En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

lunes, 28 de noviembre de 2022

No me acuerdo de nada - Nora Ephron

 



        Nora Ephron no se acuerda de nada y yo, como he tardado algo de tiempo en escribir esta reseña, tampoco.

               O al menos, no recuerdo mucho, lo cual no habla del todo bien de este libro, cuya voz suena a venerable ancianita de vuelta de todo, que, con tierna inocencia, nos habla de cosas como la importancia de tostar bien las galletas en el horno, aspecto crucial de la existencia frente al que deben ceder todos los dilemas existenciales de cada hijo de vecino.

        Confieso, eso sí, que ese tono de viejecita amable y un punto ingenua que ya solo da importancia a las cosas triviales haciendo de ellas el centro de la existencia lo he sufrido ya tantas veces -quizá más en el cine que en la literatura- que me pone un poco de los higadillos.

          Se trata de una obra que deja mejor sabor en el momento de leerla que en el de recordarla, y cuyos no sé cuántos capítulos -cada uno una breve reflexión, un breve recuerdo- giran en torno a la idea de que en la vida lo importante no es qué somos profesionalmente, ni qué hacemos, ni dónde vamos, ni qué tenemos, sino quiénes somos: si somos buenos o malos, amables o desagradables, egoístas o generosos.

        No me acuerdo de nada es una obra tan breve que se lee rápido. Una secuencia de confesiones o reflexiones que tienen como elemento común -aparte de lo ya dicho- la vejez y el modo en que afecta a la visión de las cosas. La conclusión, por si alguien no lo sabía ya desde el principio, es que lo que hoy nos parece importantísimo mañana nos parece una estupidez o, directamente, lo hemos olvidado; que el último refugio es la intimidad de las pequeñas cosas y que, a fin de cuentas, morirse no es una cosa agradable pero tampoco tiene por qué ser un drama. Y si lo ha de ser, móntalo el día en que la palmes, y no te estropees los anteriores. Y eso: lo importante es quién se ha sido en el plano personal. Todo esto, claro, mezclado con los recuerdos -los que recuerda y los que no- de alguien que ha tenido una vida intensa, que ha trabajado para medios importantes y se ha codeado con gente famosa y poderosa; en el fondo, son los chismes el principal aliciente, más que las ideas.

        Un libro formalmente correcto pero no especialmente inspirado. Un libro para pasar el rato.


jueves, 24 de noviembre de 2022

Un marido de ida y vuelta - Enrique Jardiel Poncela

 

«Lo que le ocurrió a Pepe después de muerto» era el título original de esta obra de teatro, pero la prudencia aconsejó cambiarlo porque su estreno en Madrid se produjo en el otoño de 1939, con muchos muertos recientes y muchos otros que seguían muriendo en las ejecuciones que siguieron a la Guerra Civil, muertos, unos y otros, a los que les ocurrían muchas cosas y ninguna buena: desde la ignominia programada hasta la desaparición de sus restos. 

Un marido de ida y vuelta se cuenta entre las obras de Jardiel que él mismo calificó como «sin corazón» y que encumbró –modestia aparte- como perfectas por haber seguido exclusivamente el dictado de su apetencia al estar ya consagrado y no tener que hacer méritos ante el público dándole lo que el público estaba acostumbrado a recibir del teatro español de la época.

          La obra cuenta la historia de Pepe, que, vaya por Dios, se muere mientras preparan una fiesta de disfraces y, por eso, se muere vestido de torero. La consecuencia es que con tan distinguido atuendo se ve obligado a deambular por ahí su fantasma.

          Pero Pepe, en vida, había pedido a su amigo Paco que, en el caso de que Pepe dejara viuda a Leticia, Paco no se casara con ella. 

          Con la idiosincrasia propia de los personajes femeninos de Jardiel, ¿qué quiso hacer Leticia en cuanto quedó viuda y se enteró de esa petición? Pues casarse con Paco, porque nada hay tan atractivo como lo prohibido.

