deambular por ahí su fantasma.
Pero Pepe, en vida, había pedido a su amigo Paco que, en el caso de que Pepe dejara viuda a Leticia, Paco no se casara con ella.
Con la idiosincrasia propia de los personajes femeninos de Jardiel, ¿qué quiso hacer Leticia en cuanto quedó viuda y se enteró de esa petición? Pues casarse con Paco, porque nada hay tan atractivo como lo prohibido.
Las cosas no son fáciles, sin embargo. Primero, porque Leticia a quien quería era a Pepe y si lo sustituye por Paco es por haber tenido Pepe el mal gusto de haberse muerto. Y, segundo, porque Pepe, devenido en fantasma, sigue enamorado de Leticia. ¿Y el pobre Paco? Lo sabrá quien lea (o, mejor, vea, la obra).
La profusión de situaciones equívocas, absurdas, disparatas y el uso de hilos argumentales que juegan con el doble sentido de las palabras da a la obra una agilidad tremenda y un interés sostenido. Además, Jardiel logra suscitar una permanente expectación, porque cuando los fantasmas aparecen en escena las reglas de la lógica quedan abolidas y el público ya no sabe qué puede esperar a cada frase.
Una obra divertida, brillante, con la que si el espectador quiere puede reflexionar sobre el concepto de lealtad, que, para Jardiel, a menudo parece mucho más importante que el amor, sentimiento este último al que sometió a no pocas chanzas y sátiras.
No hay comentarios:
Publicar un comentario