En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

jueves, 27 de mayo de 2021

Rechicero – Terry Pratchett

 


 Serie Mundodisco, 5


              El octavo hijo de un octavo hijo ha de ser, necesariamente, mago, como, ejem, todo el mundo sabe. Pero cuando a ese mago en lugar de ser célibe como debe ser le da por procrear, entonces nace un rechicero, el cual, como, ejem, también sabe todo el mundo, es un peligro enorme, morrocotudo, tan grande que el Mundodisco entero corre peligro, porque la rechicería y los rechiceros… Ya se sabe.

              O más o menos así es la cosa, como diría Terry Practchett.

              Y así es como en esta historia donde la magia sucumbe a la rechicería entre destellos octarinos el lector se encuentra con viejos conocidos: la Muerte -con la que nada puede y a la que nada interesa más que hacer su trabajo con una despreocupación muy parecida al buen humor- y también a varios de los protagonistas de las primeras novelas de la saga: Rincewind, el mago más inútil de todo el disco, su equipaje con pies y el bibliotecario convertido en orangután. El protagonismo es compartido con el rechicero –un niño influido por el báculo en el que su padre ha escapado de la muerte- y hasta con un sombrero, porque como también es sabido por todos, ejem, el sombrero de archicanciller es nada más y nada menos que… que el sombrero del archicanciller.

              Una «típica historia de aventuras» donde los antihéroes –que además de Rincewind son una hermosa bárbara que desea ser peluquera y un inútil que sigue un manual para hacer gestas- intentan salvar al mundo, aunque sea un mundo tan extraño como el Mundodisco. Lo que no es típico, y es el gran valor de las novelas de Pratchett, es la exuberante imaginación y el agudo sentido del humor que partiendo del absurdo se apoya en las debilidades humanas para acabar haciendo una crítica de buena parte de nuestros defectos.

              Una novela un poco confusa en algún punto, pero divertida, entretenida y, como las anteriores, una novela donde el autor es capaz de explicar cosas inexistentes e imposibles de modo que el lector no sabe lo que entiende, pero lo entiende, y todos los fenómenos acaban teniendo una ilógica lógica interna a la que nada puede oponerse. Un disparate tan autosuficiente que no queda sino aplaudir.



lunes, 24 de mayo de 2021

Mi familia y otros animales - Gerald Durrell

 


 

              Gerald Durrell, además de hermano del autor del Cuarteto de Alejandría fue escritor, naturalista, hizo innumerables viajes para conocer la naturaleza, fundó un zoo, una organización para la protección de la naturaleza y hasta presentó un programa en televisión, pero antes de todo eso fue un niño nacido en 1925, huérfano de padre desde los tres años, y que desde los diez a los catorce, entre 1935 y 1939, vivió con su madre, sus dos hermanos y su hermana, todos mayores que él, en la paradisíaca isla griega de Corfú, frente a las costas de Albania, donde no iba a la escuela (aunque su madre le procuró varios maestros) y donde se dedicó a la caza, captura, examen y hasta doma de los más diversos animales: pequeños escorpiones, urracas, gaviotas, tortugas, perros, búhos, insectos , reptiles y hasta peces formaron parte de su peculiar «familia».

              Ese es el periodo que cuenta en esta divertida obra biográfica escrita en primera persona que  alterna el examen de la naturaleza vista desde los ojos de un niño con el conocimiento de los lugareños y  los follones que su afición causa en una familia verdaderamente peculiar, entregada al dolce far niente, con una madre comprensiva, insólitamente paciente y aficionada a las plantas, una hermana muy preocupada por ponerse morena y cuidarse, un hermano obsesionado con las armas y la caza y otro hermano, el mayor de todos, Larry, veinteañero comodón y aspirante a escritor, cuya verborrea aguda e ingeniosa usa principalmente para protestar.

