Al comienzo de Wilt, la celebérrima novela que Tom Sharpe publicó en 1976, el protagonista, Wilt, deposita una muñeca hinchable en un hueco en unas obras, sobre el que acabó descargando una hormigonera.
Esta es la realidad.
La creencia de todos los demás personajes es que depositó allí a una mujer de carne y hueso, que ahora yace sepultada bajo veinte toneladas de hormigón.
La terrible diferencia entre realidad y creencia es debida a la deficiente información facilitada sobre la primera.
¿Y qué es lo que influye en la formación de la realidad posterior en torno a Wilt? ¿Esa realidad primera o la creencia?
La creencia, por supuesto.
Y su vida se convierte en un infierno.
La deficiente información sobre una realidad original puede deberse a un error, a un equívoco o ser intencionada.
Con esta idea se han escrito comedias, tragicomedias, dramas y tragedias.
Pero esto, claro, no lo han inventado los escritores.
Lo recuerdo al hilo de la actualidad. He perdido la cuenta de las realidades inanes en torno a las cuales han surgido clamores que las creían monstruosas. Millares de urgentes declaraciones de unos, de otros, solemnes tomas de posición, afirmación de principios, proclamas, llamadas al combate, a la resistencia... Todo menos mostrar la realidad. La fuerza creacionista es tal que en cinco minutos, si alguien se atreve a hacer ver la realidad inane, es arrasado por una ola de indignación como la de los creyentes que se llevaron por delante a Wilt. Mediando entre la realidad inane y la creencia corrosiva están los «informantes»: medios de comunicación e intrusos que algo tienen que ganar, y los palmeros en redes, que vienen solos. Si actúan por error, equívoco o intencionadamente, imaginadlo.
¿Quién, entre los ambiciosos o entre quienes tienen algo que ocultar, va a renunciar a moldear la realidad a su medida induciendo en los demás las creencias precisas?
Por eso, cuando hay personas o colectivos enfrentados, a menudo combaten difundiendo cada uno una creencia. En consecuencia, es una creencia lo que se al final impone. Da igual cuál.
Así con todo. Aquí, en todas partes y a todas horas.
Al final, parafraseando a Gila, nos mataremos unos a otros por alguna tontería. No exagero. Basta con ver las atrocidades que la sociedad mundial está deglutiendo impasible gracias con el bicarbonato de las creencias que, por ejemplo, hacen no ver niños destripados donde hay niños destripados.
La diferencia entre la literatura y el día a día es que el lector de Wilt conoce la realidad y la creencia, y por eso confía en Wilt aunque lo vea sufrir lo indecible. De hecho, el lector, que desea justicia, sufre con Wilt y sigue sus peripecias confiado en que la realidad original se abra camino
En cambio, fuera de la literatura, es decir, en nuestra vida, cuando se tergiversa lo que ocurre en la sociedad Wilt somos nosotros, o alguien a quien nosotros machacamos como hacen con Wilt el resto de personajes de la novela. Montamos un mayúsculo cisco del que somos a la vez protagonistas, víctimas y hasta agresores. Lector, de haberlo, más bien observador, solo puede ser quien ha tergiversado u ordena tergiversar la información, y al contemplar nuestras andanzas no siente ningún deseo de que se conozca la realidad. Porque quien tergiversa, lo último que desea es justicia.
Infórmate, e infórmate bien. En las fuentes siempre que puedas. Y reduce intermediarios. Limítate a los rigurosos. Si tú y yo hemos de parecernos a algún personaje de novela, que no sea a Wilt ni a quienes le destrozan la vida, y que no sea por nuestra culpa. Y, por encima todo, que no lo paguen inocentes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario