En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

jueves, 19 de septiembre de 2024

El inimitable Jeeves – P. G. Wodehouse

 


El inimitable Jeeves es bastante imitable, me temo, aunque por lo que a mí respecta esta novela de Wodehouse ha cumplido su función: proporcionarme un rato de lectura agradable con una historia divertida, intrascendente y poco exigente, porque no estaba yo en condiciones de leer nada más sesudo, por no disfrutar de muchas neuronas activas al final de la jornada.

Aunque Wodehouse escribió un montón de novelas en torno a Jeeves, el hierático, competente e inteligentísimo mayordomo de Bertie Wooster, en realidad el protagonismo corresponde a ambos o, más bien, a Bertie, que es además el narrador.

Bertie es un joven y acaudalado rentista no muy espabilado, pero con una envidiable capacidad para disfrutar de los pequeños placeres de la vida: levantarse tarde, desayunar en la cama, dar paseos, correrse alguna juerguecilla, mirar una mosca… Es un hombre educado, más cercano a lo exquisito que a lo vulgar, carente de malas intenciones y cuyo cerebro no es tenido en mucho por sus familiares. Lleva a gala su soltería, que para él es sinónimo de libertad, y no está demasiado preocupado por las cuestiones amorosas, aunque los problemillas de corazón del resto de sus amigos siempre acaban pasando por él.

Es el caso de esta historia, donde uno de sus amigos, llamando Bingo Little, se va enamorando perdidamente a cada momento. Cada mujer que cruza ante él se convierte en el amor de su vida y, la anterior, en un capricho pasajero. El hombre, además, no es precisamente un don Juan: sus éxitos no requieren demasiados dedos para ser contados, con lo que sus enamoramientos se cuentan por soponcios.

¿Y en qué consiste la novela? Pues, más que en una historia al uso, en una secuencia de episodios autoconclusivos e intercambiables, a los que podrían añadirse cinco como podrían quitarse tres, en los que los amoríos se mezclan con las apuestas, con la manipulación de las apuestas y con el ingenio de Jeeves, que suple con nota las carencias de la cocorota de su amo. Porque esa es la esencia de Jeeves: no es que sea un mayordomo eficaz en el servicio doméstico, es que tiene una cocorota privilegiada para encontrar salidas ingeniosas a problemas peliagudos. 

Es curioso, como digo, que las intervenciones del personaje que da título al libro (y a la saga) sean tangenciales, aunque decisivas, y que su caracterización sea eficaz, pero rudimentaria: entre el «sí, señor», el «no, señor» y el «bla, bla, bla, señor», siempre articulado de modo hierático y sin perder la compostura, Jeeves solo se diferencia de un robot en sus brillantes ideas y en desagrado apenas expresado que le producen ciertas cuestiones estéticas. No es Jeeves quien da tono libro y al humor de Wodehouse, sino Bertie Wooster, con su despreocupado modo de ver la vida y de afrontar las adversidades sin rencores y con la única aspiración de salid indemne para seguir vegetando alegremente.

En el contexto de la clase alta inglesa, plagada de rentistas, caballeros, sires y lords, el humor de Wodehouse, que busca más la sonrisa que la carcajada, es a la vez elegante e incisivo, aunque también inofensivo: nos reímos con los personajes, que tienen un gran punto caricaturesco, o de ellos, pero no puede decirse que el humor se utilice con una finalidad distinta a la que he apuntado: hacer sonreír.

Parece poco, pero es mucho. Así es como Wodehouse llegó a ser un clásico del humor, y por eso, y también por su evidente influencia en Tom Sharpe, somos legión los que nos gustaría escribir una novelita de enredo situada en una mansión inglesa con un lord gruñón, su señora un tanto lianta y un montón de invitados estrafalarios, mayordomos intrigantes y señores mediocres que pasaban por allí.


martes, 17 de septiembre de 2024

El hotel New Hampshire – John Irving

 


Vida, desgracia, humor. Maravilloso libro, publicado en 1981, que transcurre, a partir de 1956 (¡otra vez me topo con este año en las últimas lecturas!), en la costa este de Estados Unidos y también en Viena.

