¡Vaya novela! En un mundillo, el literario, donde la inmensa mayoría de lo publicado se escribe siguiendo pautas comerciales es de agradecer la escritura artística, que es también la contundente, la que queda, la que hace grande la palabra «literatura».
El 21 de enero pasado David Uclés cumplió 35 años. La península de las casas vacías ha sido escrita, según he leído en algún sitio, a lo largo de un proceso más de una década. Tanta calidad con tanta juventud es infrecuente, y aún lo es más que ambas coincidan con la ambición. Lo digo porque esta novela es ambiciosa. Mucho. Y porque su autor ha salido airoso. Casi nada. Es algo excepcional.
Hace falta ser atrevido para acometer un proyecto que combina la Guerra Civil (un tema harto trillado, por lo traumático, en las últimas décadas), con frecuentes pinceladas de realismo mágico que entroncan el texto con lo mejor de la novela latinoamericana del siglo XX y, para redondear, hacerlo desde el unamuniano concepto de nivola. Cocinar tamaña pócima resultaría en un indigesto desastre para el común de los mortales, pero el talento de David Uclés le ha permitido ofrecer al lector un plato selecto.
Así que, a comer.
Pero con tranquilidad. Paladeando.
El libro, como el autor ha dicho en algún sitio, no pretende ser neutral, pero sí objetivo. Se nota en muchos de los detalles históricos que jalonan el libro contados de modo más o menos cronológico. Se nota en las citas, en la breve aparición de personajes históricos, en la mención de situaciones, hechos, detalles… Todo significativo. Cosas que, lo confieso, no hubiera podido apreciar igual de no haber leído en los últimos años varios libros sobre esta época escritos por historiadores de prestigio (desde la biografía de Franco y El Holocausto español, ambas de Paul Preston, a varios de los interesantes libros de Julián Casanova o Eduardo Manzano).
Sobre la estructura aproximadamente temporal del transcurso de la guerra el autor superpone las vivencias de varias generaciones de una familia, trasunto de la suya. Mezclando ambas, con constantes excursiones a vivencias y peripecias ilustrativas del momento que nada tiene que ver con la familia protagonista pero sí con el contexto social e histórico, el resultado es la detallada evolución de la escabechina que la Guerra Civil supuso para la sociedad española, independientemente de que cada una de las víctimas vivas o muertas hubiera hecho algo reprochable o no, e independientemente, también, de que tuvieran opiniones políticas o no. La familia de Odisto representa a la sociedad despanzurrada por la guerra. A ver quién es el guapo que la recompone en menos de no sé cuántas décadas.
El papel del realismo mágico tiene bastante que ver con los presentimientos, y estos a su vez con las tradiciones, que a su vez se basan en la experiencia ancestral. Quiero decir, por ejemplo, que si hoy el mundo nos parece más negro que hace un tiempo ¿por qué no va uno a escribir que el 20 de enero de 2025 (ya podéis imaginar a qué acontecimiento me refiero) un manto de oscuridad cubrió los hielos de Groenlandia y Canadá entre gritos de angustia con acento latino? ¿O que ese marasmo cegador duró tantos años? Las cosas se ven venir, aunque no seamos conscientes; es decir, a menudo de lo que no nos avisa la razón (tan tonta y condicionada por la ceguera voluntaria o no o la falta de análisis) nos avisa la sensación, y el realismo mágico juega con las sensaciones para, a través de ellas, darnos las conclusiones a las que no hemos querido, podido o sabido llegar.
Las intervenciones del narrador dirigiéndose al lector o hablando sobre los personajes y las de esos mismos personajes refiriéndose al narrador acaban de dar el toque unamuniano a una obra que, por lo demás, es pródiga en detalles y guiños literarios siempre justificados y bien traídos, a menudo de la mano de escritores reales convertidos en personajes.
Termino. En expresión del propio autor el Macondo de esta historia es Jándula. Y Jándula es la localidad jienense de Quesada, de la que procede la familia de David Uclés. La guerra civil no transcurre en España, sino en Iberia (Portugal no deja de ser, se nos explica, una región más, la lusitana, con su propio idioma, al igual que hay otras igual en la península), todo lo cual aumenta el aura «mágica» porque todo está aquí sin estar aquí, todo es y no es a la vez. Se establece así una distancia emocional que sin duda le vendrá bien a la aceptación de la novela, porque ni la Guerra Civil ni sus consecuencias parecen superadas a día de hoy, contrariamente a lo que los años noventa del pasado siglo previó Paul Preston al concluir su monumental biografía sobre Franco. Ha pasado medio siglo desde la muerte del dictador, pero sigue habiendo muchísima gente dispuesta a no saber para poder seguir atrincherada en una posición o contra otra.
Una gran, gran, gran novela con un trabajazo detrás de tal magnitud que no cabe exigir a ningún autor mayor muestra de respeto por el lector ni por su propia dignidad como escritor.
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