          Las cosas no son fáciles, sin embargo. Primero, porque Leticia a quien quería era a Pepe y si lo sustituye por Paco es por haber tenido Pepe el mal gusto de haberse muerto. Y, segundo, porque Pepe, devenido en fantasma, sigue enamorado de Leticia. ¿Y el pobre Paco? Lo sabrá quien lea (o, mejor, vea, la obra).

          La profusión de situaciones equívocas, absurdas, disparatas y el uso de hilos argumentales que juegan con el doble sentido de las palabras da a la obra una agilidad tremenda y un interés sostenido. Además, Jardiel logra suscitar una permanente expectación, porque cuando los fantasmas aparecen en escena las reglas de la lógica quedan abolidas y el público ya no sabe qué puede esperar a cada frase.

          Una obra divertida, brillante, con la que si el espectador quiere puede reflexionar sobre el concepto de lealtad, que, para Jardiel, a menudo parece mucho más importante que el amor, sentimiento este último al que sometió a no pocas chanzas y sátiras.


lunes, 21 de noviembre de 2022

Historia de dos ciudades – Charles Dickens

 



Cada verano procuro leer un clásico largo, que para eso está el tiempo. Este año elegí Los papeles póstumos del Club Pickwick, pero acabé leyéndolo en momento, lugar y modo no previstos y por eso me dio por leer unas semanas después, ya en otra situación, Historia de dos ciudades, que además no es una obra especialmente larga.

Historia de dos ciudades es en realidad la historia del médico francés Alejandro Manette, de su hija, de un alto empleado de banca inglés y, sobre todo, la de un joven llamado Charles Darnay.

El médico, tras pasar dieciocho años encerrado en la Bastilla ha sido rescatado por el banquero, y así es como ha sabido que tiene una hija y la ha conocido. Ya en Inglaterra, la muchacha se vuelca en el cuidado de su padre, que ha retornado al mundo de los vivos no muy sano mentalmente, aunque poco a poco se va recuperando. Pero, claro, que ella disfrute tanto cuidándolo no la hace inmune al deseo de amar, y aquí aparece Charles Darnay, un dechado de virtudes con un único problemilla: es un noble francés descendiente de aquellos que enchironaron al médico, pero un noble peculiar, porque ha renunciado a sus orígenes y se gana la vida como puede.

La novela, publicada en entregas cuando Dickens tenía 47 años, y que figura entre las más famosas, tiene dos partes (no formalmente diferenciadas). La primera transcurre sobre todo en Inglaterra, y en ella la novela me ha parecido algo insulsa, porque apenas pasa nada más allá de la presentación de los personajes, todos unos tipos de lo más bonachones y estupendos, y donde todo parece de color de rosa; y la segunda, parte donde Charles Darnay vuelve a Francia movido por un noble impulso y se encuentra allí con que la racionalidad ha sido sustituida por algo muy parecido al horror; esta segunda parte es una secuencia de penalidades y desdichas que amenazan la justa felicidad de esos pobres diablos y de la que está por ver si pueden escapar y cómo; ahí radica la trama y el interés de la novela, aparte, claro está, de que es el fondo de la misma, el decorado tras los personajes, el marco histórico y la crudeza con que se narran algunas cosas lo que permite que Historia de dos ciudades sea lo que es: un clasicazo.

          Concluyo con un cotilleo: una voz más autorizada que la mía me advirtió que Los papeles póstumos del Club Pickwick era un tostonazo y que Historia de dos ciudades era una maravilla. Bueno, pues qué le vamos a hacer, pero, habiéndome gustado las dos, he disfrutado más leyendo la primera.



jueves, 17 de noviembre de 2022

Retrato de un hombre inmaduro – Luis Landero

 



¿Qué es la madurez? 

