Los relatos que a lo largo de los años he leído de Woody Allen han sido bastante irregulares. No es el caso de este libro, donde el tono y el nivel se mantienen de principio a fin con la excepción del último relato, el más largo, casi una minúscula novela que, a diferencia de los relatos anteriores, poco o nada tiene que ver con el humor.
¿Qué puede esperarse de esta lectura?
Humor. el humor de Woody Allen, lleno de referencias culturales, hipérboles y comparaciones extravagantes que, según en qué día pillan al lector, pueden acabar siendo un poco cargantes. Menos mal que esta vez para mí no ha sido el caso. Los escenarios son en general urbanos, neoyorkinos y, como también es marca de la casa, con frecuencia muestran a perdedores pululando en torno a embaucadores igual de pobres diablos y a mercachifles poderosos satisfechos de sí mismos aunque la prosperidad les haya caído del cielo o de sus pocos escrúpulos. Hay planteamientos originales, como los que ceden el protagonismo a objetos que cuentan su historia, pero, en esencia y como he dicho ya, el tono, el nivel literario y el humorístico se mantienen en un buen nivel. Un nivel medio, para mí, mejor que el de otros libros de relatos de este mismo autor, aunque sin que haya alguno verdaderamente brillante.
Como he dicho, mención aparte merece el relato final, el más extenso, que cuenta la historia -con algunos tintes autobiográficos- de un joven judío que aspira a ser un dramaturgo que viva en Manhattan en un ático de la Quinta Avenida con vistas a Central Park (que, por cierto, es donde vive Woody Allen). El jovenzuelo -un desarrapado- se casa pronto, pero pronto también conoce a una joven que encarna toda la perfección posible. Y la perfección comienza a estar al alcance de la mano para el protagonista. El desenlace es verdaderamente original, con una fuerza enorme; el desenlace más fuerte que cabe imaginar para una historia de celos larvados.
Una última cuestión: ojalá en traductor hubiera tenido a bien incluir todas las notas a pie de página (y alguna más) que ha querido ahorrar al lector poniendo al final del libro un par de páginas con notas sobre cuatro o cinco relatos, una página de diccionario yiddish y otras tres de traducción de nombres, porque Allen juegan a construir nombres y apellidos significativos unas veces y rocambolescos otras, como también usa otros asépticos. El ir y venir a esas pocas páginas es constante y, las más de la veces, acabas buscando por si acaso se te ha pasado algo por alto sin que haya nada que buscar. Las notas a pie de página interrumpen mucho menos la lectura, y más en este caso cuando casi todas hubieran sido telegráficas.
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