En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

lunes, 31 de julio de 2023

Castillos de fuego - Ignacio Martínez de Pisón

 


        Aunque resulta desolador, al hablar de la Guerra Civil y sus barbaridades los bandos siguen existiendo, casi siempre con memoria y desmemoria selectivas. Sobre la posguerra, en cambio, aparte de la cantinela sobre su dureza (que las más de las veces alude exclusivamente en la escasez de todo lo básico), los legos apreciamos un enorme manto de silencio. Sospecho que quienes quieren romperlo no encuentran cómo, y que el resto prefiere que las cosas sigan en el olvido. No es sencillo hacer luz sobre un periodo de poder opaco y omnímodo en el que ningún suceso destacó de tan generalizadas como fueron penurias y represalias, amén de por la ausencia de prensa y oposición libres e independientes.

        No hace mucho leí la biografía de Franco escrita por Paul Preston, una de las obras canónicas sobre el dictador. Al exterminio sistemático del «rojo» Franco lo llamaba, eufemísticamente, «redimir España». Si, durante la Guerra Civil, incluso la Alemania de Hitler y la Italia de Mussolini se habían quejado de la brutal represión en la retaguardia, la salvaje represión de la posguerra siguió provocando numerosas quejas internacionales. Solo el cambio de rumbo de la Segunda Guerra Mundial atenuó la ferocidad de la represión para dar al régimen una imagen más moderada.

        La posguerra en Madrid, 1939 y los primeros años 40, es el marco temporal de Castillos de fuego, obra que intenta mostrar retazos de aquella época dramática. Se trata de una historia de historias, o novela coral. La obra dedica sus casi setecientas ambiciosas páginas a glosar las peripecias de personas corrientes en situaciones variadas: quienes combaten al régimen desde la clandestinidad, por convicción o para vengar al hermano muerto; quienes desean estar de perfil, pero se ven arrastrados por sospechas infundadas e injustas; los que medran sin rubor ni escrúpulos; los que lo hacen indignamente gracias a la justa o injusta caída en desgracia de otros; los que cambian de chaqueta con la desatinada fe del converso para dejar claro que son lo que ahora dicen ser y no lo que eran; los que animados por un espíritu justiciero contra el régimen se transforman, sin darse cuenta, en alimañas; los que ven, observan y callan… Todo en una sociedad corroída con el odio, el miedo y la corrupción rampante, donde todo hijo de vecino puede ser un chivato o un mentiroso que hunda tu vida a cambio de bien poca cosa; un estado policial en el que la única dinámica del poder es el exterminio del adversario real o potencial, y en el que el verdugo encuentra el consuelo de su crimen de la prebenda. Una época, también, en la que distintas facciones se disputaban el poder y la influencia, provocando cierta lucha de «familias políticas» y un sinfín de conductas estratégicas.

        La mayoría de los personajes son jóvenes, aunque al fin de la novela, tan solo seis años después del momento en que comienza, todos parecen ancianos.

        El ritmo es bueno, sin prisas, sin pausas. El lenguaje, claro, rico, diáfano, eficaz, sin estridencias. No busca impactar con las palabras sino con las situaciones narradas. Hay poquísimas apreciaciones: solo hechos. Uno tras otro. En el mejor estilo de Ignacio Martínez de Pisón, de quien no me canso de repetir que es uno de los mejores autores españoles vivos.

        El lector sigue la obra sin sobresaltos, pero con tristeza y desasosiego: es posible encontrar en ella muchas conductas solidarias, pero ni una sola que permita albergar la esperanza de un futuro más justo; incluso, en el colmo de la amargura, la bondad y la solidaridad a menudo acaban disueltas en el temor. Castillos de fuego es, por tanto, una novela dura, porque enfrenta al lector a realidades de las que solo puede sacar una cosa positiva: el recuerdo, a efectos preventivos, de cómo es capaz de comportarse el ser humano cegado por cualquier ilusoria certeza.

        Una novela para reflexionar sobre los dramas derivados de creerse en posesión de la verdad, y de olvidar que el objetivo de la democracia no es establecer la dictadura de la mitad más uno sobre la mitad menos uno (un sistema, por tanto, en el que para sentirlo legítimo «deben» ganar los míos), sino la convivencia en paz entre diferentes.




jueves, 13 de julio de 2023

El arte de envejecer - Cicerón

 



        Compré este librito por azar. Caí en la tentación al verlo en el mostrador de la Librería Anónima. Lo compré pensando que el tiempo pasa tan rápido que, dentro de nada, salvo que un arrechucho lo remedie, me sentiré un vejestorio cuyo paso siguiente encontrará el vacío de la fosa, y pensé que algún consejo podría darme Cicerón para dar ese paseo tranquilamente.

        Quién iba a pensar dónde acabaría su lectura: en un hospital, junto a una persona a la que acababan de dar entre 24 y 48 horas de vida y junto a otra sobre la que existían fundados temores de que no viviera mucho más tiempo.

        Y las circunstancias en que lees las cosas cambian las lecturas. Os lo aseguro. Esas últimas páginas, las que hablan de la muerte, fueron muy intensas.

