En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

lunes, 31 de octubre de 2022

El día de la lechuza - Leonardo Sciascia

 



              Leonardo Sciascia es garantía de leer con brevedad, concisión y profundidad sobre un tema relevante.

          El día de la lechuza, una de sus más celebradas obras,  cuenta/denuncia la historia de un asesinato mafioso cuya investigación recae en un mando de los Carabineros recién llegado a Sicilia; un joven capitán procedente del norte de Italia, de Parma, antiguo partisano, lo bastante animoso como para intentar localizar a los culpables y hacerles pagar el delito.

          Ocurre, sin embargo, que los sicilianos saben que el capitán pasará y la mafia quedará. El silencio se impone, pero el capitán consigue avanzar gracias a los imprevistos sucedidos durante el asesinato, para a partir de ellos exprimir los testimonios de unos y otros usando la lógica como exprimidor.

          El avance en las investigaciones pone en marcha, como en tantas otras novelas sobre la mafia  -pero en esto Sciascia, que también fue político, es un maestro- los resortes que la mafia ha colocado en el poder, denunciando así la debilidad del Estado cuando se ve sometido por la corrupción. No es lo único que denuncia el autor, porque cuando la honradez trata de imponerse a la corrupción a pesar de todos los pesares, siempre quedan mecanismos alternativos para deshacerse del honrado sin necesidad de atentar contra él. Basta, simplemente, con comprar una realidad alternativa.

          Una gran y breve novela que no cuenta nada que no se sepa, y que no por tener un desenlace previsible desde el primer momento pierde interés.




jueves, 27 de octubre de 2022

La familia – Sara Mesa

 



No hace mucho (¿dos, tres años?) Un amor, de Sara Mesa, encabezó infinidad de esas atrevidas y a menudo interesadas listas con los mejores libros del año. Lo digo porque, siendo Un amor un muy buen libro,  La familia me ha gustado bastante más, y si no soy un caso aislado muchos se llevarán una alegría.

Aunque para mí el gran escritor sobre la familia es Ignacio Martínez de Pisón (¡qué fantásticas novelas las suyas!), esta obra de Sara Mesa merece un buen acomodo entre todas las que abordan un mundo, el familiar, con frecuencia complicado y cuyos problemas y limitaciones lastran para siempre la existencia de los implicados.

La familia narra la vida de un matrimonio con dos hijos y dos hijas (una de las cuales es en realidad una sobrina adoptada), desde una época que cabe situar hace treinta o cuarenta años hasta algo que parece la actualidad, y lo digo así porque el marco temporal es difuso sin que la indefinición reste nada a la novela. La familia en cuestión está sometida al apacible pero férreo dictado moral de un padre que de modo pausado y suave pero implacable ejerce un control absoluto sobre los suyos; y aunque es cierto que se nos muestra guiado por sus propias convicciones morales (y por tanto, actuando en conciencia) no lo es menos que tratar de imponer estrictamente conductas aislantes y alejadas del ritmo social puede acabar siendo, para los nervios del resto, como vivir encima de una bomba... o en medio de una secta. 

La familia narra una historia completa sin necesidad de contar todo: le basta exponer varios fragmentos de la vida de cada uno de los integrantes de la familia, sin seguir un orden cronológico –algo no muy original en los últimos años-; estos fragmentos suministran la suficiente información como para reconstruir la existencia entera de la familia. Es así como conocemos a todos sus integrantes y averiguamos cómo afrontaron la convivencia familiar y qué les deparó el futuro tras su peculiar experiencia vital. No hay grandes dramas ni grandes alegrías, pero, sin embargo, Sara Mesa consigue trasladar una vez más una constante sensación de tensión salpimentada con oprobio, indignación y en ocasiones alivio. La fuerza de esta autora proviene de su capacidad para crear ambientes que engullen al lector independientemente de argumento. 

La historia es clara, diáfana, y en esa claridad reside también buena parte de su atracción: la lectura no obliga a pensar para sentir, sino que primero provoca los sentimientos para luego hacer pensar al lector. Todo se comprende en la historia; todo menos los sentimientos del lector, cuyo análisis queda aplazado, para cada lector, hasta el final de una obra capaz de suscitar reflexiones de profundidad más que notable.

