En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

lunes, 21 de junio de 2021

El caso Moro - Leonardo Sciascia

 


 

              Por casualidad leí esta obra a mediados de junio de este 2021, en los días previos a la manifestación en la Plaza de Colón en contra del indulto a los independentistas catalanes condenados por los sucesos de otoño de 2017. Un indulto es una excepción a una norma penal que aplica el Gobierno, no la autoridad judicial, en inevitable beneficio del indultado pero en interés de la comunidad, y cuyo fundamento radica en la imposibilidad de que los tribunales, solo sujetos al Derecho, puedan tener en cuenta las consecuencias sociales y políticas de sus sentencias; de ahí que todos los ordenamientos jurídicos del mundo regulen el indulto de una manera u otra.

              Cuento esto porque en este relato acerca del secuestro y muerte de Aldo Moro tiene mucho que ver.

              Aldo Moro, catedrático de Derecho Penal, fue uno de los redactores de la Constitución Italiana de 1946, dos veces primer ministro y, en el momento en que fue secuestrado, presidente del Consejo Nacional de Democracia Cristiana, el partido que llevaba tres décadas en el poder y que en aquel día de marzo de 1978 iba a mantenerlo gracias a un acuerdo con el Partido Comunista, acuerdo del que Moro había sido el principal artífice.

              La historia es conocida: Aldo Moro fue secuestrado por las Brigadas Rojas y sus cinco escoltas asesinados; durante su cautiverio se le permitió leer la prensa (y, por tanto, estar al corriente de cómo abordaban su secuestro el Gobierno italiano, su partido y el resto de partidos) y también se le permitió enviar numerosas cartas a otros políticos y a su familia, que en su mayoría fueron publicadas en los medios de comunicación. Entre medio, las Brigadas Rojas emitieron varios comunicados. Finalmente, fue asesinado tras cincuenta y cinco días de cautiverio. Al margen de las numerosas y enormes chapuzas que parece ser que hubo en la investigación policial, no es necesario adentrarse en sus causas para, de la mano de Sciascia y de su agudísimo análisis del lenguaje, las circunstancias y la naturaleza humana, comprender que, por una razón u otra, a Moro se le dejó morir en nombre de la «razón de Estado», si es que no hubo también otros intereses.

              En ensayo es una larga reflexión sobre las posiciones de cada cual, pero, en especial, reflexiona sobre el debate cuyos argumentos enfrentados eran las súplicas de Moro defendiendo una postura que ya había mantenido antes de su secuestro (básicamente, que el poder no se debilita por hacer ciertas concesiones, como el intercambio de prisioneros, tantas veces producido en la historia) y la postura del Gobierno Italiano, con el apoyo de la Santa Sede, de que «no se negocia con terroristas», lo cual, en la práctica, implicaba condenar a muerte a un inocente, cosa insólita para quienes se definían como cristianos.  Moro reclamaba que el derecho a la vida de personas inocentes debía prevalecer sobre los principios abstractos.

              La lucha de argumentos se saldó del modo ya conocido, pero antes el Gobierno italiano y la Democracia Cristiana dieron la espalda a Moro; pese a que él repetía los argumentos que había esgrimido en libertad, lo desacreditaron presentándolo como un hombre manipulado por sus captores para hacer menos onerosa para ellos la decisión de «condenarlo a muerte».

              En definitiva, el ensayo de Sciascia, que fue diputado entre 1979 y 1983 y presentó un informe ante el Parlamento sobre el caso Moro que se incluye en esta obra, reflexiona sobre la idea de hasta qué punto las excepciones al derecho penal –y con eso vuelvo al principio- son legítimas cuando de lo que se trata es de mejorar la situación de personas inocentes que no han cometido delito alguno. Aunque el caso Moro fue un caso límite, en el que estaba en juego la vida de una persona, el paralelismo es obvio cuando de la excepción a la norma penal se derivan beneficios para la sociedad, a la que siempre damos estatus de inocente (o, dicho de otro modo, de digna y merecedora de todo esfuerzo). Cuando eso puede suceder hay que utilizar la balanza para, después, pronunciarse, lo cual, cuando hay que aplicar la excepción, exige una dosis de valentía de la que claramente Sciascia parece partidario y que no tuvo el gobierno de Andreotti. El juicio de la historia, al que resignadamente emplazó Aldo Moro a sus correligionarios en sus últimas cartas, ha tenido un veredicto claro.

