En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

miércoles, 31 de octubre de 2018

El sueño eterno - Raymond Chandler



              No hay conversación, tertulia o programa de radio sobre novela negra donde no se cite y elogie a Raymond Chandler, uno de los padres del género y, también, padre del célebre detective Philip Marlowe.

              Ocurre, sin embargo, que como hasta hace pocos años apenas había leído novela negra todavía no conocía a Chandler, así que cuando he participado en esos actos me he limitado a poner cara de «pues sí». El remedio ha comenzado, original que es uno, por la primera de sus novelas: El sueño eterno, publicada en 1939 y reeditada constantemente desde entonces.

              No me resulta fácil opinar de ella. Cuando has escuchado tanto resulta imposible prescindir de toda la información previa, y en lugar de dejarte sorprender acabas, sin pretenderlo, comprobando si lo que lees encaja en lo que te han contado. O al menos así he leído al principio, muy a mi pesar, hasta que por fin me he olvidado de todo y me he dejado llevar por la lectura. O, mejor dicho, la lectura me ha absorbido.

              Si a partir de Chandler y unos pocos como él creció un género que, desde entonces, lleva casi un siglo estando periódicamente de moda, es bueno preguntarse por qué. No es sencillo responder desde el presente, porque el ejército escritores apuntados a la moda ha hecho que lo que en su día fue original ahora sea común hasta el aburrimiento. El gran mérito de la novela negra surgida en la primera mitad del siglo XX radica en popularizar un género vendido como menor, para gente con pocas pretensiones intelectuales, pero que conseguió entretener y lo hizo con una calidad literaria notable, bien que limitada más al uso del lenguaje y a la estructura de las historias (cuya importancia, cuando de generar intriga se trata, es superior) que a contar las razones del ser humano, aunque respecto a estas últimas los personajes límite, capaces de cometer crímenes o de permanecer impasibles ante ellos, despierten interés y faciliten ciertos análisis. Otra razón que explica su éxito es que hasta entonces se habían desarrollado las novelas de intriga «de salón», mientras que la novela negra en sentido estricto es la primera en descender al barro de la acción y la violencia y, por tanto, a sus causas y modos, lo cual, además, iba acompañado de unas referencias sexuales que también llamaban la atención.

              Todo esto encontramos en El sueño eterno. Alusiones sexuales, violencia, intereses innobles… y todo contado en primera persona por Marlowe, un tipo demasiado duro y socarrón como para ser realista -como tampoco lo son muchos de sus métodos o las situaciones en las que se ve envuelto- pero tan bien retratado que acaba dándonos igual que no lo sea.

              El argumento, una excusa para lucir todo lo que acabo de decir: Marlowe es contratado por un ricacho; lo que se le pide no es lo que todo el mundo cree, ni lo que va encontrando se corresponde a sus expectativas. ¿Qué hay de verdad en la petición y en lo que cada uno piensa? ¿Y cómo interfiere la propia personalidad del detective y sus propios objetivos, cuando no su compromiso consigo mismo? El interés del argumento es componer el puzle, pero lo mejor de la novela es el desenvolvimiento de los personajes.



 

 Y la película, que también fue estupenda.

 

viernes, 26 de octubre de 2018

Agua verde, cielo verde – Mavis Gallant



              Las relaciones entre padres e hijos es argumento recurrente en la literatura. Es el caso de Agua verde, cielo verde, breve y magnífica obra de la autora canadiente Mavis Gallant, que publicó en 1959 y que a España ha llegado de la mano de Impedimenta.

              Pero que sea una magnífica novela no quiere decir que sea de lectura tranquila. Leerla produce inquietud y desasosiego, porque nada de lo que se cuenta es agradable. Las dos protagonistas, madre e hija, viven en una situación de mutua dependencia tras la huida de la primera de los Estados Unidos tras una infidelidad. Pasan la vida en Europa, alternando vacaciones aquí y allá con la vida en París, donde la hija acaba casándose e instalándose con la madre a cuestas mientras el marido se ve continuamente en una complicada situación.