Por último, Sara Mesa no se ha contentado con lo dicho, y los capítulos finales aporta un par de datos, en retrospectiva, sobre la figura del padre que permiten dar un giro a la interpretación de la obra y ampliar enormemente las posibilidades de reflexión. Datos simples, apenas unas palabras, que pueden cambiar la visión sobre el personaje y hacer reflexionar sobre los peligros, para uno mismo y para los suyos, del manejo de la debilidad. 




lunes, 24 de octubre de 2022

Pura pasión – Annie Ernaux

 



Leer a una Premio Nobel en los días siguientes a la concesión del galardón tiene la ventaja de poder sacar más jugo al texto gracias a la catarata de información disponible. No es mala costumbre.

Además, este libro se lee en un ratito, porque es una obra tan breve que bien pudiera considerarse un cuento. No llega a las ochenta páginas de letra en tamaño generoso y prosa clara. Eso sí, para relatar lo que aquí se cuenta otros autores utilizarían ochocientas páginas y se quedarían tan contentos. Annie Ernaux, en cambio, es de una concisión tremenda y va tan directa a lo que le interesa que puede prescindir del contexto sin que se resienta el realismo ni el objetivo de la obra. Como todo sucede en la cabeza de la protagonista, ¿qué más da lo que haya fuera de ella? Annie Ernaux prescinde de absolutamente todo lo que no afecta a lo que quiere contar; no adorna, ni suaviza, ni ayuda  en modo alguno a digerir la historia, lo cual crea un texto que oscila entre lo duro, lo amargo y lo desesperante. Hechos. No causas, ni efectos, ni contextos innecesarios.

¿Y qué cuenta Pura pasión? Pues eso: una pasión tan desatada, tan pura porque nada interfiere en ella, que se parece demasiado a una obsesión.

Una pasión, escribí hace algún tiempo, es un repentito, involuntario y violento cambio de prioridades. Es lo que le sucede a la protagonista de esta obra, que un buen día se prenda de un hombre, un diplomático de un país del este, con quien mantiene una intensa relación básicamente sexual. A partir de ese momento, la protagonista solo piensa en él. En su próxima llamada; en el siguiente encuentro. La relación entre ambos es intensa no porque en su cara a cara eleven lo tórrido hasta lo épico, sino porque la mujer que nos narra la historia confiesa un grado de «pasión» que se confunde con la obsesión y la dependencia: todo le recuerda a él, todo lo ve e interpreta a través del filtro de sus deseos hacia él, todo le hace desarrollar una esperanza irracional y vana en un siguiente encuentro que sabe que será igual a los demás pero que espera como si fuera la solución de algo; es decir, todo la sitúa más cerca de la adicción que de la pasión. Y la situación se prolonga cuando él desaparece de su vida, porque una cosa es que se haya tenido que volver a su país y otra, cree la protagonista, que los hados no dispongan la existencia en función de unos pocos momentos que antes o después, con casualidades o sin ellas, llegarán porque es imposible que no sea así. Alguna vez él volverá a telefonearla y…

Según iba leyendo, cada vez me parecía más claro estar ante el relato de una obsesión y no en el de una pasión; y según evolucionaba la vida de la protagonista más creía que la conclusión sería la opuesta a la que finalmente plantea Annie Ernaux: que es una suerte poder cargarse la vida si es para vivir una pasión. Una conclusión sorprendente. O no tanto, si se analiza bien el tono de la narradora.


martes, 18 de octubre de 2022

Todo Salvo Montalbano, de Andrea Camilleri

 



Aquí tenéis, para facilitar su localización y por orden de publicación, las reseñas de las treinta y cuatro novelas protagonizadas por Salvo Montalbano, el comisario de Vigàta creado por Andrea Camilleri.

En enlace, en el título de cada novela.