          Quizá en estos días en que se mezclan argumentos emocionales con argumentos racionales que implican analizar intereses complejos y realizar predicciones sujetas a error, esta lectura sirva a quienes usan los segundos para pensar mejor.





jueves, 17 de junio de 2021

Peregrinas – Joaquín Berges

 

              

              Creo que es el segundo libro que leo de Joaquín Berges, y repetir es buena señal. Sin embargo, esta obra es muy distinta a Nadie es perfecto, la otra que leí, y demuestra una variedad de registros y un talento notable, en ambos casos sin renunciar al humor, aunque aquí no lo provoca –porque Pegreninas no es una novela de humor-, sino que lo encuentra o, mejor dicho, lo saca a flote de entre las penalidades de la vida.

              Tres ancianas en una residencia, una de ellas con una demencia senil, se marchan un buen día, sin avisar a nadie, a hacer «el Camino de Santiago», o eso cree la última de ellas, porque en realidad han tomado la dirección opuesta con un fin cuya identificación es uno de los alicientes de la lectura. A bordo de un vetusto y enorme Volvo les acompaña Julio, un anciano taciturno y parco en palabras que durante años ha mantenido una extraña relación con una de las ancianas: simplemente, se veían de una terraza a otra, y les gustaba verse allí; les daba seguridad.

              Peregrinas es la historia del viaje, pero también la historia de cuatro personas, que es la de cuatro familias, con cada vida marcada por hechos habituales –la enfermedad, la infidelidad, la muerte...- y determinantes. A medida que los kilómetros van quedando atrás, el lector ve cómo se disipa la niebla, va descubriendo y comprendiendo, comprueba que hay heridas que no se cierran nunca pero que algo puede hacerse para que dejen de sangrar. Comprueba, también, que cuando la vida es una huida de los hechos que nos arrancaron la paz, se acaba por no llegar a ningún sitio y que el único destino confortable es estar en paz con uno mismo.

              La acción, al principio un poco confusa hasta que el interés que late detrás de cada una de las cuatro vidas comienza a tomar forma, tiene un ritmo constante; el lenguaje es a la vez llano y cuidado, sin florituras, pero eficaz, el lenguaje de un escritor que sabe lo que quiere comunicar y cómo hacerlo. Como además todos los personajes son, en el fondo, unos buenazos, el lector se solidariza con sus miedos, su sufrimiento y su contención. También asistimos a unas cuantas escenas emotivas que logran mantenerse en la sensibilidad sin caer en la sensiblería y a unos cuantos golpes de humor de los que hacen sonreír abiertamente.

              Por último, Peregrinas es una novela escrita durante la pandemia y que transcurre en ella, durante el verano de 2020, entre la desescalada tras el confinamiento más estricto y el otoño. El lector sin duda apreciará ahora, mejor que dentro de unos años, algunas de las sensaciones –en especial, una, que no voy a desvelar- que experimentan los protagonistas.

              Así que, hale, a leer Peregrinas cuanto antes.



lunes, 14 de junio de 2021

Capricho de la reina – Jean Echenoz

 



No miente el autor de la sinopsis al decir que los siete relatos contenidos en este volumen tienen «un hilo invisible que los engarza» (un único hilo, diría yo), el cual «no es otro que el impecable estilo de un escritor que construye con las palabras justas y la precisión de un miniaturista…», y es que Capricho de la reina es, también, un capricho no sé si de Echenoz o de su editor, porque estos siete relatos que nada tienen en común son fruto de motivaciones y circunstancias muy diversas y vieron la luz desperdigados en diferentes publicaciones. Edición o recolección, Capricho de la reina es uno de esos libros que, cuando el autor ha ganado un incontestable prestigio, se publican para exprimir hasta la última coma, aunque no por eso estos relatos son menos interesantes.

En una o dos tardes de lectura, porque ronda las cien páginas, podemos ver algunos experimentos más o menos extraños, como el repaso telegráfico a las estatuas de un buen puñado de reinas en los Jardines de Luxemburgo en París, historias aparentemente desmitificadoras sobre Nelson y Heródoto (que tan de moda está ahora), perturbadoras como la del ingeniero Gluck y absurdas como la del capricho de dónde, cuándo y cómo zamparse un bocadillo. 