Leyendo este libro, que habla de ella por omisión, se diría que es la asunción del papel que te corresponde en todas y cada una de las facetas de la vida. Es decir, admitir que eres quien eres; admitir que eres la mierdecilla que eres porque, hagas lo que hagas, solo eres un ser humano más, una molécula más en la historia del universo; un ser completamente prescindible para todos y quizá incluso hasta para ti mismo. Así que, ¿qué es la inmadurez? Creer que eres algo distinto o, como le ocurre al narrador y protagonista de esta historia, creer que puedes llegar a serlo.

Quien más y quien menos todos somos inmaduros, porque quien más y quien menos tiene mejor o peor opinión de sí mismo de lo que la tienen los demás; juicio, el ajeno, que es el que determina nuestro papel real en la sociedad aunque luego cada uno crea otra cosa. La peculiaridad del protagonista de esta inteligente y divertida historia es que su inmadurez va más allá del pensamiento y de las pequeñas acciones o manías conexas; de modo esporádico se manifiesta en excentricidades y extravagancias, y, en otras ocasiones, en no tener ni idea de qué hacer ante una realidad concreta. Es lo que tiene no saber cuál es tu papel.

Contado en primera persona por un narrador que se dirige al lector tratándole de usted, Retrato de un hombre inmaduro es una obra lúcida porque a través de los pensamientos hechos texto del protagonista se muestra la perplejidad del hombre ante la realidad y el permanente sueño de escapar de ella y sus limitaciones. Es también una obra divertida, porque, aunque tiene el poso de amargura derivada de la impotencia para encontrarse a sí mismo, las anécdotas que le ocurren al personaje son creíbles y risibles. Y, por último, tiene mucho mérito armar este muestrario que traslada una idea muy concreta de la desorientación humana sin que haya nada parecido a una trama o un argumento, porque lo que cuenta Retrato de un hombre inmaduro es una secuencia de recuerdos más o menos sin orden ni concierto con el único nexo en común de su protagonista y de sus relaciones, siempre complicadas, con el mundo. 

Una magnífica manera de exponer la desorientación del ser humano y de llegar a la conclusión de que si alguien no se siente desorientado ante la vida es, seguramente, porque ha renunciado a contemplar alguna parte de ésta; es decir, porque está completamente equivocado.

          Quizá, incluso, es que la madurez no existe.




lunes, 14 de noviembre de 2022

La llama de Focea – Lorenzo Silva

 



Cuando un personaje alcanza la proyección de Rubén Bevilacqua se abre la oportunidad, que Lorenzo Silva ya aprovechó en la anterior novela de la saga, de dar a conocer el pasado de alguien que (cómo dudarlo con tantas novelas de éxito detrás) interesa a los lectores.

Si en El mal de Corcira supimos de las andanzas de Bevilacqua en el País Vasco en sus inicios en la Benemérita, en La llama de Focea sus recuerdos se remontan a su pasado inmediatamente posterior, con el traslado a Barcelona. La técnica en ambos casos es similar: el delito sobre el que Bevilacqua debe trabajar –un presente que transcurre a comienzos del otoño de 2019, cuando está a punto de conocerse la sentencia del procés– trae a su cabeza –viajes mediante- los recuerdos de aquella otras época, en la Barcelona  de finales del siglo XX, conflictivos en lo personal y en lo laboral; de esto último algo supimos ya en una novela muy anterior, La marca del meridiano, por lo que es lo personal lo más llamativo en esta ocasión. La descripción de los sentimientos que produce la infidelidad en quien traiciona a su pareja me ha parecido especialmente lograda. Y el detalle de un par de epifanizaciones ante un antiguo «amor imposible» tras muchos años de incomunicación también tiene su puntito para reflexionar sobre madurez e inmadurez y sobre las películas que cada cual se monta con su pasado cuando se ve perdido en su futuro.

La llama de Focea comienza con el asesinato, en el Camino de Santiago, de una joven que resulta ser hija de un corrupto barcelonés devenido independentista y con contactos de lo más dudosos, que lo mismo pueden servir –duda todo el mundo, incluido el lector- para llenarle el bolsillo que para alborotar el cotarro político y callejero.