              La estructura del libro es simple y agradable: Durrell cuenta rápidamente por qué se fueron desde a vivir Corfú (más o menos cruzaron Europa y cambiaron de vida como quien decide irse a tomar una cerveza al bar de enfrente) y cómo se instalaron allí, para después ir alternando sus descubrimientos faunísticos con sus consecuencias familiares, en un crescendo lógico pues según pasaba el tiempo todo el espacio disponible se iba pareciendo más a un zoológico.

              Entre los «otros animales» a los que alude el título también debemos incluir a cierto número de fascinantes personajes secundarios, entre los que destacan, por cómo se definen magistralmente con el lenguaje, el naturalista Theodore Stephanides, que no duda, desde el primer instante, en tratar a un niño de diez años como a una colega adulto –y con el que forja una gran amistad- y el griego Spiro, retornado de Estados Unidos, un hombre orquesta capaz de dar respuesta a todos los problemas y deseos de la extraña familia.

              Subrayo lo de extraña porque allá de las situaciones más o menos catastróficas que provoca alguno de los animalitos de Gerry, su familia es la principal fuente de humor, lo cual se debe no solo a las manías y carácter de cada uno de sus miembros sino a lo extravagante de su comportamiento como clan, porque extravagante debía resultar a los lugareños aquella pequeña tropa, hospitalaria  y que no se metía con nadie, y que no hacía nada más que disfrutar del transcurso del tiempo y discutir entre entre ellos.

           Una historia por momentos muy divertida, que permite regresar a la infancia y que está muy bien escrita. Tanto que, de no ser por su calidad no hubiera resistido el paso del tiempo como lo ha hecho. Mi familia y otros animales, que se sigue reeditando, fue publicada en 1956.

              Esta obra formó una trilogía con Bichos y demás parientes (1969) y El jardín de los dioses (1978), aunque ignoro (y me permito dudar) que hacer una trilogía fuera la intención inicial de Durrell, porque Mi familia y otros animales es un libro autoconclusivo.



jueves, 20 de mayo de 2021

Los casos del comisario Collura – Andrea Camilleri

 


 

              Dentro de la obra de Camilleri, Los casos del comisario Collura son serie B, o C, o quizá D, aunque para valorarlos con justicia hay que explicar su origen. Esta obra recoge los ocho casos que Camilleri redactó, con fecha fija de entrega y límites mínimo y máximo de extensión, para su publicación periódica, durante un verano, en el diario La Stampa. Visto así, la cosa cambia. No en sencillo alumbrar ocho «misterios» de la misma extensión y en plazos perentorios.

              Sin embargo, lo que seguramente en su día fue una agradable lectura en el periódico, al leerlo como libro se ve afectado negativamente por las servidumbres de aquel encargo, aunque cierto es que la impresión queda mitigada por el acierto de incluir, al final, una entrevista con el autor en la que habla de estos relatos y da explicaciones que ayudan al lector a juzgar mejor y a apreciar virtudes que de otro modo quizá pasarían por defectos.

              Entre esas explicaciones, la principal es que el comisario Collura (así estuvo a punto de llamarse el que luego fue Montalbano) aparece con ese nombre en homenaje a quien pudo ser y no fue, pero advirtiendo que en realidad Collura no es un personaje sino una función.

              Y así es, porque dada la brevedad de los relatos no hay ocasión de perfilar al personaje, del que el lector solo llega a saber por qué está actuando, a modo de «policía privado», en un crucero que permite enlazar las tramas propias de Agatha Christie con el ambiente veraniego en el que se publicaron los relatos. Collura, en realidad, se limita a ir, venir y preguntar. Es solo el motor preciso para saber qué ha pasado con los implicados en cada caso.

              Las historias, como suele pasar con Camilleri, apuntan a una cosa, pero, si se sigue la pista de las debilidades humanas, acaban en otra. Nada nuevo, salvo que por cuál era el fin de los escritos no hay nada especialmente truculento o desagradable. Crimencitos de salón. Algunos, ni eso.