        El librito, concebido como una especie de discurso/conversación de Catón, habla, en realidad, de dos cosas: de la vejez ajena a la decrepitud y de la muerte. En la primera las facultades físicas están mermadas, pero no totalmente, y las mentales siguen en su sitio. Cicerón aboga por utilizar la vejez para disfrutar de la belleza de lo cotidiano y de la sabiduría, olvidando pasiones y ambiciones. Sobre la muerte dice muchas cosas de sentido común. Hubo una que se me ha quedado especialmente gravada, a saber por qué: el adolescente no hace lo que el niño, porque se ha cansado de hacerlo; el joven no hace lo que el adolescente, porque se ha cansado de hacerlo; por el mismo motivo el hombre maduro no hace lo que el joven, ni el viejo lo que el hombre maduro. Y de este modo llega el momento en el que uno se ha cansado de hacer todo: así de sabia es la naturaleza para que, llegado el momento, partamos, como dijo Machado, ligeros de equipaje.


lunes, 3 de julio de 2023

Contando atardeceres – La Vecina Rubia

 




No sé si existe la «literatura para mujeres»; ni siquiera sé si es políticamente correcto mencionar esta posibilidad, pero lo hago porque la autora siempre habla en femenino cuando se dirige a su público. Es relevante, porque cuando algo se destina a una determinada idiosincrasia es lógico que, por término medio, quienes no la tengan algo se pierdan en el camino.

Y como es probable que sea mi caso, me disculpo de antemano. Es probable que se me hayan escapado mil cosas.

          Sea como sea, el segundo libro de la Vecina Rubia me ha parecido, en muchos puntos, mejor que el primero, el cual, por cierto, conviene haber leído previamente para familiarizarse con los personajes y por las continuas referencias que se hacen a él. Contando atardeceres es, como La cuenta atrás para el verano, un libro injustamente tratado por la «crítica», si puede llamarse así a quienes ignoran dos de los libros más vendidos, porque ignorar lo que se vende es ignorar a los lectores.

Si definí La cuenta atrás para el verano como una especie de biografía emocional de juventud, Contando atardeceres, que es su continuación aborda un periodo mucho más corto: un par de años en la vida de la protagonista, casi recién llegada a la treintena. Al ser más breve el lapso temporal, ocurren menos cosas, pero como el libro es igualmente extenso, se narran con más detalle.

Por no reventar el argumento me limito a señalar que, como es lógico, lo narrado tiene mucho que ver con lo que le sucede a cualquier persona de la edad de la protagonista: cuitas amorosas influidas por lo laboral y la distancia, relaciones de amistad y problemas de variable gravedad. Seguramente la Vecina Rubia conecta tan bien con el lector porque lo «enfrenta a un espejo», como suele decirse, pero acompañando el reflejo con conclusiones, reflexiones y admoniciones de su cosecha que dan masticadito casi todo cuanto se puede sacar de la lectura. En cuanto a los hilos argumentales, hay dos y son sucesivos: el primero, el amoroso, es dueño aproximadamente de la primera mitad del libro, hasta que se diluye en otro en la segunda mitad (ese nuevo hilo argumental lo sabrá quien lea el libro) para reaparecer el final.

El uso del lenguaje es algo más eficaz, aunque sigue habiendo acotaciones innecesarias por evidentes que restan agilidad; el humor es algo más sutil y discontinuo; y hay menos guiños lingüísticos al personaje de las redes que firma el libro. Este último factor hace este libro más independiente de la coyuntura de la popularidad que el primero, con el que comparte, no obstante, la afición a los consejos y sentencias para ahorrarse disgustos y sofocos. Por último, la autora juega magistralmente con el misterio que la rodea, sorteando con toda naturalidad cuanto dato alguien pudiera vincular, con razón o no, a la autora-personaje, creando una divertida relación de tira y afloja con el lector.

En un blog como este tengo que detenerme un poquito en el humor, no tan presente como en el primer libro: ya he dicho que es algo más sutil y discontinuo, salvo en las conversaciones entre las protagonistas, en las que un punto del humor está en el ingenio y dos en el grosor de los «piropos» que se dedican. Hay, también, una intencionada tendencia (un poco a lo Woody Allen) a coronar los ejemplos serios con otros banales, aunque el efecto no es el mismo cuando antecede una situación más o menos grotesca que cuando no. Creo que la autora algo ha temido al respecto, porque en uno de estos casos, ya hacia el final del libro, justifica las superficialidades. Ya me gustaría saber lo que pasó por su cabeza al explicarse.

La segunda parte de Contando atardeceres me ha resultado más interesante que la primera, en la que, me temo, hay un trecho en el que el tedio ibicenco que afecta a la protagonista ha sido desarrollado con tal éxito que se traslada al lector. Fuera de eso y del abuso de términos como «perfecto», «por supuesto» y «naturalmente» para indicar el favorable juicio de la narradora sobre la predisposición de los personajes ante diversas situaciones, la novela se lee bien, es interesante, aporta una visión enriquecedora del enfrentamiento a según qué problemas y, eso sí, cada cual, en función de su experiencia, tendrá su opinión sobre si alguna de las situaciones o reacciones resulta o no excesiva o si algunas relaciones resultan demasiado ideales. Lo que deja cierto poso de algo que no sé definir ni valorar, es que en este libro no hay ni un ápice de algo tan frecuente en la realidad que su ausencia en estas páginas se nota: la maldad. No hay nadie ni siquiera un poquito malo. Lo más parecido es un personaje algo cobardica y comodón. Otros autores que han elegido esta carencia la han compensado con críticas agudas o mordaces (a personajes, situaciones o realidades sociales), que no son maldad, pero que ponen el punto de enfrentamiento que provoca dinámicas entre personajes o directamente con el lector.

Y termino con el final. La promesa implícita en su última página aventura una tercera parte bastante distinta, por su temática e interés, lo cual siempre se agradece. A fin de cuentas, tan atractivo como el personaje de las redes (o más, al menos para mí) resulta saber cómo una persona lidia desde el anonimato con un éxito apabullante y cómo se relaciona con su propio personaje. Parece que hacia ese rumbo apunta esta «biografía de una famosa desconocida».