Que los siete relatos no tengan nada en común, lejos de ser un problema se agradece, ya que permite zambullirse en siete paisajes e historias distintas teniendo como guía un escritor con un dominio del lenguaje envidiable. 

Para disfrutar de la lectura por la lectura.



jueves, 10 de junio de 2021

Murciélago – Jo Nesbo

 


 

        Estaba avisado que de Murciélago (1997), primera novela de Jo Nesbo y protagonizada por el policía noruego Harry Hole, no era la mejor de la saga. Lo digo porque esa advertencia me llevará a leer alguna otra, mientras que sin ella lo dudaría, ya que Murciélago es una novela entretenida, trabajada, pero en la que echo de menos un poco más de cemento entre los ladrillos que son cada uno de los breves capítulos; esa falta de consistencia sitúa al lector como un observador distante y poco implicado.

        Harry Hole, un tipo que arrastra problemas personales considerables capaces de anularlo en cualquier momento, es un policía enviado por su gobierno a Australia, para colaborar testimonialmente en la investigación del asesinato de una muchacha noruega. Hole, sin embargo, con el beneplácito de sus colegas australianos, acaba teniendo una autonomía y una capacidad de acción -a las que solo su lejanía con el realismo resta algo de verosimilitud- que aprovecha para moverse en los ambientes adecuados, para enamorarse y, también, para trabar algo parecido a la amistad con el policía, aborigen australiano, que se le asigna como compañero.

        Espabiladico que es el chico, gracias a él se llega a la conclusión de que el de la noruega no es el único crimen cometido siguiendo el mismo patrón, lo que sitúa la acción en ese ámbito tan cómodo para la novela negra como son los asesinatos en serie. Y a partir de aquí, la historia avanza con el autor jugando al despiste, pero en general respetando el principio de que los personajes no sepan más que el lector. Un consejo: no hay personajes irrelevantes; antes o después casi todos son usados por Nesbo en esa tarea de desorientación; lo aviso porque para cuando el lector se da cuenta, han pasado ante sus ojos una caterva de señores a los que se ha podido prestar poca atención porque aparentemente solo formaban parte del decorado. Mejor andar con la memoria aguzada.

        Al atractivo de toda novela negra bien planteada, se une el de un escenario, Australia, desconocido y atípico para la mayoría de los lectores, y el más alejado posible para el público noruego, pues Australia es el territorio habitado más cercano a las antípodas de Noruega, situadas en mitad del océano, más cerca de la Antártida que de la propia Australia. Algo quiere decir, creo, acerca de los planteamientos, no sé si literarios, comerciales o ambos, con que Jo Nesbo afrontó la escritura.

        Como decía al principio, leeré algún libro más de este autor. Al fin y al cabo ya estaba ahí antes de la explosión de la novela negra nórdica y aquí sigue cuando lo más intenso de ella ya ha pasado. Por algo será.

        Por cierto, a título de curiosidad, se me ocurrió preguntar en las redes por qué, por ejemplo, el nombre de los autores rusos publicados en España no aparece escrito con el alfabeto cirílico y en cambio Jo Nesbo aparece siempre como Jo Nesbø. La única respuesta recibida: es una pose para hacer más exótico el producto.



martes, 8 de junio de 2021

La danza de los tulipanes – Ibon Martín

 


             

              Sensaciones contradictorias me ha producido esta novela de Ibon Martín. Por una parte me ha enganchado, he disfrutado de su lectura y el final es más o menos inesperado (solo más o menos); pero por otra hay omisiones que alejan tanto la historia de la realidad que parecen un recurso burdo para sostener en pie la investigación que sustenta el argumento, y además algunas de las cuestiones que aspiran a ser de impacto las ve venir el lector cien páginas antes que los protagonistas, con lo que a veces el «atractivo» no es la historia sino la verificación de hasta qué punto es capaz de sostener el autor la inexcusable inopia de los personajes; uno a eso el dato anecdótico, pero incómodo, de que el principal telón de fondo y leitmotiv de los crímenes y su investigación tiene bastantes parámetros en común con una novela poco leída y publicada tres años antes: Lo que no sé si viví, aunque nada más comparte con ella.