              La suma de los ocho relatos y la entrevista final –un acierto que no sé cómo no se incluye en más libros, porque es una especie de provechosa «presentación»- dan una agilidad notable que, unida a la brevedad del texto, ofrecen lectura entretenida para que apenas dura una tarde.



lunes, 17 de mayo de 2021

Lejos del corazón – Lorenzo Silva

 


 

              Excelente novela de Lorenzo Silva con una trama interesante, realismo en los procedimientos policiales que aporta conocimiento y no exhibición, un escenario espectacular  que casi toda España desconoce, y una buena dosis de información enriquecedora sobre la delincuencia y negocios oscuros vinculados a la explotación abusiva y especulativa de lo electrónico.

              El escenario es de una complejidad abrumadora: Gibraltar y alrededores. Cuando estar solo unos metros aquí o allá, por tierra o por mar, implica cambiar una legalidad moderna por otra muy parecida a la alegalidad, con un puerto, el de Algeciras, donde a diario recala un volumen ingente de mercancías procedentes de todo el planeta, donde convive el lujo de lugares como Sotogrande con zonas de paro rampante en las que el contrabando es medio habitual de vida y donde, además, la cercanía con África –y consecuentemente, otros regímenes legales- provoca todo tipo de movimientos económicos interesados, contrabando y, también, movimientos de personas, de inmigrantes que se juegan la vida y de mafias que comercian con esas vidas. Características, concentradas en poquísimo espacio, que atraen actividades no demasiado santas, que se mueven entre el lavado de dinero, la ocultación de fondos, el traslado artificial de beneficios y la domiciliación de actividades de difícil localización vinculadas al mundo electrónico –desde la prestación de servicios legales a servicios ilegales pasando por otras tan peculiares como la minería de bitcoins-, todo lo cual transcurre ante las barbas de las autoridades: las de un lado, que combaten las prácticas ilegales y las del otro, que mantienen una apacible actitud contemplativa que se parece mucho a la colaborativa. Autoridades, sobre todo las primeras, sometidas a la presión de que todo conflicto puede tener consecuencias en las relaciones internacionales. En este ecosistema, cómo no, florecen abogados e intermediarios, reyes del eufemismo, que ganan dinero a espuertas organizando tinglados para delincuentes de todo el mundo mientras se lavan las manos con el jabón de una legislación cuya única finalidad es atraer los fondos de la delincuencia para vivir de ellos en un territorio tan artificial y diminuto que no podría vivir de otra cosa. Abogados que si bien no son delincuentes según la legislación de esos territorios, moralmente lo son. Y, pululando por ahí, el turismo, la gente que se rasca la barriga y se deja los dineros en medio de todo este lío sin enterarse de nada. En resumen, el caos del mundo moderno concentrado en pocos kilómetros cuadrados.

              Lo que hasta allí lleva a Bevilacqua y Chamorro, los guardias civiles que protagonizan la que hasta ahora es, si no me equivoco, penúltima novela de la saga, es el secuestro del joven propietario de una empresa de servicios informáticos.

              La novela avanza con una sensación de realismo notable. Nada de investigadores pitos, sino equipos amplios que cubren una cantidad de trabajo considerable, la mayor parte tedioso; nada de ir hilando hábilmente datos, sino que lector puede ver cómo se lanza una red a la búsqueda de información y, mientras llega la importante –si es que llega- se va trabajando la más a mano. Vemos, también, y suele ser lo más interesante, el modo en que se reconstruye la vida de la víctima como modo de llegar al culpable, algo especialmente complicado cuando la víctima se dedica a menesteres que exigen discreción. Vemos, y tampoco es poca cosa, que también hay que entender la realidad en la que operan víctimas y verdugos, lo cual puede ser no poco complicado. Y vemos con cierto escalofrío, por último, el modo en que la tecnología puede utilizarse en contra de las personas. Lorenzo Silva ha conseguido que su novela aporte una importante dosis de conocimiento sobre temas que afectan a todo el mundo y de los que casi nadie sabe nada, lo cual facilita no poco la falta de reproche social a ciertos delitos.