Como es marca de la casa, la investigación tiene un elevado tono realista en la que los tiempos los determinan los procedimientos periciales, y entretanto los días son aprovechados por Bevilacqua, Chamorro y compañía para recabar las pruebas testificales. La investigación suele seguir un camino lógico que conduce a unas conclusiones lógicas (y poco sorprendentes, porque pronto se ha identificado el rumbo), pero Silva ha tenido la capacidad de mantener la sorpresa no jugando con los procedimientos policiales –que mantienen su halo de realismo- sino complicando la realidad que esos procedimientos investigan, lo cual provoca unos giros finales sorprendentes y que se agradecen, a pesar de la no tan realista entrevista final entre el protagonista y cierto señor que conocerá quien lea la novela (sobre esto me pregunto si no volveremos a saber de este caballero en el futuro).

El crimen se comete en el Camino de Santiago, pero la protagonista es Barcelona. Me ha parecido estupendo, porque una ciudad es más evocadora a los propósitos que se persiguen. Uno de ellos, no menor, es abordar un tema que ahora está bastante chuchurrido en comparación con hace un lustro (y más tras ser aplastado por la pandemia) pero entonces provocó una tensión social sin precedentes en la democracia: el procés; esa cosa que nadie sensato creía posible, defendible ni deseable, pero que, ante el silencio de la sensatez, acabó siendo creíble para cientos de miles de personas que con tanta fe como ausencia de razonamiento creyeron también que las reglas democráticas se pueden modificar e improvisar «a instancia y en interés de parte». El caso es que en medio de una conmoción social desconocida al menos por dos generaciones se declaró la independencia, y quien había promovido y liderado el chusco camino que condujo al desaguisado, en lugar de tomar ni una sola disposición al respeto tras la declaración, en lugar de lanzar arengas solemnes y emotivas, en lugar de hacer llamamientos a unos y otros para intentar allanar el camino a la prometida nueva realidad, en lugar de intentar ser uno de esos líderes cuyas futuras estatuas los representan mirando al horizonte donde se vislumbran sueños e ideales, en lugar de todo eso, digo, el hombre se largó a tomar vinos por su ciudad para a continuación, y sin solución de continuidad, poner pies en polvorosa por si las moscas. Trágico y sin épica. Berlanguiano. Quiso el aprendiz de brujo parir una tormenta de truenos y, cuando toda la sociedad se disponía a afrontar el temporal, el héroe se tiró un solemne pedo. Tras el cual, en lugar de llorar de impotencia, se fue de copas con una sonrisa de a oreja a oreja, como si no hubiera esperado otra cosa de sus conjuros. Y adiós. En cualquier caso, sea como sea, aquellos meses fueron un desastre para toda la sociedad española. Sigue habiendo cafres en todos los frentes, pero quiero pensar que unos cuantos han abandonado sus posicionamientos radicales al haber advertido que la democracia no es un sistema para que quien tiene la mitad más uno de los votos haga lo que le dé la gana, sino un mecanismo para garantizar la convivencia entre quienes tienen ideas y pretensiones distintas e incluso incompatibles. La democracia no tiene por principal objeto dar satisfacción a sueños ideológicos, sino permitir la convivencia. Silva deseaba meterse en este jardín, como en la novela anterior lo hizo con el tema de ETA, y lo ha hecho poniendo en boca de su personaje una serie de reflexiones a mi juicio bastante sensatas que apelan al sentido común y, sobre todo, a la necesidad de informarse, de conocer bien el pasado, de conocerse a uno mismo y de conocer al otro. Difícil es la convivencia cuando nadie se molesta en conocer las razones de nadie. Ni siquiera las propias.




jueves, 10 de noviembre de 2022

Como polvo en el viento – Leonardo Padura

 


Hasta ahora solo había leído una novela de Leonardo Padura, Pasado perfecto, que no me había chiflado. Como polvo en el viento, en cambio, me ha parecido muy, muy buena.