Nº 1

La forma del agua



Nº 2

Nº 3
Nº 4


Nº 5


Nº 6


Nº 7


Nº 8


Nº 9


Nº 10


Nº 11


Nº 12


Nº 13


Nº 14


Nº 15


Nº 16


Nº 17


Nº 18


Nº 19


Nº 20


Nº 21


Nº 22


Nº 23


Nº 24


Nº 25


Nº 26


Nº 27


Nº 28


Nº 29


Nº 30


Nº 31


Nº 32


Nº 33


Nº 34


Nº 35






¡Que usted las disfrute!






lunes, 17 de octubre de 2022

Gravedad cero - Woody Allen

 


       

        Los relatos que a lo largo de los años he leído de Woody Allen han sido bastante irregulares. No es el caso de este libro, donde el tono y el nivel se mantienen de principio a fin con la excepción del último relato, el más largo, casi una minúscula novela que, a diferencia de los relatos anteriores, poco o nada tiene que ver con el humor.

        ¿Qué puede esperarse de esta lectura?

        Humor. el humor de Woody Allen, lleno de referencias culturales, hipérboles y comparaciones extravagantes que, según en qué día pillan al lector, pueden acabar siendo un poco cargantes. Menos mal que esta vez para mí no ha sido el caso. Los escenarios son en general urbanos, neoyorkinos y, como también es marca de la casa, con frecuencia muestran a perdedores pululando en torno a embaucadores igual de pobres diablos y a mercachifles poderosos satisfechos de sí mismos aunque la prosperidad les haya caído del cielo o de sus pocos escrúpulos. Hay planteamientos originales, como los que ceden el protagonismo a objetos que cuentan su historia, pero, en esencia y como he dicho ya, el tono, el nivel literario y el humorístico se mantienen en un buen nivel. Un nivel medio, para mí, mejor que el de otros libros de relatos de este mismo autor, aunque sin que haya alguno verdaderamente brillante.

        Como he dicho, mención aparte merece el relato final, el más extenso, que cuenta la historia -con algunos tintes autobiográficos- de un joven judío que aspira a ser un dramaturgo  que viva en Manhattan en un ático de la Quinta Avenida con vistas a Central Park (que, por cierto, es donde vive Woody Allen). El jovenzuelo -un desarrapado- se casa pronto, pero pronto también conoce a una joven que encarna toda la perfección posible. Y la perfección comienza a estar al alcance de la mano para el protagonista. El desenlace es verdaderamente original, con una fuerza enorme; el desenlace más fuerte que cabe imaginar para una historia de celos larvados.

        Una última cuestión: ojalá en traductor hubiera tenido a bien incluir todas las notas a pie de página (y alguna más) que ha querido ahorrar al lector poniendo al final del libro un par de páginas con notas sobre cuatro o cinco relatos, una página de diccionario yiddish y otras tres de traducción de nombres, porque Allen juegan a construir nombres y apellidos significativos unas veces y rocambolescos otras, como también usa otros asépticos. El ir y venir a esas pocas páginas es constante y, las más de la veces, acabas buscando por si acaso se te ha pasado algo por alto sin que haya nada que buscar. Las notas a pie de página interrumpen mucho menos la lectura, y más en este caso cuando casi todas hubieran sido telegráficas.




martes, 11 de octubre de 2022

Riccardino – Andrea Camilleri

 



(Serie Montalbano, y 34)


          Entre el 1 de julio de 2004 y el 30 de agosto de 2005 (por cierto, fecha importante para mí), entre los casi 79 años y a una semana de cumplir los 80, Andrea Camilleri escribió Riccardino, la que en algún momento había de ser, póstuma o no, la última novela protagonizada por el comisario de la siciliana e imaginaria Vigàta, Salvo Montalbano. La obra que diera fin a sus peripecias.

En aquel momento, entre los planes de Camilleri no debía de figurar vivir casi hasta los 94 años (murió en julio de 2019), pero sí se dio cuenta pronto de que era incapaz de desprenderse de Montalbano, que algo le impelía a seguir escribiendo nuevas historias y que Riccardino, al final, acabaría siendo sí o sí una obra póstuma. Es un dato relevante, porque Camilleri estuvo activo casi hasta el final de sus días y, por tanto, tuvo nada menos que catorce años para reflexionar sobre esta novela y para cambiar lo que hubiera deseado.