              Y para los lectores habituales de la saga, todo esto viene aderezado con la presencia de un mando de la Guardia Civil que, por haber compartido con Bevilacqua «experiencias iniciáticas» en el País Vasco mantiene con él una relación de confianza y camaradería. Aunque quizá es un personaje un tanto sobreactuado, imprime fuerza a la novela (el contrapunto a la frialdad de la tecnología bien puede ser un humano soltando juramentos y que no hace ascos a ir en línea recta). Al finalizar la novela Silva consigue, además, mezclar el realismo al que antes he aludido con el factor sorpresa, que tanto se agradece en una novela de este tipo. Y, para colmo, no sé si en respuesta a la infinidad de veces que Lorenzo Silva había debido de responder a si alguna vez ha habido «algo» entre Bevilacqua y Chamorro o en respuesta a su propia apetencia, quienes hemos leído todas las novelas anteriores de la saga salimos de dudas al respecto.

                      Quizá lo que aparece menos esbozado es el equipo habitual que acompaña a los protagonistas. No supone ningún problema para quienes hemos leído las novelas anteriores, que nos hemos ahorrado reiteraciones, pero quien aterriza en esta sin ese bagaje quizá se sorprenda de la naturalidad con que se da por hecho, por ejemplo, que Salgado es como es, y le cueste un poco darse cuenta de cómo es.

              Como siempre, el narrador es el propio Bevilacqua, que, con su peculiar humor un tanto gruñón y sarcástico, se dirige al lector en primera persona expresando constantemente dudas, vacilaciones, temores y, sobre todo, consideraciones de andar por casa, pero no poco agudas, que tienden a hacer un juicio crítico de la sociedad y, también, cierto reconocimiento de la impotencia del ser humano ante el paso del tiempo y de la vida. Y es que Bevilacqua va cumpliendo años y ya ve cerca la jubilación.

              Para mí, una de las novelas más interesantes de la saga.



jueves, 13 de mayo de 2021

Trigo limpio – Juan Manuel Gil

 


 

              Trigo limpio va de menos a más, y de más a menos y luego otra vez a más. El primer cuarto de la obra es un tanto desconcertante y por momentos aburrido, porque como el arranque es confuso –al menos sobre el rumbo de la obra- se tiene una sensación engañosa.

              La novela alterna varias historias que forman una sola. O, mejor dicho, que forman una historia u otra según desde qué ángulo y con qué información la miremos. Primero, la historia de un narrador  que intencionadamente tiene puntos en común con el autor, apostando por la confusión y la provocación para coger lo que le interese de la realidad y la ficción dejando al lector sin posibilidad de réplica. El narrador recibe un correo de Simón, un antiguo compañero de colegio, en la primera adolescencia, sugiriéndole que escriba sobre aquellos años. Y de aquí surgen nuevas historias: los recuerdos de aquellos años; la investigación acerca de qué ha sido y es de Simón, que es también la historia de su entorno a lo largo de la vida; surge la historia que un detenido por la Guardia Civil cuenta al niño que ha sido también detenido por irrumpir en la pista de aterrizaje del aeropuerto de Almería buscando una pelota; y en medio el narrador pontifica con humor acerca de cómo construir una novela con todos esos materiales y explica por qué pone ahora tal cosa y no tal otra, qué efecto pretende conseguir con cada una y por qué seguir o no cierto «recetario del best seller» que nunca garantiza el éxito.

