En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

lunes, 12 de agosto de 2024

La taberna de Silos – Lorenzo G. Acebedo

 


La chiripa me condujo a este libro, y el no husmear lo suficiente me indujo a leerlo. Y esto a pesar de que el hincapié en el «misterio» que rodea al autor, (Lorenzo G. Acebedo es un seudónimo) es un evidente gancho comercial. Un recurso tan poco disimulado que se lanzó con el primer ejemplar de un tipo inédito, antes de saber si se iban a vender los ejemplares suficientes para que algún lector se preguntara si el autor estaba vivo o muerto. No caí en la trampa del artificial y burdo «misterio» de Carmen Mola, también alentado antes de vender el primer ejemplar, pero en esta ocasión no sé si la taberna, si Silos o si la vida monacal, acabaron por conducirme a sus páginas. O igual es que lo he leído a finales de julio y el interior de Silos parece un lugar fresquito.

Llama la atención las exageradísimas alabanzas de la faja. De tener algo que ver con la realidad, se diría que el buen y misterioso señor Acebedo ha marcado un antes y un después en la literatura actual. Eso, o que la alabanza está muy mal pagada y hay que hacerla hiperbólica para ganarse las lentejas. ¡Qué poco amor propio tienen los adoradores de pago!

En libro, en mi opinión, deja pasar de largo la ocasión de crear una buena historia aprovechando un magnífico entorno, y se limita a petardear unas cuantas páginas interesantes, las menos, y a espolvorear sentencias sin orden ni concierto. Es cierto que usa el lenguaje mejor que muchos y que algunas de esas sentencias llegan a elevarse un palmo sobre la renuncia al pensamiento, pero la organización de la novela semeja la de un desván.

En teoría el argumento es el siguiente: Gonzalo de Berceo, que vive el tío tan campante en su pueblillo, dedicado sus cosillas, es enviado a Silos por el Monasterio de San Millán, para estrechar lazos entre ambos monasterios y juntos hacer frente al poder papal ejercido a través de los obispados. De fondo, el vil metal. El hombre, en realidad, prefería quedarse en casa rascándose, bebiendo buen vino y solazándose con una tal Teresa, pero como ha ganado cierta reputación literaria, a Silos lo mandan con la excusa de copiar un librito sobre Santo Domingo que ha aparecido por ahí. La novela comienza detallando el indigesto contenido del puchero servido en una comida en el monasterio, una  receta lo bastante «selecta» como para que el comienzo sea potente. Pero acto seguido la acción de desinfla. Se hace marcha atrás para explicar por qué se ha llegado a semejante condumio, y desde ahí la acción avanza a trompicones entre largas peroratas que poco o nada tienen que ver con el argumento. El tal Acebedo pone dolor de cabeza hablando de tintorro, sobre todo de tintorro, pero también de tintas, de amanuenses… Los «misterios» se resuelven encontrando pasadizos, entradas ocultas y esas cosas sacadas de la infancia de la ficción, y solo las últimas páginas tienen un ritmo sostenido, cuando la novela acaba con don Gonzalo de Berceo, que es muy pito y muy metomentodo y muy sensible a la belleza de las damiselas, atando cabos o, mejor dicho, completando un puzle que hasta ese mismo momento no parecía serlo.

La taberna de Silos coquetea, sin demasiado éxito, con el humor (la sinopsis llega a mentir, anunciando «asesinatos tan cómicos como truculentos»), aunque tampoco sin fracasar estrepitosamente. Digamos que deja un risueño poso de banalidad. La mezcla de algunos personajes maniqueos con otros un tanto disipados es un poco desconcertante. Sin embargo, hubiera sido buena idea de haber usado menos recursos facilones (hasta dos personajes «hablan raro» y demasiado, como Catarellas de Camilleri) y un protagonista mejor perfilado, porque no es fiel a sí mismo, sino a las necesidades de la acción, y esto de un modo demasiado evidente.

Una novela donde la preocupación por la calidad del vino es infinita, pero que en realidad es fast food literario, y no especialmente sabroso. Sin embargo, dado que el entorno es atractivo (la edad media, con lugares y algunos personajes conocidos y con gran carga simbólica), que la saga va a libro al año (el segundo está recién parido) y que parece haber cierta campaña publicitaria (todo lo que se puede permitir el sector) en torno al «misterioso» autor (en teoría, un cura que dejó la sotana por amor), promete dar momentos entretenimiento a un montón de lectores menos tiquismiquis que yo, y alivio a las cuentas de la editorial.

Por cierto, la «receta» que abre el libro es un grandísimo fraude. El lector llega a averiguar el «ingrediente» y el «proveedor», pero nada se dice del cocinero (esta vez sin comillas, porque cocinero había, y a ver cómo hubiera explicado el buen hombre haber cocinado y servido semejante almuerzo sin advertir nada raro), ni los motivos del «proveedor» para añadir, por su cuenta, el «ingrediente», ni por qué se molestó en trocearlo, ni cómo y dónde lo hizo. Porque vamos, hay cosillas que no son como echar sal. La que le falta a buena parte de este libro, construido mediante la unión de jirones.


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