En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

lunes, 23 de septiembre de 2024

Jeeves y el espíritu feudal – P. G. Wodehouse

 


Durante los días en que, por motivos que no vienen al caso, acababa las jornadas con la mollera solo en condiciones de descansar, elegí como lectura a Wodehouse, consciente de que sus novelas no requieren otro esfuerzo que el de sentarse a disfrutarlas sin temor a encontrar en ellas nada más que un humor suave, irónico e inteligente que no va dirigido contra nada ni contra nadie, pues no aspira a la crítica sino a la sonrisa. Así que, tras leer El inimitable Jeeves (1923) emprendí la lectura de Jeeves y el espíritu feudal (1954). 

    Más de treinta años separan una de otra, lo cual se advierte en la presencia de ciertos avances tecnológicos en manos de los protagonistas y, sobre todo, en que esta novela, a diferencia de la otra, es verdaderamente una novela, y no una secuencia de episodios. 

    En concreto, es una excelente novela de enredo en un entorno de humor que ya es clásico: una mansión en la campiña inglesa, con sus propietarios nobles, adinerados, en torno a los que corretean invitados que buscan medrar, echar los tejos a alguien o darse aires de importancia. Bueno, no todos, porque el narrador, Bertie Wooster, el aún «joven» amo de su mayordomo Jeeves, solo tiene un objetivo: evitar cualquier compromiso matrimonial. Un objetivo, eso sí, medial, pues solo alcanzándolo podrá lograr lo que de verdad desea: seguir viviendo libre y opíparamente gracias a su envidiable capacidad para disfrutar de actividades tales como desayunar, pasear, fumarse un cigarro o rascarse las narices.

    El enredo proviene de esta maraña de hilos: en la mansioncilla se aloja una exprometida de Bertie, escritora ella, y aparece también por allí su actual prometido, que además de ser un celoso algo bestiajo ha apostado unas cuantas libras a favor de Bertie en un torneo de dardos. Pero cuidado, porque también hay un aspirante a prometido. El tal sujeto, patilludo él, es hijo de otros dos invitados, burgueses adinerados con ciertas ínfulas de nobleza (al menos ella) que están allí porque la anfitriona desea pegarles un sablazo vendiéndoles una revista ruinosa. Unamos las actividades que han sido precisas para financiar tanto la ruina como la puesta en escena de la obra de la exprometida de Bertie y, agitando tod,o sale un revuelto en el que a cada página hay un malentendido, una situación comprometida, un lío formidable o un soponcio mayúsculo. Cierto es que el planteamiento de algunas situaciones es lo bastante infantiloide como para que cualquier lector encuentre soluciones mucho más sensatas que las discurridas por los personajes, pero se les perdona porque el lector también sabe que una novela como esta, cuajada además de personajes que en el fondo son ingenuos, requiere ciertas licencias.

    Como dije en la reseña de El inimitable Jeeves, el humor de Wodehouse es elegante, ingenioso, juega con el doble sentido de las palabras y también, en esta ocasión, de modo especial con el eufemismo. Llama la atención en este libro las hirientes pero divertidas e ingeniosas formas de desacreditar y echar por los suelos al bueno de Bertie Wooster, el narrador, a quien sus familiares con ascendiente sobre él tratan con tan poco disimulo que no ocultan ni su cariño por él ni su desprecio por la escasa lucidez de sus entendederas. Aunque, sin embargo, y he aquí la razón por la que este humor deja tan buen sabor de boca, Bertie, que no es nada inteligente, tampoco es tonto: sabe muy bien lo que quiere y (más o menos) lo que debe hacer para conseguirlo y, cuando no lo sabe, es consciente de que ahí está Jeeves para echar mano de él y de su prodigiosa capacidad para desenredar las cosas enredándolas aún más.

    Una novela divertida, agradable, sin otra pretensión que la de hacer pasar un buen rato al lector, cosa que consigue con creces. Un clásico del humor.




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