Quiero destacar varias cosas sobre ella:

La primera, la trama. Yendo y viniendo en el tiempo se logra aclarar, por supuesto solo al final, los dos misterios que dinamitaron el clan que unos jóvenes cubanos habían formado en La Habana con centro en la peculiar casa de una de las mujeres que lo formaban. Gente normal, corriente y moliente que un buen día, el día que puso fin al clan tal, se enfrentaron a dos misterios: a la muerte de uno y a la desaparición de otra.

El lector, eso sí, siempre sabe más que los personajes. Desde el principio sabe, por ejemplo, que la desaparecida no se disolvió en el aire. Sabe qué ha sido de ella. Pero no sabe por qué desapareció. Los motivos de este personaje y si las verdaderas causas de la muerte coinciden o no con las oficiales son el leitmotiv de la novela. Además es original el planteamiento: nadie investiga nada, pero todos tienen sus recuerdos y secretos; recuerdos incompletos y fragmentados que componen un puzzle que solo puede completarse poniendo esos recuerdos en común y desvelando lo que siempre ha estadocallado. Y así avanza la novela: recomponiendo la memoria colectiva con los recuerdos y los secretos de cada cual.

La segunda, que el esclarecimiento de los hechos y la vida cotidiana se ven dificultados hasta el extremo como consecuencia de la dictadura cubana y, en particular, por la penuria de finales de los 90 motivada por la caída del muro y el cese del apoyo material de la Unión Soviética. Leonardo Padura relata las miserias del régimen, desde los años sesenta del siglo XX hasta la actualidad, de modo puramente descriptivo, pero sin realizar valoraciones porque éstas se realizan solas: el control de la vida diaria, las limitaciones a una libertad tan elemental como la de viajar, que convierten a los ciudadanos en prisioneros en su país o el comportamiento de la policía con varios de los personajes no necesitan juicios ni calificativos para dejar en mal lugar al régimen castrista. También influye en ello la crítica por comparación, cuando vemos cómo los personajes de desenvuelven en La Habana y cómo en Estados Unidos -en Miami, Nueva York o las cercanías de Seattle-, Madrid o Estados Unidos.

Y en tercer y último lugar, no menos interesante que todo lo anterior es la peripecia vital de unos personajes abocados a diferentes formas de soledad: la del exilio para muchos (un exilio económico, aunque también en busca de la sensación de libertad) y la de quienes permanecen mientras otros se van. En torno a estas situaciones las relaciones afectivas y emocionales (de pareja y paternofilianes) son el colofón de una historia muy completa porque no descuida ni la trama, ni su marco social e histórico, ni el desarrollo emocional de los personajes (condicionado por las dos cuestiones anteriores).

Un libro interesantísimo, ameno, que se lee con avidez y cierto poso de tristeza porque es una historia sin ganadores y con multitud de perdedores que siempre han sabido que lo son y no han sido capaces de evitarlo. Una novela, también, que al hilo de las situaciones singulares de cada personaje induce reflexiones profundas sobre los motivos de las personas y sobre la posibilidad o no de escapar de uno mismo y de las frustraciones que impone la vida.




lunes, 7 de noviembre de 2022

Si te dicen que caí – Juan Marsé

 


 