              En cuanto a los personajes, existe demasiada desproporción entre los protagonistas –que aspiran a ser realistas-, y el malo malísimo, tan evidente resultado de laboratorio que carece no ya de realismo, sino también de la mínima verosimilitud. Añadamos otro defecto: el autor no disimula saber más que el lector tanto cuando la historia se expresa en tercera persona como cuando lo hace en primera, en boca del malo malísimo, lo que produce al lector la desagradable sensación de que están jugando con él. Y es que, aunque el autor siempre juega con el lector, la gracia está en que no se note; el truco no puede ser la desfachatez de «no te lo digo porque no me da la gana y me lo callo para que sigas leyendo».

              Sin embargo, como he dicho al principio, la novela me ha enganchado, sobre todo la segunda mitad, cuando los hechos comienzan a acelerar. Luego explicaré por qué.

              Ane Cestero es una jovenzuela suboficial de la Ertzaintza de carrera meteórica y con un pronto descontrolado. Le cae el premio de dirigir una unidad especial para los crímenes de relevancia mediática –incluyendo, cosa bastante increíble, las relaciones con la prensa-; es una «unidad Guadiana», pues solo existirá cuando haya algún crimen de esas características. Y lo hay, claro: el asesinato, retransmitido por Facebook, de una buena señora abandonada sobre las vías del tren. Un «asesinato de autor», que el criminal firma con un peculiar tulipán.

              La unidad está formada por Ane, por un tipo eficiente y gris llamado Aitor y complementada con personal de la comisaria donde ocurren los hechos: la de Guernica, porque los hechos transcurren en la zona Urdaibai, un entorno natural privilegiado al que se intenta dar protagonismo. Entre ese personal está Julia, de edad parecida a la de Ane y su antigua pareja, Txema, un suboficial con ínfulas que rivaliza con Cestero, porque ya se sabe que uno de los ingredientes de toda novela negra son las relaciones laborales de los protagonistas con sus jefes y colegas. Unamos aún otro personaje, como el poli tatuador vacilón o el comisario que es a la vez sospechoso de libro y tenemos el elenco completo. Y volviendo al tema geográfico, el autor no renuncia a uno de los rincones de moda del País Vasco, lanzado al estrellato creo que por Juego de Tronos: San Juan de Gaztelugatxe.

              Como típica «novela de asesinos en serie», los investigadores no dan una y la gracia está en que el malo siga haciendo de las suyas para buscar elementos en común e ir atando cabos (falta de originalidad tan poco sorprendente en este tipo de novelas que todo lector la perdonará). Sin embargo, como el lector no puede prescindir del mundo en el que vive, a su cabeza vienen, con cada crimen, recursos básicos de investigación que a diario están en los medios de comunicación e incluso muy detallados en novelas como las de Lorenzo Silva; recursos de los que aquí se prescinde de un modo tan flagrante que perjudica demasiado la verosimilitud. Se prescinde, por ejemplo, de todo lo telemático; ni siquiera se preguntan los investigadores qué cuenta de Facebook han retransmitido la escabechina, ni quién está detrás de ellas, ni a través de qué dispositivos se han producido conexiones anteriores de esa cuenta, ni se investiga el teléfono móvil de nadie, ni… ¡Viva la artesanía! El efecto negativo, porque por otra parte se está intentado apuntalar la novela en elementos realistas propios de la idiosincrasia de la zona.

              Atando cabos, atando cabos (o sea, muerte a muerte), se llega a cierta «conventual conclusión» que opera durante el resto de la novela como telón de fondo -al que me he referido al final del primer párrafo- lo que tiene el atractivo para el lector de sumar dos misterios en uno: quién anda apiolando al personal y qué diablos pasó en un convento cuarenta años atrás.

              La historia es también la de sus protagonistas: amores, desamores, familia y un tema de actualidad: la violencia de género. Además la investigación toca de cerca a varios de los investigadores o a su entorno, como ya he apuntado antes citando, por ejemplo, al comisario (y no descubro nada porque se dice desde el primer instante). De este modo el lector tiene tantos frentes abiertos, tantas curiosidades por satisfacer, que es normal que deseo de obtener respuestas tire de él y, a pesar de todos los fallos y fallitos que he señalado, acabe devorando la novela. 

            Literatura de entretenimiento que, aunque mejorable, cumple su función.