En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

lunes, 27 de junio de 2022

El Tercer País – Karina Sainz Borgo

 



Si el éxito de una primera novela ha sido o no circunstancial a menudo lo deciden las segundas. En ellas, el talento de quien las firma se enfrenta a las presiones, impuestas o autoimpuestas, derivadas de las oportunidades mercantiles abiertas por el éxito previo.  Que el autor sea capaz de ser fiel a sí mismo o sacrifique algo a esos otros intereses puede determinar el rumbo de su carrera literaria: ser él mismo o ser uno más.

Menciono esto porque lo tenía en la cabeza al leer esta novela. He seguido a Karina Sainz Borgo desde mucho antes de que publicara La hija de la española. Me alegró el enorme éxito de su irrupción en el mundo literario y, como aprecio su escritura, por lo que he dicho en el párrafo anterior no podía evitar sentir cierto temor a la hora de leer esta segunda novela.

Bueno, pues ¡uf! El Tercer País es un novelón mayúsculo, tan ambicioso o más que La hija de la española; un texto que ha buscado un argumento complicado, exigente y duro, nada que ver con lo comercial, e íntimamente relacionado con las grandes historias que hacen a los grandes autores. Añadid el dominio del lenguaje y la capacidad de crear imágenes hermosas con las materias primas más desdichadas y sórdidas y el resultado es el que he dicho: una novela magnífica cuyo estrecho parentesco con los mejores autores latinoamericanos del siglo XX es más que evidente. 

          Como La hija de la española, El Tercer País está protagonizado casi en exclusiva por mujeres, sin que eso suponga reivindicación expresa alguna, aunque es evidente que Karina Sainz es hija de su tiempo y que es tiempo de que la historia también sea de las mujeres. 

        E historia, hay mucha en esta novela. Una historia  intemporal porque la pobreza, que consiste en no tener nada, también lo es. Nada es nada ahora y hace diez siglos. Y eso lo que tiene la protagonista de la novela: nada. Nada le ha quedado tras escapar de la peste que amenaza su vida y la ha lanzado a la penuria nómada junto a su desnortado marido y sus dos hijos recién nacidos. Solo las referencias a coches o teléfonos móviles permiten situar en el presente una historia que, sin ellas, podría transcurrir en cualquier momento de la historia.

Dos fuerzas tan poderosas como la muerte y el amor a los hijos confluyen de inicio. La huida de Angustias y su familia los conduce hasta un territorio fronterizo, esos lugares creados por el ser humano para culminar las penalidades de cualquier éxodo; lugares que muestran como ningún otro las diferencias entre las dos únicas razas que en verdad existen: la de quienes tienen y la de quienes no, reducidos estos a molestas alimañas que los primeros mantienen tan lejos como es posible para que, azuzados por la necesidad, se devoren entre sí, y, en todo caso, permanezcan siempre al otro lado de esas vallas que vistas desde el trágico exterior son un paredón de fusilamiento y, desde el confortable interior, un cómodo método de protección.

Los hijos de Angustias mueren antes siquiera de haber sido conscientes de sí mismos y de su propia dignidad, la memoria de la cual es lo único que de ellos puede conservar su madre. Como cuando no se tiene nada no se tiene ni dónde caer muerto, la prioridad de la muchacha pasa a ser encontrar una sepultura que sustente esa memoria, que será también esa dignidad, aunque los ataúdes que cobije sean unas pobres cajas de cartón. Lo consigue en un cementerio ilegal, El Tercer País, organizado, dirigido y gestionado por una mujer, Visitación Salazar, que desde la primera línea es un personaje inolvidable que se mueve con desenvoltura y naturalidad entre lo heroico y lo mítico. ¿Y por qué? Porque Visitación Salazar no tiene miedo. Ni a la muerte, ni a nadie; y sí posee un profundo sentido de la dignidad.

La memoria de sus hijos ata a Angustias a ese lugar y, por tanto, a Visitación, mientras su marido desaparece. El Tercer País es, además, un lugar en disputa reclamado –siquiera sea para negociar entre ellos- por el cacique local, que pone y quita alcaldes como quien pone y quita mayordomo, y por la guerrilla. Qué obscena resulta una disputa crematística que voluntariamente ignora la dignidad de los muertos y de quienes les lloran. 

Así desembocamos en lo que desde el inicio es el meollo de la novela: el que nada tiene zarandeado por los vientos de quienes detentan el poder del dinero o de las armas. La eterna historia de la lucha de la dignidad contra la injusticia, del grande contra el pequeño, de quien se contenta con algo tan frágil como conservar la memoria de los suyos contra quien niega a los demás hasta el derecho a los sentimientos. Un tema intemporal en el que todos los grandes escritores han dejado su huella. Karina Sainz, también, y El Tercer País, una magnífica obra con un bello final, merece un hueco entre esas grandes novelas.




lunes, 20 de junio de 2022

Breve tratado sobre la estupidez humana – Ricardo Moreno Castillo

 



          La obra, entretenida y amena, cumple lo de «breve» pues se lee de una sentada, a la vez que la mezcla en el título del término «breve» con «tratado» y algo tan inmenso como la «estupidez» anuncia cierta voluntad humorística. 

