Una de las más famosas novelas de Mario Vargas Llosa (1936-2025) es «La casa verde» (1966). Tres años le costó escribirla, pero el éxito fue tan contundente que ya en 1971 publicó «Historia secreta de una novela», breve ensayo en el que cuenta la génesis de «La casa verde».
Aunque parece escrito de un tirón, como una única reflexión (y puede leerse de una sentada), hay dos partes. La primera podría decirse de es de «autobiografía personal», si se acepta la redundancia. La segunda, de «autobiografía literaria».
En la primera expone recuerdos que están en la base de la inspiración de la novela. Son dos. El primero, el año que pasó en la desértica Piura cuando era niño, donde vio la misteriosa casa verde que da título a la novela y que no era otra cosa que un burdel, y las vivencias del regreso en plena adolescencia. El segundo, es el breve pero intenso viaje a la selva peruana, a Santa María de Nieva, localidad entonces prácticamente incomunicada a orillas del río Marañón, y ahora solo comunicada por una sinuosa carretera que recorre centenares de kilómetros entre la selva. Me han resultado más interesantes las observaciones sobre este segundo viaje que sobre el primero y, en especial, aunque poco tienen que ver con «La casa verde», el peculiar sinsentido de las monjas que evangelizaban e instruían a las mujeres indígenas: al enseñarles a leer, a escribir, a vivir al modo occidental, provocaban que, al llegar las muchachas a la edad adulta, volver a la tribu fuera para ellas algo impensable, terrorífico; pero, por otro lado, tampoco tenían medios ni contactos para integrarse en la vida «civilizada», lo que provocaba resultados entre lamentables y desastrosos.
La segunda parte de este breve ensayo habla del proceso de creación de «La casa verde», que es también el del nacimiento del escritor. A fin de cuentas, fue su primera gran novela. No voy a entrar en los detalles, que sabrá quien tenga interés en leer esta obra, pero sí quiero destacar algo que Vargas Llosa repitió luego mil veces: que creía en el trabajo, no en la inspiración. No lo decía por decir. El proceso de creación de «La casa verde» fue más que tortuoso. Más bien desesperante. El mérito no es solo lo arduo del trabajo y el resultado, sino, sobre todo, el afán de perfeccionismo y la paciencia de un Mario Vargas Llosa que comenzó a escribir la novela, o a intentarlo, con solo veinticinco o veintiséis años. Quizá esta sea la mayor enseñanza que pueda sacarse de esta breve obra: la importancia del trabajo bien hecho, del tesón, de la autoexigencia, de que el objetivo sea la calidad, frente a la impaciencia, frente a la necesidad de éxito instantáneo (y comercial) que impera en la actualidad.
Una interesante y rápida lectura para los amantes de Vargas Llosa y su obra. No sé si es mejor leerla antes o después que «La casa verde». Me inclino por lo primero, pero con dudas. Quizá, mejor, antes y después.
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