El matrimonio Berry tiene cinco hijos que, al comienzo de la historia, están unos en la infancia y otros en la adolescencia. El mayor, Frank, es un adolescente homosexual con ciertas obsesiones; le sigue Franny, la resuelta e inteligente hija mayor, un referente para todos; John, es el narrador, que intenta buscar su lugar en el mundo, y está siempre pendiente de Franny; Lilly, tiene problemas de crecimiento y a crecer consagra su vida; y Egg es el más pequeño, demasiado pequeño para hacer algo más que ser un niño. Además, tienen un perro poco pimpante y un peculiar conocido: un judío propietario de un oso amaestrado (así, como suena) llamado Estado de Maine. Un oso que, de algún modo, es uno más de la familia, con lo cual pretendo decir más de la familia que del oso.

Tras contarnos, a su manera. cómo sus padres se conocieron trabajando en un hotel que para el matrimonio ha quedado con resonancias míticas, John da cuenta del modo en que su padre, un hombre idealista y poco amigo de ver la realidad, se lanzó a crear un hotel en un viejo internado de señoritas, más o menos en el sexto pino, un lugar sin atractivo para los turistas ni para los trabajadores. En él se instaló toda la familia. El primer Hotel New Hampshire. Un lugar desastroso y gestionado desde el voluntarismo, la ingenuidad y la escasez, lo bastante chuchurrido como para que tiempo después la familia se largara a Austria a abrir un segundo Hotel New Hampshire, en el que también vivieron. De estas dos experiencias se ocupa la mayor parte del libro, aunque  tras las peripecias austriacas se produce el regreso a Estados Unidos para abrir el tercer hotel cuando ya los hijos están más creciditos y la novela enfila su final con la existencia de los protagonistas también encarrilada de modos que ninguno supo prever. En medio, la vida: experiencias traumáticas, enfermedad, accidentes, muertes, más desdichas que alegrías, pero, a pesar de todo… Así vemos mil cosas que no hacen más fácil la vida a nadie, que a menudo son experiencias dramáticas, pero que, en el tono en que están contadas, transmiten una filosofía de vida atractiva, basada en la comprensión y en la asumida idea de estar, pase lo que pase, en el mejor de los mundos posibles y que, por tanto, pase lo que pase, no queda otra que seguir adelante y arrear. De este modo nada, ni lo más dramático, adquiere tintes de tragedia, y la pátina de humor que recubre toda la novela se hace más densa (y más triste, porque en humor también puede serlo) en esos momentos.

Pero la novela, más que la historia del nacimiento y caída (o no) de tres hoteles con el mismo nombre, es la historia de los personajes. Algunos de ellos no están presentes todas las páginas, por razones que el lector verá, pero otros sí, y estos son los más relevantes: Frank, Franny, John, Lilly y el padre. Pero, sobre todo, Franny y John.

Cada cual tiene su modo de ser y de desenvolverse en la vida y, como las circunstancias a las que se enfrentan (las aventuras y desventuras hoteleras) son las mismas para todos, la variedad de reacciones a un mismo contexto vital da a la novela una riqueza extraordinaria, especialmente si tenemos en cuenta que buena parte de los personajes pasan de niños a adolescentes y a adultos a lo largo de sus páginas. Cómo cada cual busca su propia identidad y la encuentra sin que el mismo entorno genere las mismas personalidades.

Durante toda la novela se aprecia la relación especial que hay entre el narrador y su hermana mayor. A menudo se aprecian tintes incestuosos que se intensifican con el paso del tiempo hasta ser indubitables, y que acaban siendo planteados y resueltos con brillantez en lo que es, también, el episodio más osado de una novela que además es «osada» porque está plagada de osos: desde el inicial con el que arranca la historia hasta el peculiar «oso» austriaco del que no digo más para no fastidiar la sorpresa de un personaje único y digno de análisis. Con esas páginas va creciendo también quien no crece físicamente: Lilly, un personaje que acaba jugando un papel fundamental.

Como he dicho, los dos verdaderos protagonistas son Franny y John. Ambos están al comienzo y al final. De algún modo El Hotel New Hampshire es una historia de supervivencia. De cómo sobrevivir. Es decir, de cómo afrontar la vida, los disgustos, los sinsabores, la tragedia. Una historia que, siendo dramática, es también cómica, divertida, hasta el punto de enseñar que una parte importante de lo que llamamos tragedia (o, mejor dicho, de sus consecuencias) depende, fundamentalmente, de la actitud.

O quizá sea que cuanto nos rodea es, siempre, un hotel en el que, incluso aunque sea nuestro, siempre estamos de paso.

Leedlo.