En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

miércoles, 22 de mayo de 2019

Trampantojo – Marina Lomar






«Trampantojo. Femenino plural», podría ser el titular de esta reseña.

Antes de explicar por qué, quiero señalar que cualquier tema importante y con amplia difusión es hábitat natural de oportunistas y aprovechados. En el caso del tema de la mujer, esta gente son plaga, de ahí que, para evitar equívocos entre los lectores de esta reseña, antes de desarrollarla quiero distinguir entre la llamada literatura para mujeres (que es aquella, digo yo, que se escribe o promociona buscando un público femenino), la literatura de mujeres (supongo que será la escrita por mujeres) y la literatura sobre mujeres (que es, sin más, literatura). Como ya habrá observado cualquiera que al buscar una nueva lectura «solo» pretenda leer, la intención con que se escriben o se promocionan las cosas, quién habla de ellas o el modo en que se hace pueden inducir confusiones de las que solo nos salva el correcto uso de las preposiciones. Conviene saber cuál es la fundamental cuando varias pueden dar juego. Curiosamente, y hablando ya de Trampantojo, en esta novela Marina Lomar prescinde, de vez en cuando, de algunas de ellas buscando un efecto estético, lo cual no impide que Trampantojo sea una muy buena novela sobre mujeres que conviene leer con calma para apreciar lo que de reflexivo tiene -mucho- y cómo el lenguaje se encarga de algo tan atípico en la mayoría de lo que se publica como de aportar belleza y sensibilidad.

Trampantojo, el título, no es precisamente un trampantojo, sino la sincera advertencia de lo que ofrecen las páginas de esta obra: el relato de un amasijo de engaños. Los de los demás, que a veces ni son conscientes de hacerlos, y también los que nos hacemos a nosotros mismos quizá porque, en idea que se atribuye a Susan Sontag, «la mentira es la forma más simple de autodefensa».

Así, entre engaños y autoengaños, que es lo mismo que decir entre mentiras, medias verdades y silencios que inducen errores, se desenvuelve la existencia de Andrea –una mujer separada y vuelta a casar- con una hija adolescente y una amiga con la que comparte un negocio de gestión, vamos a decirlo así, poco exigente, que les da más ocasión para hablar que para trabajar: un «café literario». En él ambas conversan y comparten confidencias entre ellas y con el resto de las amigas que forman una especie de grupo donde las relaciones nunca son por completo iguales, aunque no hay demasiados secretos entre ellas y los que existen solo tienen carácter temporal.

El cotilleo del diario de su hija, Gisela, despierta las dudas de Andrea sobre su pareja y padrastro de Gisela. Si el cotilleo es voluntario o inducido por Gisela, si lo que cree Andrea es lo que de verdad hay, si acaba ocurriendo una cosa u otra lo sabe –o lo decide- el lector tras ver caminar a Andrea, con cierta calma fatalista, desde la simple duda hasta el abismo de las certezas que, como tantas veces sucede, solo lo son para quien por tal las tiene. Al tiempo que eso sucede, varios caballeros lanzan sus redes para pescar amores, redes que intentan tejer atractivas para atraer las capturas sin pararse a pensar si el engaño es o no necesario, pues mientras ellos creen pescar con sus redes, otras pescan pescadores decidiendo a qué red acuden.

La historia de Andrea evoluciona a la vez que las de sus amigas, casi todas en una edad indeterminada en torno a los cuarenta. Y aquí encontramos desde las morbosas y misteriosas experiencias de una «viuda inminente» a las relaciones de una artista con la autoestima no muy boyante con la joven profesora de un «centro de bienestar», otro de los lugares relevantes de la novela, junto al café y la vivienda la Andrea. También tenemos a «la otra», cuya función es superior a su presencia.

La utilización de un café literario y de un centro de bienestar no sé si es consciente, pero no la creo casual: es casi inevitable ver en los clientes de lugares así a personas con la voluntad de cuidar de sí mismos –más bien de mimarse- , y con el tiempo y los recursos suficientes para hacerlo, lo que sitúa la historia en un perfil social concreto –la clase media «pequeñoburguesa»- y, sobre todo, en un estilo de vida lo bastante reposado para que refuerce el carácter intimista de la novela, porque en Trampantojo la acción ocurre, sobre todo, en la cabeza de los personajes, que se comportan a la vez como espectadores y protagonistas de su propia vida: impera la reflexión, la resignación sobre el enojo y el espíritu fatalista propio de quien ha escarmentado las veces suficientes para pararse a ver –y a temer y a asumir las consecuencias- antes de actuar.

Como he dicho al principio, Trampantojo es una novela sobre mujeres y quizá por eso el perfil de los hombres que pululan por sus páginas permanece estable, apenas cambia a pesar de los acontecimientos. Sí sorprende, en unas y otros, la aparente calma con que se toman algunas situaciones emocionalmente violentas: la violencia de los sentimientos existe, pero es casi siempre interior y se manifiesta en silencios y soledades más que en sofocos.

Merece la pena detenerse en el lenguaje. Hay imágenes poderosas e ideas agudas, pero como no se ha renunciado a la sencillez conviene estar alerta para no perderse todos esos fogonazos de luz que también suman para hacer de Trampantojo una buena novela. Es posible advertir la intención de crear belleza con el lenguaje y, en general, se consigue, aunque la ocasional supresión de la preposición «con» (por terminar casi volviendo al principio) para dar sensación de continuidad a algunas descripciones es algo que, particularmente, siempre me produce una impresión extraña.

Y concluyo por el final (original que soy): en él el lector averigua dos cosas: si lo que ha sospechado o no era cierto –lo cual incluye alguna sorpresa- y, también, el propósito de la autora, que además de quedar claro nos recuerda que para saborear mejor cualquier buena obra es conveniente saber qué quiso contar su autor.

¿Que cuál es ese propósito en Trampantojo? La vida, pequeñuelos, que era esto y no se para.



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