              Con un lenguaje certero y una prosa limpia, sin florituras y muy eficaz, Mavis Gallant se mueve entre el presente y el pasado relatando muy pocos episodios de la relación entre ambas, pero tan elocuentes y significativos que el infierno que cada una de esas dos mujeres representa para la otra acaba formándose en la mente del lector. La destrucción de la personalidad a través del autoengaño de creer que se está aprovechando la vida, de eso trata Agua verde, cielo verde.

              Una gran novela corta que transmite más en pocas páginas que otras similares en centenares.


domingo, 14 de octubre de 2018

Offshore – Petros Márkaris




En la reseña de Hasta aquí hemos llegado expliqué por qué pretendo leer la serie entera del comisario Jaritos, de la que Offshore es el penúltimo título en estos momentos. Lo aviso porque Offshore no me ha dado motivos adicionales para terminar de leer la saga, sino que ha ratificado mi tesis de que el autor ha decidido aprovechar el éxito y sus últimos años en activo para publicar lo que sea. Offshore es un despropósito.

                Trataré de explicar por qué:

                -Porque a Márkaris, que ya jugó a brujo –y se dio un trompazo- cuando trató de anticipar la salida del euro de Grecia, Italia y España, le ha vuelto a dar por la «economía-ficción», y en esta ocasión un grupo de desconocidos hacen una campaña publicitaria que les permite ganar las elecciones en un santiamén con mayoría absoluta y, lo que es más sorprendente, llevar a Grecia, ¡en solo tres meses!, a una prosperidad desconocida desde hacía años. Nadie sabe de dónde viene la pasta, pero hasta el gato está eufórico. A ver quién es el guapo que puede imaginarse algo así y, falto de realismo, Márkaris no consigue darle la autenticidad necesaria.

                -Porque cuando Jaritos dice que no tiene ni idea de economía quien lo está diciendo en realidad es Márkaris. Personaje y autor comparten una ignorancia sideral que hace calamitoso el intento de crear una trama en torno a un asunto tan de moda en los últimos años como la economía y, en particular, el flujo de capitales hacia paraísos fiscales. Repito: no hay realismo ni la autenticidad exigible cuanto se prescinde de éste. Más bien se da una imagen de «hombres de negro» que mueve a la risa.

                -Porque Jaritos (y Márkaris) también están reñidos con la informática más elemental, por lo que es mejor omitir según qué detalles para evitar el riesgo de que los disparates contribuyan a dinamitar realismo y autenticidad.

                -Porque, una vez más, ¡una más! el comisario no avanza y debe esperar la repetición de crímenes a ver qué tienen en común.

                -Porque el vagabundear de Jaritos dando tumbos de un interrogatorio a otro y viendo a sus jefes cada vez que mueve un papel, todo a la espera de que pase algo, es llenar páginas sin más, y se hace aburrido y repetitivo, aunque al comienzo del libro parece que no va a ser así.

                -Porque las «novedades» (un nuevo jefe ignorante y prepotente que estorba y no ayuda y que algo le suceda a uno de los personajes habituales) son un recurso pobretón de puro manido.

                -Porque el final es horroroso y ridículamente irreal.

                -Porque el costumbrismo está agotado y los personajes no cesan de repetirse a sí mismos sin que se tenga la sensación de que el autor haga algo por evitarlo.

                En cuanto al argumento... Pues bueno, la típica sucesión de muertos con algunas cosillas en común, entre las que figuran la insólita facilidad con que se pilla a los autores materiales, pero es que, claro, seguro que hay algo más y como de un modo u otro la cosa puede relacionarse con la inesperada prosperidad económica...

                En fin...

                Qué pena hacerle esto a un personaje que, en su origen, fue bueno. Por cierto, tengo un amigo que lleva muy mal que el tiempo pase y los personajes no envejezcan, y creo que comienzo a comprenderlo. El comisario Jaritos, que ya no veía muy lejos la jubilación en su primera novela, cuya acción transcurría en el momento de su publicación, 1995, más de veinte años después siguen teniendo más o menos la misma edad que entonces, y ahí sigue el tío, inmune al paso del tiempo y a los adelantos tecnológicos, desde Internet al teléfono móvil, que se suceden sin que a él le salga una arruga más. Por supuesto, al resto de personajes les sucede lo mismo. No han hecho un pacto con el diablo, sino con Márkaris. Lo malo, para los personajes, es que por el autor sí ha pasado el tiempo.


lunes, 8 de octubre de 2018

Hasta aquí hemos llegado – Petros Márkaris




                La frase hecha que da título a esta novela implica la existencia de un recorrido, temporal o espacial y, a menudo, también emocional.