El título, cuenta Camilleri, no es el que se podía esperar de una novela llamada a cerrar una serie como esta, en la que han abundado títulos más elaborados y en la que el protagonista es un tipo con una forma a su burdo modo selecta de aborrecer la vulgaridad. Riccardino fue el título provisional. El puesto a la espera de una mejor inspiración. Pero acabó siendo definitivo porque la fuerza de la costumbre hizo a Camilleri encariñarse con él. Quizá suene raro, pero yo lo comprendo perfectamente porque a mí también me pasó con mi primera novela: el título inicialmente sonaba a mil demonios, pero la costumbre tiene una fuerza terrorífica y pronto me acostumbré de tal modo a él que no me cabía en la cabeza que pudiera ser otro. Por eso, cuando llegó la oportunidad de publicarla, no fue otro.

Riccardino es nada menos que la trigésimo cuarta historia de Montalbano, lo cual significa que quien ha llegado a esta lectura es algo más que un aficionado a Camilleri y su mundo. Es un devoto.

Por tanto, es lógico pensar que quienes hemos leído Riccardino no nos hemos lanzando a sus páginas para disfrutar de un caso más de Montalbano sino, llenos de pesar y expectación, para despedirnos de él. Para despedirnos de un amigo que nos ha acompañado durante años en los mejores momentos y que ha hecho más llevaderos los malos.

Quien más y quien menos, antes de abrir la primera página toda esta tropa teníamos (y la mayoría todavía tiene, porque Riccardino salió a la venta el día 6 de este mes) una impresión (cada uno la suya) de lo que podía hacer Camilleri con su personaje. Mi opinión me remitía a Cervantes. A don Miguel de Cervantes le dolió lo indecible que un desaprensivo -ese misterioso escritorzuelo al que conocemos como Avellaneda- le birlara a su personaje. Gracias a eso hubo segunda parte del Quijote, pero también por culpa de Avellaneda don Quijote acabó como acabó, y Cervantes no dudó en explicar las razones, dedicando a ello las últimas líneas de su novela, que acabo siendo la novela entre las novelas (*)

Algo parecido y por los mismos motivos esperaba yo que hiciera Camilleri con Montalbano, pero no exactamente lo mismo, por supuesto, porque Camilleri siempre fue demasiado original para replicar, sin más, las ideas de otros. Al revés, siempre fue un maestro en la adaptación. Además, hubiera sido un descrédito para Montalbano acabar igual que cualquier anterior personaje novelesco, por más que se tratase del más famoso de la historia.

Dicho lo cual, ¿qué ha hecho Camilleri con Montalbano?

Tranquilos, que no lo voy a desvelar.

Lo que ha hecho lo sabrá quien lea la historia. Lo que ha hecho es acabar con Montalbano sin acabar con él. Con cierto estilo cervantino por el papel que se reserva a sí mismo, Camilleri, tras su muerte, ha garantizado que nadie resucitará a Salvo Montalbano, sin que ello signifique que el camisario haya muerto. Difícil lo tendrá quien lo intente, porque Salvo (¿Dónde está? ¿Es que está?) ya no está. Ni estará. Esta es su última novela y no habrá más. El prodigio tiene que ver con la imaginación de Camilleri y con sus dotes para caminar con un pie en la realidad y otro en lo irreal, y con su maravillosa capacidad para hacer verosímil lo fantástico.

Por lo demás, si por algo sorprende Riccardino es porque, sabiendo todo el mundo que es la última novela de Montalbano, durante muchas de sus páginas es una novela más. Una novela en la que según avanza la trama Camilleri se acerca al lector y a los personajes para mostrarnos algunos de sus trucos de escritor. Una novela en la que el desenlace de la trama, que puede ser uno u otro según le dé al lector (aunque todos elegiremos el mismo) es el detonante de ese otro desenlace que todos temíamos y nadie deseaba, aunque todos sabíamos inevitable.

