(Trilogía negra de Pekín, 3)
La Trilogía negra de Pekín está formada por El ojo de jade, Mariposas para los muertos y La Casa del Espíritu Dorado. Leí El ojo de jade en muy mal momento: es la novela que llevaba entre manos cuando llegó el confinamiento en 2020, lo cual, con toda la incertidumbre personal y el carajal laboral al que hubo que hacer frente, hizo que no estuviera muy centrado en su lectura y que, en consecuencia, no me gustara mucho. Por este motivo, pensando que no había sido justo con la novela, decidí leer la segunda, Mariposas para los muertos, pero me encontré con que la apreciación de la primera sí había sido correcta, al menos desde mi punto de vista, pues no encontré nada que permitiera mejorar la experiencia. Y entonces, os preguntaréis, ¿por qué he sido tan tonto de leer la tercera? Pues porque, cuadriculado que es uno, siendo una trilogía me dio por terminarla un día en que no tenía nada claro qué otro libro comenzar.
No me arrepiento, porque aunque La Casa del Espíritu Dorado tampoco es un novelón, al menos sí es la mejor de las tres que forman la trilogía.
La autora ha decidido, esta vez, que las tribulaciones personajes de la protagonista y su familia deben quedar a un lado (lo que hace preguntarse por qué les dedicó tantas páginas en las novelas anteriores), logrando así que La Casa del Espíritu Dorado sea una novela autónoma más que el colofón de una trilogía (suena extraño decir algo así como mérito, pero así me lo parece en esta ocasión). Además, aunque la mayoría de los personajes siguen siendo planos es un acierto la inclusión del menos plano de todos: el inspector de policía que ya salió en la segunda novela. Pero, sobre todo, lo que se agradece es que la trama es algo más clara y trabajada que en las dos novelas precedentes, hasta el punto de que se puede seguir la acción con cierta lógica sin que las situaciones convenientes se epifanicen como por arte de magia.
Una acción que es, dicho sea de paso, un tanto facilona, porque otra vez cuántas cosas se arreglan con seguimientos que detectaría cualquier hijo de vecino.
Como ocurría en las dos primeras novelas, lo mejor es el trasfondo: el Pekín que no conocemos, donde ser detective privado es ilegal y donde el poder controla casi todo. La trama, pues bueno, no es para tirar cohetes: un abogado guapetón contrata a Mei, la protagonista, para investigar a un intermediario al que unos empresarios de fuera de Pekín han entregado ya mucho dinero –sin resultados- para la promoción de un producto -dejémoslo en «homeopático»- para curar «corazones rotos». No es el único que investiga al caballero, y el otro investigador aparece hecho fosfatina no se sabe muy bien si por los méritos del investigado o por los de sus contactos rusos, hecho que sirve –con poca gracia, dicho sea de paso- para que el poder interfiera sin llegar a ser más que una presencia.
El argumento discurre de un modo facilón, lo cual unido a lo ya dicho sobre los personajes hace que la novela no vaya a provocar, sospecho, grandes festejos entre sus lectores. Lo más interesante, repito, el trasfondo social, en el que no se profundiza demasiado pero en el que se pueden ver bastantes cosas interesantes y sorprendentes para los occidentales.
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