              La mezcla de todo provoca un sinfín de efectos que si al principio, como he dicho, quizá pueden aburrir, a partir del primer cuarto de la novela captan poderosamente la atención del lector fijándola en la historia de Simón; hay luego un nuevo bajón de intensidad y termina la novela de un modo inteligente y original, jugando el autor con el lector para demostrar que las cosas son una u otra según el punto de vista o, mejor sería decir, según la información de la que se dispone, hasta el punto que no es vano afirmar que en las relaciones personajes no hay verdad posible, pues cada cual ignora, con toda seguridad, algo que el otro sabe (quizá sin consciente de ello), «algos» que suelen explicar mucho. Ahora bien, el autor juega con el lector, pero avisándole del juego y explicándole el truco (más trigo limpio), lo cual crea una sensación de complicidad que se agradece. El prestidigitador enseñando poco a poco sus artes y maravillando al personal con cada explicación. Hasta la explicación final.

              Una novela de intensidad variable a lo largo de sus páginas, pero potente, buena, original, para ver la historia desde dentro, incluyendo la tramoya.



lunes, 10 de mayo de 2021

Contra el fascismo – Umberto Eco

 


 

              Esta breve obra, que reproduce una conferencia dada por Umberto Eco en Estados Unidos en 1995, se lee en apenas cuarenta minutos y te deja los pelos de punta. ¿El motivo? Algunas de las catorce señales que según Eco debían alertar del renacimiento del fascismo (tema muy lejos de ocupar a la opinión publica en 1995) son ya visibles. Y Umberto Eco no era un cualquiera, sino uno de los mejores intelectuales del siglo XX.

              La obra tiene tres partes, además de una breve introducción para contextualizar la conferencia, dada por un italiano a un público norteamericano: en la primera, Eco alude a la diferencia entre nazismo y fascismo. El primero fue fiel a sus bárbaros planteamientos, lo que permite reconocerlo con facilidad; mientras que el fascismo, en cambio, se caracterizó por ser capaz de abrazar una idea y su contraria, según le interesaba, lo cual dificulta su identificación. Advierte Eco a continuación que ni nazismo ni fascismo se presentan hoy con los mismos métodos, discursos y escenificaciones que utilizaron en el periodo de entreguerras, y hasta se permite bromear diciendo que ojalá fuera así, porque entonces sería muy sencillo identificarlos y combatirlos. La tercera parte de la obra es la enunciación y explicación de los catorce puntos que, a su juicio, son indicativos del renacer del fascismo. No deben darse los catorce, advierte, basta con que se dé alguno de ellos para que debamos empezar a actuar y, si no lo hacemos, a temblar.

              No sé otros lectores, pero a mí no me ha costado reconocer en la actualidad la mayoría de esas señales.



lunes, 3 de mayo de 2021

Transbordo en Moscú – Eduardo Mendoza

 


              

              Mientras leía Transbordo en Moscú (que pone fin a la trilogía Las tres leyes del movimiento, de la que también forman parte El rey recibe y El negociado del yin y el yang) constantemente me venían a la cabeza las expresiones «el placer de leer» y «el placer de escribir». De escribir, porque da la sensación de que Eduardo Mendoza se ha permitido el lujo de escribir por escribir, de contar lo que le apetecía sin pensar en nadie más, y que lo que le apetecía era navegar en aguas tranquilas, pues la historia vuelve  a ser la del recuerdo sereno de una época expuesta con la mirada de un testigo, no de un juez; además, en las entrevistas ha reconocido tener mucho en común con el protagonista, Rufo Batalla, con lo que el lector, que ya sabe a lo que se enfrenta, disfruta también de un relato que sabe aún más personal que los anteriores y que la prosa de Mendoza hace liviano y agradable, aunque tras él hay una mirada y unos conocimientos demasiado profundos de la realidad socioeconómica -desde la Barcelona olímpica y de la caída del muro de Berlín hasta el final del siglo- como para tomarlos por los recuerdos de un Rufo Batalla cualquiera. Dicho de otro modo, Transbordo en Moscú tiene algo de quijotesco por cuanto su lectura se vive como una amena conversación con el autor con un humor más fundado en la tranquilidad de quien no se juega nada en la conversación, en la que participa solo por el placer de hacerlo, que en la voluntad de hacer sonreír.