Un gran final, emotivo, literariamente brillante; dedicado a los lectores que hemos amado al autor y al personaje; creo que dedicado también por Camilleri a sí mismo, porque también también a él le dolía terminar y en su mano estaba graduar el dolor; y estampado en la cabeza a los eventuales escritores oportunistas (aunque, vaya desastre, se me ha ocurrido una manera de burlar los deseos de Camilleri... con el recurso de comenzar una eventual nueva novela exactamente de la misma forma en han empezado muchas de la saga, y como no creo que sea el único al que se le vaya a ocurrir, igual algún desaprensivo lo intenta). Un final de altísimo nivel para una saga inolvidable de treinta y cuatro novelas con el enorme mérito de hacerse desear cada página y de tener cada una su punto particular a pesar de parecerse todas tanto. O precisamente, de hacerse desear por parecerse todas tanto. Echaremos de menos el universo de Salvo Montalbano en Vigàta junto al resto de inolvidables personajes: Livia, Fazio, Gallo, Augello, Catarella... 



Snif…

        Snif...

        Snif...

        Snif...

        Snif...


¿Alguien dijo algo así como que no están todas las que son, pero son todas las que están?





(*) Final del Quijote:


En fin llegó el último de don Quijote, después de recebidos todos los sacramentos y después de haber abominado con muchas y eficaces razones de los libros de caballerías; hallose el escribano presente y dijo que nunca había leído en ningún libro de caballerías que algún caballero andante hubiese muerto en su lecho tan sosegadamente y tan cristiano como don Quijote, el cual, entre compasiones y lágrimas de los que allí se hallaron, dio su espíritu, quiero decir que se murió.

Viendo lo cual el cura, pidió al escribano le diese por testimonio como Alonso Quijano el Bueno, llamado comúnmente don Quijote de la Mancha, había pasado desta presente vida y muerto naturalmente. Y que el tal testimonio pedía para quitar la ocasión de que algún otro autor que Cide Hamete Benengeli le resucitase falsamente y hiciese inacabables historias de sus hazañas.

Este fin tuvo el ingenioso hidalgo de la Mancha, cuyo lugar no quiso poner Cide Hamete puntualmente, por dejar que todas las villas y lugares de la Mancha contendiesen entre sí por ahijársele y tenérsele por suyo, como contendieron las siete ciudades de Grecia por Homero.

Déjanse de poner aquí los llantos de Sancho, sobrina y ama de don Quijote, los nuevos epitafios de su sepultura, aunque Sansón Carrasco le puso este:

Yace aquí el hidalgo fuerte

que a tanto estremo llegó

de valiente, que se advierte

que la muerte no triunfó

de su vida con su muerte.

Tuvo a todo el mundo en poco;

fue el espantajo y el coco

del mundo, en tal coyuntura

que acreditó su ventura

morir cuerdo, y vivir loco.

Y el prudentísimo Cide Hamete dijo a su pluma: «Aquí quedarás, colgada desta espetera y deste hilo de alambre, ni sé si bien cortada o mal tajada péñola mía, adonde vivirás luengos siglos, si presuntuosos y malandrines historiadores no te descuelgan para profanarte. Pero, antes que a ti lleguen, les puedes advertir y decirles en el mejor modo que pudieres:

¡Tate tate, folloncicos!

De ninguno sea tocada;

porque esta empresa, buen rey,

para mí estaba guardada.

Para mí sola nació don Quijote y yo para él; él supo obrar y yo escribir; solos los dos somos para en uno a despecho y pesar del escritor fingido y tordesillesco que se atrevió o se ha de atrever a escribir con pluma de avestruz grosera y mal adeliñada las hazañas de mi valeroso caballero, porque no es carga de sus hombros ni asunto de su resfriado ingenio, a quien advertirás, si acaso llegas a conocerle, que deje reposar en la sepultura los cansados y ya podridos huesos de don Quijote y no le quiera llevar, contra todos los fueros de la muerte, a Castilla la Vieja, haciéndole salir de la fuesa donde real y verdaderamente yace, tendido de largo a largo, imposibilitado de hacer tercera jornada y salida nueva; que, para hacer burla de tantas como hicieron tantos andantes caballeros, bastan las dos que él hizo, tan a gusto y beneplácito de las gentes a cuya noticia llegaron, así en estos como en los estraños reinos. Y con esto cumplirás con tu cristiana profesión, aconsejando bien a quien mal te quiere, y yo quedaré satisfecho y ufano de haber sido el primero que gozó el fruto de sus escritos enteramente, como deseaba, pues no ha sido otro mi deseo que poner en aborrecimiento de los hombres las fingidas y disparatadas historias de los libros de caballerías, que por las de mi verdadero don Quijote van ya tropezando y han de caer del todo sin duda alguna. Vale.