          Lo que no es este opúsculo es original ni ambicioso. Cualquiera que haya leído algunas de las más famosas obras sobre la estupidez humana reconocerá aquí muchas de sus ideas. Esta obra tiene más de recolección que de reflexión; y poca ambición puede tener un texto que renuncia a definir la estupidez, que es algo desordenado en la exposición y que no persigue un fin concreto, más allá del permanente aviso de que la estupidez es infinita y acecha al mundo desde los tontos a tiempo completo y desde los tontos a tiempo parcial, que son todos los demás. En qué grupo estamos cada uno, habrá tantas opiniones como opinantes. 

          El uso del término «tonto» con profusión ya indica el tono de la obra, comienza hablando de innominados tontos domésticos cuyas lamentables habilidades y motivaciones de tan amplias y generales seguro que encajan en personas del entorno del lector, cuando no en él mismo. Pero enseguida abandona ese tema el autor para centrarse en la estupidez en la política, lo cual creo que es su objetivo. A mí me ha gustado más lo primero, amén de que me resulta más útil identificar la estupidez cercana, incluida la propia, a la evidente y descontada a que el autor alude al hablar de la política, porque entonces no entra en sutilezas y se zambulle en el cómodo y facilón mundo de criticar excesos evidentes para casi todos.

          A diferencia de divertidos y agudísimos libros sobre la estupidez, como el «Elogio de la locura», de Erasmo de Rotterdam o el ingeniosísimo «Allegro man non troppo», de Carlo María Cipolla, este «breve tratado» no toma distancia para contemplar e identificar al tonto desde una perspectiva, digamos, condescendiente, paternal o fingidamente analítica (lo que tan grato y humorístico resulta). El autor embiste contra los tontos haciendo del texto algo parecido a la larga arenga de un vehemente tertuliano de radio hábil por su capacidad para repartir, con una pátina de humor, zurriagazos desde su pedestal; zurriagazos justificados uno a uno con razonamientos de apariencia contundente pero superficiales y engañosos. ¿Esto es bueno o malo? Yo prefiero la ironía, pero el reparto de leña tiene muchos incondicionales.

          Son varias las diferencias con otras obras de este tipo que he leído:

          La primera, ya la he dicho, el tono, cerca de lo rabioso y opuesto a lo irónico. El autor no ha escrito para alertar de los tontos, sino para combatirlos.

          La segunda, consecuencia de la primera, es que la verborrea acaba arrastrando al propio autor hasta situarlo en varias ocasiones en puntos en los que no cabe sino bajar la cabeza y el tono porque la conclusión inevitable de cuanto lleva dicho es que todos somos tontos, rematadamente tontos. Todos. Incluso él. Llegado a esos puntos, suele cambiar de tema.

          Tercera, pese a que la portada evoca una estupidez secular, los ejemplos que utiliza el texto están apegados a la actualidad política española, aunque el texto esté salpicado de algunas citas de autores clásicos para ejemplificar (permítaseme la ironía de utilizar precisamente esta frase hecha) que no hay nada nuevo bajo el sol.

          Y, cuarta, ese apego por la actualidad exigiría, para corroborar la tesis de que la estupidez es universal, dos circunstancias que no se dan: la primera, que el autor hubiera encontrado ejemplos en todas las «ideologías» que, como bien dice, sustituyen a las «ideas». Pero solo los ha encontrado en la izquierda (a la que se refiere usando el término «progre») y en los nacionalismos; ningún ejemplo ha encontrado en la derecha. La segunda circunstancia es que si bien en los ejemplos puestos tiene mucho de facilona razón a la hora de criticar los delirantes excesos en los que han caído muchos políticos y adláteres, acaba juzgando el todo por la parte sin tener en cuenta los demás factores del todo, lo que implica un posicionamiento no precisamente argumentado, ¡con todo lo que se ha censurado la falta de argumentos como uno de los fundamentos de la estupidez! El resultado de estos dos factores, en una sociedad tan enfrentada como lo es en estos momentos la española, es que este «breve tratado» acaba siendo una obra militante.

          Una pena que un texto divertido y con ideas útiles que, aunque no originales, conviene recordar a menudo, se desvíe así. El supuesto objetivo inicial queda desvirtuado, y uno se pregunta si esta obra con tantos ejemplos de tontos de izquierda y nacionalistas no estará escrita para adoctrinar a los tontos de derecha. A saber. Puede que sí. Puede que no. Que el autor no haya sido capaz de encontrar ejemplos en una parte del espectro político puede deberse a cualquiera de estas dos circunstancias que él mismo proclama como inevitables: que la estupidez nos aqueja a todos, incluido él, o a que las personas tendemos a considerar inteligente a quien piensa como nosotros.