                «Hasta aquí hemos llegado», decimos al rendirnos al cansancio.

                «Hasta aquí hemos llegado», pensamos también cuando el hastío ante la conducta impertinente o injusta de alguien nos lleva a cambiar drásticamente nuestra relación con él e incluso a mandarlo al diablo.

                Por ambos motivos hubiera sido un buen título para dar por concluido el recorrido del comisario Kostas Jaritos en la literatura.

                Podría pensarse en boca del autor, Márkaris, aludiendo al agotamiento de sus ideas.

                Y lo podría haber suscrito también Kostas Jaritos, el protagonista, harto de ser un clónico de sí mismo hasta dejar tan lejos de la brillantez de sus inicios.

                Ya lo he dicho en alguna otra ocasión: las primeras novelas de Jaritos, publicadas con varios años de diferencia, fueron buenas y originales, pero luego, cuando el éxito alcanzó a Márkaris, la urgencia no sé si de pasar por caja o de qué provocó que publicara una novela por año, a veces más, con una notable pérdida de originalidad que culminó, en el apogeo de su fama, con una «trilogía de la crisis» que Hasta aquí hemos llegado ha transformado en tetralogía y en desastre.

                Para mí lo mejor de esta novela ha sido el reencuentro, tras casi cinco años desde que leí el anterior libro de la serie, con el mundillo de un personaje al que le tengo cariño, aunque, por desgracia, el buen sabor solo ha durado lo que ha tardado Márkaris en calcar las novelas anteriores: bien poco.

                Y es que esta novela reproduce punto por punto el poco ingenioso modelo de las anteriores:

                -Alguien mata a alguien, y tras el finado suele venir algún tipo de reivindicación más o menos misterioso y peliculero.

                -Jaritos se dedica a ir y venir interrogando una o varias veces al personal, nunca más de un par de preguntas, y cada vez se nos cuenta cuál de sus ayudantes le acompaña y por qué, qué medio de transporte elige y por qué, por qué calles pasa y cómo está el tráfico. Es estos detalles se va un número de páginas sorprendente.

                -Pese a tanto minúsculo interrogatorio, Jaritos no llega a ninguna conclusión, de todo lo cual informa a Guikas, su superior, tantas veces como interrogatorios realiza; en cada ocasión nos cuenta si el jefe si lo recibe de pie o sentado y de qué humor.

-La «investigación» avanza porque los malos son contumaces y siguen apiolando al personal a razón de un finado cada sesenta páginas, más o menos, lo cual permite al comisario recolectar detalles comunes a todos los crímenes. Esta recolección permite llegar al final de la novela y, de sopetón, resolver el caso de un modo en general poco brillante y, en el caso de Hasta aquí hemos llegado, particularmente malo y decepcionante.

                -Como no todo transcurre en veinticuatro horas, el comisario va a su casa a cenar, consulta el diccionario que tanto le gusta y nos cuenta qué cocina su esposa, amén de dejar algún detalle sobre el genio de la señora.

                -Añadamos que su hija y su yerno van o vienen o les pasa algo (como en esta ocasión), y que su viejo amigo y oponente Zisis siempre está a punto para traer al presente información útil de toda la segunda mitad de siglo XX en Grecia para encontrar en el presente criminal ramificaciones de aquel pasado de odio.

                -Por último, espolvoreemos sobre lo anterior la forma en que la actualidad socioeconómica de Grecia justifica la acción de todo el mundo, buenos y malos, que actúan y se quejan al ritmo de la sección de economía de los periódicos, lo cual justifica también la intensidad del tráfico en las principales avenidas y cuanto podamos imaginar. Como colofón, demos a los asesinatos cierta  intencionalidad justiciera.

Con lo que acabo de resumir tenemos las últimas cuatro novelas de Márkaris, cuyo máximo interés llegó a ser el modo en que refleja la crisis, aunque me da la sensación de que cada vez lo ha hecho de un modo más peliculero, lo cual afirmo no solo por esta novela, sino por el la fallida «predicción» de que Grecia iba a abandonar el euro (en la anterior) y por comienzo de la siguiente, Offshore, que acabo de empezar a leer.