lunes, 10 de octubre de 2022

Hamnet – Maggie O´Farrell

 



Conozco a bastantes personas que han leído Hamnet y ninguna a quien le haya defraudado.

Mezcla de ficción y realidad, Hamnet (una variante de Hamlet) narra la historia a caballo entre los siglos XVI y XVII de Agnes, una muchacha que pronto se queda, por toda familia, con un hermano no muy listo y rudo, pero honesto y trabajador; una muchacha con fama de rara y medio bruja, porque tiene costumbres extrañas y conoce las plantas y sus efectos. 

Agnes encuentra en amor en la figura de un profesor inadaptado a la vida familiar (un tal William Shakespeare), quien en la posibilidad de heredad el dudoso negocio familiar solo encuentra motivos para la desazón.

Contada de modo pausado, con una escritura suave, si puede decirse así, sin grandilocuencias ni apelaciones a grandes sentimientos, el lector observa esa historia de amor y soledad como un testigo indiscreto instalado en un mirador confortable. Contempla luego las complicaciones posteriores causadas por las relaciones de Agnes con su familia política, y se admira del modo en que el nombre de ese personaje casi secundario, ese maestrillo que en realidad pinta poco en la historia pero es también protagonista por su posterior celebridad, es intencionadamente una sombra para no ocultar, deslumbrando, la figura de Agnes. Ciertamente, tiene un interés morboso curiosear la vida cotidiana de un hombre que no sabe que será inmortal, seguir el rastro de un vulgar aldeano hastiado de sí mismo y de lo que le rodea que llega a ser comediógrafo de éxito sin llegar a sospechar -ni él ni los suyos- que su nombre atravesará los siglos al frente de todo lo que huela a teatro. Y, por fin, el lector se encuentra con un final emotivo, que induce una reflexión sobre los giros que puede dar la vida y la particular forma que cada persona tiene de afrontar el dolor.

Quiero remarcar esto: casi al final hay una página que da sentido a toda la novela y que hace de ella lo que es. Sin esa página, que explica en la visión de la autora por qué Hamlet es Hamlet, todo hubiera quedado en un relato correctísimo y fabulosamente escrito, pero le hubiera faltado la chispa de delicada brillantez necesaria para transformarla en una historia hermosa.




jueves, 6 de octubre de 2022

Noticias sobre vibradores asesinos

 



El mes pasado Amazon me preguntó si estaba dispuesto a que La terrible historia de los vibradores asesinos formara parte de sus ofertas del mes de octubre. Respondí que sí.

Así que durante todo este mes puede comprarse en ebook con una rebaja del 50%. O sea, casi regalada.

Ojalá se animen un buen puñado de lectores a divertirse con esta parodia de la novela negra escrita con un lenguaje que trata de sostener el humor tanto como la trama.


miércoles, 5 de octubre de 2022

Violación. Una historia de amor – Joyce Carol Oates

 



Obra breve y buena, de gran altura, que no se sabe si se lee o se devora y que sitúa al lector ante dilemas que hacen ver lo complicado de la vida y sus limitaciones. Una lectura impactante y enriquecedora.