          Pero no sé si lo que acabo de decir es una crítica: bien mirado, encontrar elementos tontos en estas páginas no hace sino reforzar la tesis del autor.


miércoles, 15 de junio de 2022

Diez libros que me he alegrado de leer

 

        Como otros veranos me permito dar unas cuantas sugerencias de lectura basadas en libros que he leído y reseñado en los últimos meses (en esta ocasión, desde enero) y que me he alegrado de leer. Aquí los tenéis, junto a una breve razón por la que los he elegido. El título enlaza a la reseña.






El túnel, de Ernesto Sábato

Un clásico breve para reflexionar sobre la violencia sobre las mujeres.











Las aventuras del valeroso soldado Schwejk, de Jaroslav Hasek

Un inconcluso clásico de la literatura checa que, desde el humor, denuncia la sinrazón de la guerra.











De qué hablo cuando hablo de correr, de Haruki Murakami

O cómo podría ser mi vida si viviera de la literatura. Quizá por eso me gustó tanto.











Mi idolatrado hijo Sisí, de Miguel Delibes

Magnífico y osado alegato antibelicista de uno de los más grandes escritores españoles.











La cuenta atrás para el verano, de La Vecina Rubia

El mérito de haber sabido identificar y contar lo tanta gente disfruta leyendo es inapelable, y su lectura deja un recuerdo muy grato.











Manhattan nocturne, de Colin Harrison

Novelón negro distinto al resto, pero sin alejarse de la esencia del género.



 








Que se mueran los feos, de Boris Vian

Un clásico de la literatura de humor basado en la caricatura de tópicos.











La llamada de la selva, de Jack London

Porque a todos, antes o después, nos llama la selva.











Alguien habló de nosotros, Irene Vallejo

Porque desde que alguien habló de nosotros ya no hemos dicho nada nuevo.











Fahrenheit 451, de Ray Bradbury

Porque la cultura puede ser aniquilada de muchas maneras.




lunes, 13 de junio de 2022

Doctor Marigold - Charles Dickens

 



        Probablemente para apreciar mejor esta breve obra haya que conocer la vida de Charles Dickens mejor de lo que yo la conozco, porque la sinopsis avisa de que el autor dejó mucho de sí mismo en el protagonista, un hombre cuyo nombre de pila es Doctor en homenaje al médico que lo ayudó a nacer. Doctor Marigold es un buhonero, un vendedor, un chanrlatán que recorre el país en un carromato anunciando a gritos su mercancía, intentando seducir a los compradores con gracia e ingenio. La historia está compuesta por las dos partes que escribió Dickens de una historia algo más larga publicada por entregas y cuyos restantes capítulos escribieron otros autores.

       Las dos partes se diferencian bien. La primera tiene mucho de presentación y, de algún modo, de crítica social no exenta de humor, si no es que el humor no fue un escudo para prevenir problemas; en la segunda se narra la adopción de una niña sordomuda y el modo en que la vida de ella y del buhonero evolucionan a partir de ese encuentro y cómo de la conjunción de amor, sacrificio y constancia puede surgir lo mejor. 

        Escrita en gran medida en el animoso y exaltado tono del charlatán, la historia que, quizá por su brevedad y por el tono desenfadado con que Marigold se dirige al lector, puede parecer menor, es en realidad es una historia bonita, contundente y además, como he dicho al principio, interesante para quienes estén especialmente interesados en la figura de su autor. 

          Lectura tan rápida e intensa que pocas excusas hay para no hacerla y acercarse, aunque sea tímidamente, a uno de los grandes de la literatura.



lunes, 6 de junio de 2022

La tercera virgen - Fred Vargas

 



Serie Adamsberg, 6


        No niego que esta novela es entretenida e interesante, pero tampoco que Fred Vargas la ha usado para dar un paso más (y grande) para alejarse de cualquier realismo y meter los dos pies en un mundo a medias fantástico y absurdo donde las soluciones disparatadas encuentran acomodo con plácida naturalidad. Por ejemplo, ¿por qué angustiarse por tener que encontrar, en tiempo récord, a una persona desaparecida -y probablemente secuestrada o asesinada- en una gran urbe como París? ¿Por qué preocuparse de algo así cuando se dispone de última tecnología policial, que consiste en soltar, en mitad de la calle, al gato de la persona desaparecida? Luego basta seguir disimuladamente al minino para localizar a la persona en cuestión así esté, entera o en cachitos, en la casa de al lado o a cincuenta kilómetros. 