              Los sentimientos y las emociones también se dejan en herencia, como el patrimonio, pero a diferencia de éste no pasan de padres a hijos, sino que se transmiten por vía ideológica, o cultural, o por las circunstancias, influencias y experiencias de cada cual. Por eso, 83 años después de haber finalizado la Guerra Civil aún resulta imposible habla de ella sin que la mayoría de las personas se posicionen a favor o en contra de uno de los bandos (como si solo hubiera habido dos). Además, a pesar de que, como dice el catedrático de Historia Julián Casanova, la Guerra Civil española ha sido el segundo conflicto bélico más estudiado de la historia después de la Segunda Guerra Mundial (pero, avisa, hasta hace escasos años solo estudiado con rigor por historiadores extranjeros) aquí nadie se pone de acuerdo sobre ella, ya que en España fue imposible estudiar o publicar nada riguroso sobre la guerra durante la dictadura; tampoco se hablaba con rigor en los colegios, ni en los medios ni en ningún sitio, y tantas décadas de silencio han alumbrado generaciones de ignorantes incapaces de transmitir a sus hijos o alumnos nada más que generalidades vacías de contenido, eslóganes, mitos fundacionales del nacionalismo español y frases hechas. No ha sido hasta el siglo XXI cuando a los estudios «canónicos» (todos de autores extranjeros, muchos de ellos británicos) sobre la Guerra Civil se han incorporado las primeras obras de historiadores españoles, y muy poquito a poco. Por todos estos sentimientos aún vigentes que cabalgan a lomos de la ignorancia rampante que acabo de describir, Si te dicen que caí (publicada en 1973 en México porque en España era imposible) es una novela comprometida y beligerante, que aborda algo aún menos conocido por los españoles que su propia Guerra Civil, pero no menos dramático para muchos: la posguerra.

              Barcelona. Barrio del Guinardó. Años cuarenta del siglo XX. Cualquier adulto significado como «rojo» ha sido fusilado o encarcelado en condicionas inhumanas. Unos cuantos, en la clandestinidad, deben conformarse con seguir vivos, y unos pocos de ellos, ajenos al peso de la realidad, practican sabotajes y atentados. A sus hijos, los hijos del fusilado, del encarcelado o del disuelto en la clandestinidad, los encontramos en el entorno de un orfanato femenino. Los chicos llevan la vida que pueden, callejera, divirtiéndose con lo que hacen y con las «aventis» que inventa uno de ellos utilizando como material la realidad, descubriendo el sexo y el amor; y ellas, las chicas del orfanato, también están descubriendo el amor, el sexo y las pillerías sobre la base de un futuro que solo puede acabar en la servidumbre de los «señores acomodados» -que están a bien con régimen o forman parte de él- o en la prostitución, que es también el medio de vida de muchas de las madres de todos estos muchachos -una vez perdido el soporte económico que los maridos representaban y habida cuenta de que tampoco era sencillo encontrar trabajo siendo mujer y esposa o viuda de un «rojo». Una sociedad que ha sido dividida desde el poder entre «los nuestros» y «los otros», donde los primeros encuentran prebendas y facilidades y los segundos solo problemas, sospechas, miedo y terror.

              En este marco discurre la vida del grupo de amigos (chicos), mucho más independientes que las chicas, tuteladas por el orfanato. Alguno de ellos comienza a volar en busca de independencia y amores, pero en esa búsqueda tropieza con la pobreza y la explotación –incluida la sexual- a manos de alguno de los señoritos vencedores, que gozan de impunidad. En esos pocos años que van de la pubertad a la juventud vemos a niños que pasan a ser hombres que buscan un camino, aunque alguna niña es transformada antes en prostituta que en mujer; entre ellas, una prostituta que el paso del tiempo hace mítica, porque demasiada gente, entre ellos algunos poderosos, la busca. ¿Por qué? ¿Qué secreto guarda? Uno de sus buscadores es uno de aquellos chicos, que se enamoró de ella, o algo parecido, cuando ambos, siendo críos, fueron forzados a tener relaciones sexuales para satisfacer el voyeurismo de un paralítico de guerra pudiente e influyente.

              La narración, fantástica, alterna recuerdos del presente (1973) compartidos entre uno de aquellos muchachos (ahora celador en el Hospital Clínico) y una monja (entonces huérfana del orfanato) a cuenta de los cadáveres de un matrimonio –también chicos de Guinardó treinta años atrás, conocidos de ambos- y sus gemelos, llevados al hospital tras un accidente de tráfico. La narración alterna versiones de unas mismas realidades, que mezclan testimonio, la imaginación de las «aventis» y elucubraciones. La mezcla es brillantísima: el lector nunca sabe cuándo se le está contando la verdad; ni siquiera si alguna vez se le llega a contar; y, sin embargo, termina la lectura con una intensa sensación de verdad y autenticidad.