Teena, una joven madre, es violada por un grupo de jóvenes en presencia de su hija de doce años. Esa noche traspasa las puertas de un infierno del que luego ni sabe ni puede salir. ¿Por qué? Primero, por la perspectiva: aunque la justicia legal funcione y condene a sus agresores, antes o después saldrán a la calle y deberá hacerles frente de nuevo. Segundo, por el presente: debe compartir ciudad y entorno con los acusados (y los amigos y familiares de éstos) mientras no sean condenados; lo cual, es complicado en una pequeña localidad como Niagara Falls, la de las famosas cataratas, con Estados Unidos a un lado y Canadá al otro. Tercero, porque aunque la justicia legal funcione no puede impedir que los acusados intenten defenderse, para lo que no dudan en desacreditar a Teena; una situación que hace más dura la condición de víctima; descrédito facilitado por los clichés que de modo demasiado alegre se asignan a las personas. Y, cuarto, porque la justicia legal en cualquier democracia que se precie debe basarse en la presunción de inocencia para evitar las condenas por presunciones de peligrosidad que caracterizan a las dictaduras y que desembocan en la condena de inocentes y en que la justicia deja de serlo para transformarse en un arma en manos de aquellas personas a quienes solo se les exige su palabra, la cual acaban usando no en aras de la justicia sino de su propio interés.

En las democracias, también en oposición a las dictaduras, el derecho penal se construye sobre la base de que, en caso de duda, es preferible dejar libre a un culpable que castigar a un inocente. Esta base implica reconocer que la justicia legal falla. Es lógico, porque nada, en ningún orden, funciona siempre de modo perfecto, pero ¿quién es el guapo, político o juez, que se atreve a proclamarlo en público?

¿Y qué hacer cuando sientes que la justicia legal no es suficiente para protegerte incluso aunque funcione? Pues o resignarte al miedo y a la incertidumbre o buscar la justicia justiciera… aunque equilibrar la relación víctima-agresor puede provocar el intercambio de papeles.

Escrita en parte desde la voz que se dirige a la hija de doce años siendo ya adulta, y en parte en tercera persona, Violación sitúa al lector, por una parte, ante el desamparo de algunas víctimas, y por otra plantea el dilema moral de recurrir a la justicia justiciera. El lector, si lo piensa bien, podrá entender casi todos los comportamientos salvo el de la inicial agresión, pero –exceptuando ese primer acto de barbarie- le costará tomar partido a la hora de juzgar todo lo que a continuación se desencadena. Y es que el lector sabe la verdad, cosa que, en la realidad siempre ignoran todos los que no estuvieron allí. Aunque los dilemas van más allá. Puede entenderse cualquier reacción de una víctima para intentar hacer justicia; puede entenderse cualquier comportamiento de un agresor para evitar la cárcel; pero, ¿qué sucede con quienes no son ni víctimas, ni agresores, pero están en condiciones de convertirse en algo parecido a jueces? ¿Deben hacerlo? ¿Cómo? Porque hay muchas maneras de convertirse en juez, desde testificar hasta actuar. Si uno debe hacerlo, con qué grado de conocimiento (que nunca es completo), cuándo y cómo son también otros de los dilemas que plantea esta novela. 

O, dicho de otro modo, a través de la figura de Dromoor (cuya presencia justifica el subtítulo de la novela) la autora nos dice que ante un delito todos, sepamos mucho, poco o nada sobre él, acabamos tomando una posición, contundente o no, comprometida o indiferente; si guiada por la comodidad, por el derecho o por la moral de cada cual, solo cada uno lo sabe. El dato con el que hay que tener cuidado es que Dromoor conocía la verdad, mientras que en el día a día la mayoría de las personas ignoramos la verdad –solo conocemos versiones- porque no estuvimos allí, de modo que cualquier posicionamiento voluntarista a favor de una víctima implica el riesgo de acabar perjudicando a inocentes. La justicia, al final, hace lo que puede y hasta donde puede. Querer ir más allá unas veces, como en Violación, produce un efecto, y las más de las veces produce el opuesto.

Para reflexionar sobre la indefensión de las víctimas y sobre las ventajas de quien no tiene escrúpulos sobre quien sí los tiene (para eso está escrita esta obra) y, yendo un poco más allá, sobre si para la justicia legal es posible evitar la indefensión de las víctimas sin asumir el desolador riesgo de condenar a inocentes.