Leo que
Joshua Cohen ha sido comparado a la vez con Bellow, Pynchon y David Foster
Wallace, de lo que deduzco que quienes hacen estas comparaciones tienen tantos problemas
como yo para explicar qué diablos ha escrito Cohen. Me refiero a Cuatro
mensajes nuevos, pues no he leído ningún otro texto suyo.
La
sonoridad del lenguaje es brutal; la verborrea desatada, espectacular; entender
qué cuenta, bastante más complicado en tres de los cuatro relatos; y sacar
alguna conclusión distinta de las que bullen como ideas que deslumbran al hilo
de frases o párrafos concretos, meritorio.
Si
denuncia la desorientación del mundo actual, estas páginas lo consiguen
desorientando en todo momento al lector.
El amigo que me
recomendó y prestó este libro lo hizo diciéndome que era una obra de humor,
pero ahora sé que lo dijo por cómo se rio cuando me lo tragué. No hay humor,
aunque si una forma apasionadamente desapasionada de pintar el texto, que puede
leerse con el ardor, pero también con la tranquilidad, con que algún exaltado, para
desahogarse, se lía a tortas con un objeto inservible que iba ya camino de la
basura.
Reconozco,
eso sí, que no he leído este libro en la mejor disposición: estaba más
receptivo a la lectura fluida que a la lenta y reflexiva que Cuatros mensajes
nuevos merece. Pero reconozco, también, que a menudo me entraba prisa porque tanto
fuego artificial parecía disimular cierta falta luz, hasta el punto de que más de
una vez he mirado la contraportada para asegurarme si lo que estaba leyendo se
correspondía con el argumento que allí se señalaba. Quizá en esto se parece Cohen
a Pynchon, cuya Subasta del lote 49 me dejó en el mismo estado que si acabara
de investigar no sabía qué y no sabía cómo.
Cuatro
mensajes nuevos, pero también cuatro mensajes encriptados. El desencriptador
que lo desencripte, buen desencriptador será. Una gran lectura para lectores
avezados y aventureros que tengan el día inspirado.
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