Tarde, mal y nunca. Eso puede decirse de muchas personas:
que hacen las cosas tarde, cuando no tienen más remedio o no ven otra salida;
que las hacen mal, normalmente porque no las atacan de frente sino dando rodeos
por miedo o cualquier otra razón; lógicamente, el resultado es tal chapuza que es como si nunca las
hubieran hecho.
Esto le ocurre a los protagonistas de esta novela, que me ha
recordado a las primeras del género negro, las que abordan la vida de los
delincuentes, aquellas en lo que lo interesante no es ver cómo se las apaña el
policía o el detective para encontrar al «malo», sino cómo se las apaña el delincuente para
escapar; de paso, nos ayudan a comprender por qué el delincuente lo es.
Por desgracia para mí, esta es la primera novela que he leído de
Carlos Zanón, y no será porque no me lo hayan recomendado más veces de las que
puedo recordar. Ahora que ya lo conozco, no se me escaparán sus otras obras. Hay una distancia enorme entre esta novela y
la mayoría de las publicadas aprovechando la moda del género negro, casi todas inanes. En la primera página ya se
da uno cuenta de que está ante un escritor que sabe utilizar el lenguaje y que tiene algo que contar sobre el ser
humano independientemente del género que utilice. Si el común de las novelas negras actuales giran en torno a una trama y el resto son adornos que en las entrevistas se visten como crítica social y no se cuántas cosas más,
Zanón pone el argumento al servicio de un fin superior: conocer y comprender a personajes
que son reflejo de una parte de la sociedad que a menudo nos negamos a ver.
Desde el primer momento se nos mete de lleno en la
impotencia vital de Epi y Alex, dos hermanos que lo tenían casi todo para ser
personas normales en un barrio barcelonés poco a poco degradado; lo único que
les faltaba era cabeza, inteligencia, lo cual las drogas no favorecieron, como
tampoco favoreció todo esto el mantenimiento de la familia. Dos personas aún jóvenes que podrían tener una existencia y un futuro dignos, pero que por unos pocos tropezones hace tiempo que están ya infinitamente solos y hundidos. El padre –un
profesor tan serio- huyó con otra, incapaz de afrontar el panorama; la
madre muerta, la falta de luces que resta oportunidades y de ahí a una pésima
autoestima que en nada ayuda ni en hacer amigos ni en encontrar pareja. Al final, el paro, la soledad, la búsqueda del consuelo que se hace tanto más duro cuanto mayor conciencia se tiene de uno mismo -por eso Alex es, en el fondo, un personaje más triste que Epi-, la búsqueda del consuelo que solo conduce a otros brazos tan desconsolados como los tuyos porque el resto del mundo te da la espalda a ti y a quienes son como tú. Ambos hermanos son perdedores sin tan solo el consuelo de que su apuesta perdida fuera fuerte. La
novela, insisto, tiene un duro y constante halo de tristeza: en Tarde, mal y nunca los
delincuentes no lo son por elección, sino por incapacidad para procesar la
realidad y para expresarse. Uno, Epi, acaba recurriendo al delito como única
vía para solucionar y expresar sus problemas y sentimientos; el otro, Alex, un
buenazo con una esquizofrenia galopante, es el único apoyo de su hermano
pequeño. Tampoco el entorno es mucho mejor, porque raras son las relaciones
entre personas con mundos muy distintos.
La novela comienza una mañana en un bar de barrio, cuando
Epi asesina, ante la pasmada mirada de su hermano, al que no ha visto, a un «colega»
inmigrante y luego sale pitando. Durante el resto de la novela, es fácil
imaginarlo, conocemos las posteriores andanzas de Epi y cómo Alex intenta ayudarlo; y, al hilo de esto, averiguamos las razones del crimen. La novela narra menos de
veinticuatro horas en las que también ocupa tiempo el recuerdo; lo previsible,
lo normal, acaba ocurriendo mezclado con casualidades no forzadas que entran
dentro del margen de riesgo que ingenuamente asume quien, obcecado por sus
sentimientos, empeora su ya de por sí escasa capacidad de análisis. La forma en
que Zanón hace avanzar la historia la dota de un magnífico equilibrio que
hace que, a partir de cierto momento, el lector no quiera dejar de leer no
tanto para conocer el final como para dejar de sufrir por los desdichados
personajes. No anticipo ese final, lógicamente, pero sí os sugiero que, a su vista, os preguntéis si la «gloria» que el autor ha reservado a sus personajes es inocente.
¿Cuáles son las razones del crimen? Las que he apuntado y
que tiñen de tanta dureza y tristeza el relato: la incapacidad para procesar y
expresar las emociones. En este caso, la humillación; cómo la imperiosa necesidad de
afecto -la necesidad de sentirse alguien- conduce a veces a decir «sí a todo» a quien se ama, y cómo a veces esa
persona aprovecha para despreciarte y utilizarte como a un juguete o un esclavo;
en esas situaciones, antes o después se alcanza un límite donde la humillación es tan profunda que obliga a reaccionar. ¿Cómo? ¿Mandado al diablo? ¿Vengándose?
¿Reivindicándose? ¿Reivindicándose cómo?
Leed la novela y lo sabréis. Aunque, cuando alguien no es capaz de reaccionar a tiempo, haga lo que haga siempre lo
hará tarde, mal y por eso será como si no lo hubiera hecho nunca.
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