No creo ni
remotamente probable que Las intermitencias de la muerte (2005), de José
Saramago, se inspirara en El Segador (1991), pero, aparte de que ambas reservan
un papel al humor en sus páginas (si bien con una concepción y desarrollo muy distintos), las dos comparten como argumento una idea: ¿qué ocurre si
la muerte deja de existir?
La idea
no es original, porque está en la esencia del ser humano, pero da mucho juego.
Saramago
comenzó aplicando la lógica a esa situación ilógica y acabó, a mi juicio, perdió
un poco el rumbo, pues comenzó con algo cercano a la tragedia para acabar en
algo parecido a la comedia. De Pratchett, por el contrario, sabemos que desde
la primera a la última letra aspira a crear una obra humorística; lo consigue incluso, de
forma mucho más ingeniosa que Saramago.
La Muerte
es, desde la publicación de Mort, uno de los personajes más logrados de
Pratchett. La Muerte, para la que no existe ni el tiempo, ni los sentimientos,
ni las emociones, ni la bondad, ni la maldad, ni la justicia, pero que, debido
a su trato siempre correcto, educado y prudente, no hay diálogo en el que intervenga que no resulte tronchante.
Que la
Muerte deje de actuar no deja de ser algo así como «la muerte de la Muerte». Y
por ahí andan los tiros, porque lo que recibe la Muerte es la noticia de que le
ha sido adjudicado, como a cualquier bicho viviente, un «biómetro», esos
relojitos de arena que en los mundos de Pratchett determinan el lapso temporal de cada existencia.
Las consecuencias son dos: la Muerte deja de actuar, porque tiene otras cosas
que hacer, y, además, se humaniza.
La
humanización lleva al protagonista a acabar trabajando en la granja de una
viuda algo tacaña. Lo que mejor se le da a la Muerte, obviamente, es segar. ¡Anda que no
maneja bien la guadaña! El entorno y las características del personaje originan
no pocas escenas divertidas. El nuevo destino de la Muerte permite al autor hacer numerosas reflexiones (siempre divertidas, pero no superficiales) sobre el sentido de la vida y el por qué, sabiendo que nuestro tiempos es limitado, hacemos las cosas que hacemos. Y, por otra parte, para desarrollar el conjunto de la historia Pratchett circunscribe la ausencia de muerte a dos
situaciones concretas (a diferencia de esa otra novela de Saramago). La
primera, la «no muerte» de alguien concreto: Windle Poons, un mago que
acaba de «no fallecer» a la edad de 130 años; sobre este personaje Pratchett
aplica la lógica (del Mundodisco) a lo ilógico del planteamiento, como
posteriormente haría Saramago, pero mientras que este basó su novela en
extender esa idea a todo lo vivo, Pratchett voluntariamente se olvida del efecto
de la ausencia de muerte -salvo en el caso de Windle Poons-, se olvida de los «no fallecidos» en el resto del mundo salvo (y esa es la segunda
situación) para crear una distorsión en el devenir del Mundodisco debida no a
la falta de muerte sino al «exceso de vida» cuyas originales consecuencias verá quien lea
la historia.
Una
novela buena, ágil, entretenida, y que permite a los lectores reencontrarse con
la Muerte. Quién iba a decir que algo así haría ilusión, ¿eh?
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