              La sensación, una vez concluida la trilogía, es distinta a la confusión que me produjo la primera novela, El rey recibe, tan distinta a lo anterior de Mendoza. Como ejercicio de memoria, es interesante, y a ello ayuda el temperamento del protagonista, siempre reflexivo y, a la vez, determinado (y de algún modo audaz), que mantiene una extraña relación con el sentimiento de culpa, o con la falta de él, porque con la misma sencillez con que reconoce sus responsabilidades admite la fatalidad de ser como es y no de otra manera, y no le da más vueltas a las cosas.

              Rufo Batalla se ha convertido, sin pensar, en el marido de una rica heredera. Cosas que pasan. Y se dedica abiertamente y con el beneplácito de todos al dolce far niente. La afortunada mezcla de tiempo libre y abundancia de recursos facilita la acción, pues Rufo va donde quiere y cuando quiere, sin escatimar medios, y lo mismo se mueve por Europa que por Estados Unidos. Total, ¿por qué no irse unos días a París para comprar un regalo de cumpleaños? ¿O a Viena o a Polonia a dar una vueltecita o donde estime conveniente? Estas idas y venidas permiten a Mendoza, aparte de mostrar en la lejanía el señuelo del príncipe Tukuulo, explayarse sobre la situación sociopolítica de buena parte de Europa. 

Lo peor de la novela (y de la trilogía) es aquello que, curiosamente, más da que hablar en sinopsis y prensa (¡ay, la promoción!): las supuestas y ¿descacharrantes? aventuras en torno al príncipe Tukuulo, aspirante al trono de un inexistente país báltico, que si en las dos primeras novelas de la trilogía no pintaban mucho hasta el punto de producir una ruptura poco  justificada y menos atractiva, en esta última, como si Mendoza se hubiera dado cuenta, se limitan a una aparición tangencial, a una escapadilla fugaz y con tan poca sustancia y sentido como todas las demás, aunque, eso sí, la ficticia ubicación de Livonia da ocasión a Mendoza para hablar con gran lucidez de la caída del muro de Berlín y del régimen soviético, aunque sin entrar en lo que vino después, que tuvo no pocos episodios chuscos y peculiares, pero trascendentales.

Me gustaría saber exactamente a qué ha respondido la decisión de Mendoza de que la trilogía se haya visto surcada por la subtrama de Tukuulo, la cual, no aportando consistencia al relato principal y solo el humor de salpicar la realidad de absurdo, no hace sino generar desconcierto. La trilogía cuenta una historia y media, sin que ni la primera –la historia de un catalán que por su edad y posición tiene unos recuerdos muy lúcidos del último cuarto del siglo XX- ni la otra media –Tukuulo- guarden entre sí relación alguna –fuera de la participación de Rufo Batalla-  hasta el punto de moverse en planos tan distintos como son la realidad y el absurdo, lo cual tanto se da con las situaciones como con los personajes, realistas unos y caricaturas otros.

Dicho lo cual, como, reitero, el asunto ya no sorprende, el lector de Transbordo en Moscú disfruta hasta de la previsibilidad de lo desconcertante. No es mérito pequeño.

Y termino volviendo al principio. Al publicar El rey recibe, Mendoza hizo declaraciones explicando la obra con un argumento inapelable: las cosas, a efectos personales, no son como fueron, sino como las recordamos. Tiene razón. Eso explica por qué los recuerdos de Rufo Batalla, tan brillantes y agudos en algunos puntos, se mezclan con notorias lagunas en temas relevantes. Probablemente, en su día, a Eduardo Mendoza esos asuntos le importaron un pito.

Una trilogía para ver el mundo como lo vieron los inteligentes ojos de su autor.