                ¿Y si tengo una opinión tan regular de estas últimas novelas por qué voy a leer la siguiente y luego la última? Porque, como he dicho antes, como le tengo cariño al personaje hace tiempo que me propuse leer toda la serie. Entonces no imaginé que la eventual decadencia de Grecia correría pareja a la de la calidad de las novelas de Márkaris, pero siento que se lo debo al antiguo Jaritos. Nadie podrá decir que no he tratado de reencontrarme con él hasta el final.


                

lunes, 1 de octubre de 2018

Adiós, Sherezade – Donald Westlake




                Entre los trabajos más honrosos no suele figurar escribir novelas porno de tapadillo, en calidad de negro de un autor famoso que las publica con seudónimo. Sin embargo, este es el modo que tiene de ganarse la vida el protagonista de Adiós, Sherezade (1970).

                De no ser porque todo lo encajado en un «género» se minusvalora, Adiós, Sherezade sería un novelón para disfrutar y estudiar. ¿De qué género estamos hablando? Pues a saber, porque en España fue publicada en una colección de novela negra –con debates entre los editores sobre si encajaba o no- aunque lo único negro que tiene es el trabajo del protagonista; para mí, en cambio, más bien es una novela de humor. Sus méritos, trascender cualquier género por abordar, con gran originalidad e inteligencia, el proceso de hacer frente a los fracasos vitales y, también y sobre todo, un dominio de la escritura y –lo que es más difícil- de la estructura de una novela, fascinante. Además culmina con un final magnífico e inesperado que completa el sentido de todo lo leído hasta ese momento.

                El protagonista, en los Estados Unidos de los años 60, es un estudiante universitario del montón que mantuvo un romance con una chica y que, cuando se largó de vuelta a su casa y el romance terminó, enseguida se encontró con que «se tenía que casar» porque había dejado embarazada a la muchacha. Han pasado unos cuantos años y a la frustración de no haber elegido su vida se une, poco a poco, la frustración «laboral», porque lo de escribir una novela porno al mes cada vez lo lleva peor, y rondando ya las treinta el buen hombre se enfrenta, de sopetón, a la incapacidad de responder a las exigencias de la editorial y, en particular, de un editor que se puede permitir ser despiadado porque siempre hay algún pringado dispuesto a aceptar ese empleo.

                Sin embargo, el protagonista intenta cumplir. Pero al sentarse a escribir su cabeza se va a lo que de verdad le preocupa –su propia vida y sus recuerdos- y es así cómo vamos conociendo sus cuitas y cómo, desde una mezcla aparentemente estrafalaria de novela porno –en realidad solo subidita de tono- y confesión, las cosas se van mezclando de un modo magistral hasta llegar a saber cómo ese peculiar trabajo y todas las circunstancias que lo rodean han condicionado su vida incluyendo la provocación de algunos equívocos decisivos en su vida personal.

                La decadencia familiar y profesional corren parejas y la vida del protagonista, que nos habla en primera persona, se desmorona y descompone ante los ojos del lector, lo cual, sin embargo, no resulta especialmente doloroso porque, aunque desde la amargura, el protagonista no pierde el sentido del humor no tanto para reírse de sí mismo como para burlarse de él, como si la burla de uno mismo, por amarga que sea, fuera un mecanismo de abandono de ese «yo» fracasado para refugiarse en una nueva identidad.

                A diferencia de tantas novelas donde se nos quiere vender la simpleza del lenguaje como un mérito (cuando solo es una facilidad para los que menos esfuerzo desean hacer) en Adiós, Sherezade el lenguaje no es inane, juega un papel esencial para trasladar el tono en que el protagonista se dirige al lector. Utiliza términos directos y con cierta frecuencia malsonantes, pero no por afán de provocar, sino arrastrado por su propia frustración. Hay términos que hay que saber usar, y Westlake sabe hacerlo.

                Una novela extremadamente buena que, por desgracia, está descatalogada. ¿A qué espera nadie para reeditarla o, al menos, para publicarla en ebook?