              Los chicos que protagonizan la historia saben que hay adultos. Y muchos tienen para ellos un aura mítica. Han muerto, o están en la cárcel, o en la clandestinidad pensando en devolver el golpe a los sublevados.  Si te dicen que caí también es la historia de algunos de estos adultos. Trabajadores transformados en carne de cañón durante la guerra y, más tarde, algunos, endurecidos hasta transformarse en delincuentes y terroristas. Entre estos últimos, casi todos son idealistas a quienes el paso del tiempo y la impotencia devuelven al orden para situarlos a las puertas de la vejez solos y asombrados por cómo pudieron ser tan ingenuos de no advertir el aplastante peso de la realidad consumada. Ya adultos, todos los que perdieron lo mejor de sus vidas en la lucha contra una dictadura apoyada por el fascismo y el nazismo, viven perplejos por cómo la realidad consumada de su fracaso ha borrado en ellos todo entusiasmo, todo ideal, todo afán de lucha; por cómo se han acabado adaptando a los designios del vencedor, sacrificando el ideal de una sociedad libre a cambio de poder conservar algo tan pequeño en comparación como su insignificante vida individual; aplastados por cómo el fuerte impone su poder hasta que la resignación, y con ella la humillación, se acepta pasivamente por los vencidos, que ya no se sienten vencidos por un oponente sino derrotados por su propia debilidad.

              Si el dominio del lenguaje es magnífico, resulta abrumadora la capacidad de Juan Marsé para, a partir de un conjunto de historias complejas, crear aún más confusión de modo intencionado y, de todo ese revoltijo, sacar tanta luz.           

              ¡Qué grande!

jueves, 3 de noviembre de 2022

¡Espérame en Siberia, vida mía! – Enrique Jardiel Poncela

 



La mejor manera de suicidarte (sobre todo si te has suicidado mal un montón de veces) es contratar un sicario para que te apiole. Pero sin pagar por adelantado, claro, que luego la gente es muy informal y ni te mata ni nada. Incluso puede haber desaprensivos capaces de primero sacarte los cuartos y luego dejarte vivo. ¿Solución? Contratas el sicario, arreglas lo del pago en las disposiciones testamentarias, y todos tan contentos.

Salvo, claro, que luego no te apetezca morirte. Por ejemplo, porque no te duele nada o porque una vedette se ha enamorado de ti. En estas condiciones, para despistar al sicario lo mejor es escapar como un conejo y citarte en Siberia con la interfecta, ¿a que sí? Porque, seamos realistas: Siberia no es un sitio muy frecuentado ni por sicarios ni por no sicarios. Es un lugar, por tanto, seguro e íntimo. Que sea algo fresquito, ¿qué más le da a una pareja protegida por el calor del amor y sus calentones?

Sobre tamaño disparate construye Enrique Jardiel Poncela una divertidísima novela, desde la primera a la última página, reeditada hace poco por Blackie Books

La obra evoluciona de novela de situación a novela de acción, pero es también en todo momento una parodia, porque, amén de mil cosas más, que el amenazado sea víctima de su propia amenaza no deja de ser algo grotesco, una provocación hacia las novelas de aventuras.

Pero lo que más me ha llamado la atención de esta obra ha sido lo mismo que en las otras tres grandes novelas de Jardiel: la completa libertad que transmite su modo de escribir. No es solo que la novela sea divertida, es que se lo tuvo que pasar en grande escribiéndola. Los recursos al absurdo, a la hipérbole, los juegos de palabras, los sobreentendidos o el juego con los tópicos son casi elementos tangenciales comparados con la sensación de libertad que producen sus idas y venidas, comentarios intercalados, dibujos, observaciones  fundadas en su apetencia o su capricho y tantas otras cosas. Digamos que se concedió licencia para hacer el gamberro impunemente y la aprovechó.

Seguramente es así como salen las mejores historias.

¡Espérame en Siberia, vida mía! es un ejemplo de libertad creativa, humor e inteligencia. Una gozada para cualquier lector.