        Esta es la sensación que me ha producido esta novela, en la que Adamsberg pasa de ser un tipo maniático y raro a ser una especie mente conectada no se sabe si con los astros, con la eternidad o con el planeta entero, desde gatos hasta musgo. Más que de una novela negra o policíaca, estamos hablando de una mezcla de géneros con un toquecillo de realismo mágico más mágico que realista. 

        Yendo al argumento concreto, Fred Vargas, como suele ser habitual en el género, entremezcla dos historias: una, la trama concreta de cada novela. Otra, la vida del protagonista. 
        
        Respecto a la trama, encontramos vírgenes asesinadas, tumbas profanadas, fantasmas y otras cosillas cuyos nexos de unión son tan novelescamente diseñados que casi emparentan la novela  con el humor. El objetivo de la novela está claro: averiguar quién ha sido el malo y por qué hace estas cosas tan extravagantes. Pero además, como he dicho, en esta investigación confiada por el comisario no a los datos y a los procedimientos policiales sino primero a la fantasía, luego a la más inaudita chiripa y, finalmente, a la inspiración, interfiere el pasado del comisario en forma de un policía que se expresa con versos alejandrinos. Sí, como suena. Un tipo de origen bearnés, como el propio Adamsberg, lo cual, tal y como lo cuenta Fred Vargas, parece implicar algo así como un origen tribal  donde el destino impone los hechos y sus consecuencias más allá del tiempo y las circunstancias. 

        Lo dicho, una novela entretenida, divertida (quizá sin pretenderlo) y que supone una mezcla de géneros que dulcifica hasta el extremo los asesinatillos y esas cosas y donde lo mejor, sin duda, son las sorpresas que se lleva el lector, pues donde la racionalidad flojea nada es previsible y maravilla que las cosas encajen aunque sea gracias a Adamsberg Merlín. 




jueves, 2 de junio de 2022

Fahrenheit 451 - Ray Bradbury

 



        El título hace referencia a la temperatura a la que arde el papel porque el protagonista de la historia, Montag, es un bombero del futuro cuyo trabajo no consiste en apagar fuegos (porque las casas son ignífugas) sino en quemar libros. Y es que las autoridades han dispuesto la quema de todos los libros y de sus propietarios, pues las ideas que difunden pueden descarriar al una población a la que se ha dotado de una felicidad artificial a través de desarrollos tecnológico. 

        Que hay algo más allá de esa felicidad artificial Montag lo descubre cuando conoce a una joven vecina capaz de disfrutar de la belleza de las pequeñas cosas, lo que hace germinar algo que, por algún motivo, ya estaba sembrado en su mente. A partir de aquí, cuando el lector ya lo sabe un proscrito, se inicia una historia de descubrimiento o no del culpable y su persecución que es solo la estructura sobre la que se mantiene un mensaje no a favor de los libros o la literatura, sino a favor del conocimiento. 

        Siempre puede haber alguien tan tonto como para tomarse este tipo de novelas como arriesgadas profecías que deban cumplirse al pie de la letra bajo pena de descrédito, cuando en realidad son avisos metafóricos. Como señaló Javier Tomeo en el prólogo de la edición que he leído, en la actualidad ya se han producido efectos similares a los que se describen en Fahrenheit 451 pero a través del mecanismo inverso: la profusión de libros. Se publican tantos millares de libros vacíos e insulsos, la catarata de películas, series, videojuegos sin sustancia es tal, el ir y venir de las modas es tan contundente que cada vez está más arrinconado el pensamiento crítico y la opinión propia. Son mayúscula mayoría las novelas que no cuentan nada que no se haya contado antes, que no intentan ir un poco más allá en la comprensión del mundo, que buscan solo divertir, entretener o sorprender sin necesidad de pensar. Las que pretenden algo así son una minoría arrinconada por la necesidad de vender más y más que lo que pone a la venta es material de fácil digestión, como el que no pasa por la cabeza. Leyendo la novela, a la luz del prólogo, me he acordado varias veces de esas noticias que a veces surgen y sobre las que tantos conocidos de cualquier de nosotros (quizá también alguno de vosotros) no sabe qué opinar hasta que su partido o sus medios de comunicación no se posicionan. El grado en que, en la actualidad, la opinión propia sobre los temas relevantes es en realidad ajena es espeluznante. El camino seguido ha sido el opuesto al señalado por Bradbury, pero solo aparentemente, porque lo que denuncia Fahrenheit 451 es, en realidad, que la política del pensamiento único es más sencilla de instaurar cuanto más se controlan los mecanismos por los que las personas podemos, o no, reflexionar por nosotros mismos y sobre nosotros mismos. 

        Fahrenheit 451 es, en definitiva, una llamada a conservar la individualidad mejorada por lo que de bueno pueden aportarnos los demás, evitando el permanente peligro de que el poderoso trate de convertir al resto en un manejable rebaño.