En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

lunes, 20 de junio de 2022

Breve tratado sobre la estupidez humana – Ricardo Moreno Castillo

 



          La obra, entretenida y amena, cumple lo de «breve» pues se lee de una sentada, a la vez que la mezcla en el título del término «breve» con «tratado» y algo tan inmenso como la «estupidez» anuncia cierta voluntad humorística. 

          Lo que no es este opúsculo es original ni ambicioso. Cualquiera que haya leído algunas de las más famosas obras sobre la estupidez humana reconocerá aquí muchas de sus ideas. Esta obra tiene más de recolección que de reflexión; y poca ambición puede tener un texto que renuncia a definir la estupidez, que es algo desordenado en la exposición y que no persigue un fin concreto, más allá del permanente aviso de que la estupidez es infinita y acecha al mundo desde los tontos a tiempo completo y desde los tontos a tiempo parcial, que son todos los demás. En qué grupo estamos cada uno, habrá tantas opiniones como opinantes. 

          El uso del término «tonto» con profusión ya indica el tono de la obra, comienza hablando de innominados tontos domésticos cuyas lamentables habilidades y motivaciones de tan amplias y generales seguro que encajan en personas del entorno del lector, cuando no en él mismo. Pero enseguida abandona ese tema el autor para centrarse en la estupidez en la política, lo cual creo que es su objetivo. A mí me ha gustado más lo primero, amén de que me resulta más útil identificar la estupidez cercana, incluida la propia, a la evidente y descontada a que el autor alude al hablar de la política, porque entonces no entra en sutilezas y se zambulle en el cómodo y facilón mundo de criticar excesos evidentes para casi todos.

          A diferencia de divertidos y agudísimos libros sobre la estupidez, como el «Elogio de la locura», de Erasmo de Rotterdam o el ingeniosísimo «Allegro man non troppo», de Carlo María Cipolla, este «breve tratado» no toma distancia para contemplar e identificar al tonto desde una perspectiva, digamos, condescendiente, paternal o fingidamente analítica (lo que tan grato y humorístico resulta). El autor embiste contra los tontos haciendo del texto algo parecido a la larga arenga de un vehemente tertuliano de radio hábil por su capacidad para repartir, con una pátina de humor, zurriagazos desde su pedestal; zurriagazos justificados uno a uno con razonamientos de apariencia contundente pero superficiales y engañosos. ¿Esto es bueno o malo? Yo prefiero la ironía, pero el reparto de leña tiene muchos incondicionales.

          Son varias las diferencias con otras obras de este tipo que he leído:

          La primera, ya la he dicho, el tono, cerca de lo rabioso y opuesto a lo irónico. El autor no ha escrito para alertar de los tontos, sino para combatirlos.

          La segunda, consecuencia de la primera, es que la verborrea acaba arrastrando al propio autor hasta situarlo en varias ocasiones en puntos en los que no cabe sino bajar la cabeza y el tono porque la conclusión inevitable de cuanto lleva dicho es que todos somos tontos, rematadamente tontos. Todos. Incluso él. Llegado a esos puntos, suele cambiar de tema.

          Tercera, pese a que la portada evoca una estupidez secular, los ejemplos que utiliza el texto están apegados a la actualidad política española, aunque el texto esté salpicado de algunas citas de autores clásicos para ejemplificar (permítaseme la ironía de utilizar precisamente esta frase hecha) que no hay nada nuevo bajo el sol.

          Y, cuarta, ese apego por la actualidad exigiría, para corroborar la tesis de que la estupidez es universal, dos circunstancias que no se dan: la primera, que el autor hubiera encontrado ejemplos en todas las «ideologías» que, como bien dice, sustituyen a las «ideas». Pero solo los ha encontrado en la izquierda (a la que se refiere usando el término «progre») y en los nacionalismos; ningún ejemplo ha encontrado en la derecha. La segunda circunstancia es que si bien en los ejemplos puestos tiene mucho de facilona razón a la hora de criticar los delirantes excesos en los que han caído muchos políticos y adláteres, acaba juzgando el todo por la parte sin tener en cuenta los demás factores del todo, lo que implica un posicionamiento no precisamente argumentado, ¡con todo lo que se ha censurado la falta de argumentos como uno de los fundamentos de la estupidez! El resultado de estos dos factores, en una sociedad tan enfrentada como lo es en estos momentos la española, es que este «breve tratado» acaba siendo una obra militante.

          Una pena que un texto divertido y con ideas útiles que, aunque no originales, conviene recordar a menudo, se desvíe así. El supuesto objetivo inicial queda desvirtuado, y uno se pregunta si esta obra con tantos ejemplos de tontos de izquierda y nacionalistas no estará escrita para adoctrinar a los tontos de derecha. A saber. Puede que sí. Puede que no. Que el autor no haya sido capaz de encontrar ejemplos en una parte del espectro político puede deberse a cualquiera de estas dos circunstancias que él mismo proclama como inevitables: que la estupidez nos aqueja a todos, incluido él, o a que las personas tendemos a considerar inteligente a quien piensa como nosotros.

          Pero no sé si lo que acabo de decir es una crítica: bien mirado, encontrar elementos tontos en estas páginas no hace sino reforzar la tesis del autor.


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