En los pocos años que llevo leyendo con cierta
regularidad novelas de este género he comprobado demasiadas veces lo mucho que
los autores se repiten a sí mismos, hasta resultar algunos más pesados que el
plomo; a la enésima vez que uno lee las manías o complejos de un personaje siente
ganas de mandar el libro a hacer puñetas, y de enviar al personaje a un
psicólogo. Bueno, pues nada de eso
sucede en la tercera entrega de la comisaria de Frankfurt Cornelia Weber-Tejedor. La razón es
doble: la originalidad del caso concreto por un lado y, por otro, que en lo
personal Cornelia evoluciona, y encima con naturalidad. El resultado, una
mezcla armónica que el lector disfruta de principio a fin.
En cuanto a lo primero, lo atípico del planteamiento, una
vez detectado que algunas de las empleadas del aeropuerto de Frankfurt encargadas
de limpiar los aviones están muy duchas en el arte de introducir droga en
Alemania, Cornelia, huyendo del follón afectivo-laboral en que se ha metido,
solicita actuar como infiltrada; lo cual le exige cambiar de vida durante un
tiempo indeterminado. Tanto debe meterse en el papel y en su nuevo entorno, que
en gran medida En caída libre es una
novela sobre una empleada de la limpieza metida en un buen lío.
La tarea es dura: alejada de los suyos, con un incierto
panorama afectivo, con nuevas amistades que no deben serlo pero con las que es
difícil no solidarizarse porque son la parte más débil de la cadena, la pobre
Cornelia acaba dedicando a la cerveza y a ver películas todo el tiempo que no
dedica al trabajo. A ello la ayuda primero la frustración de no avanzar (porque
de vaciar ceniceros a integrarse en una organización delictiva hay un trecho), y,
después, una doble tensión: la de ir descubriendo poco a poco los entresijos del
asunto asumiendo el riesgo correspondiente, y la de fingir (o no tanto) una
amistad con quienes son a la vez víctimas y delincuentes. Porque, ¿cómo ver a
la delincuente sin ver a la víctima que también es?
La organización criminal es, eso sí, sui generis, debido
a las veleidades empresariales de quien parece estar al frente. Pero lo que se
pierde en realismo se gana en agilidad e interés (la realidad en estos mundos
es demasiado conocida y aburrida como para limitarse a ella).
Y así es como llegamos a tener una atípica perspectiva
novelesca: el crimen se va resolviendo a la vez que se comete.
El segundo punto que he señalado es la escasa
reiteración, pese a ser ya la tercera novela de la serie. El motivo es que
Cornelia, como todo hijo de vecino, se adapta mal que bien a los cambios (a
diferencia de tantos personajes que permanecen novelas y novelas presas de los
mismos pensamientos y obsesiones). Su matrimonio ha hecho aguas, pero un clavo
saca a otro clavo, aunque como el clavo esté en el trabajo, mal asunto; entre
medio acecha la soledad, sustituyendo a la preocupación. Al mismo tiempo sigue
cayendo bien por su propensión a caer en la tentación, a buscar el alivio
inmediato aun a costa de dar pasos de ciego, pero esa también es una forma de
ir hacia algún sitio, aunque sea el equivocado. No es el único personaje del
que se puede decir esto. El perfil de Leopold pasa a estar mejor definido, como
esas personas que nos parecen una cosa cuando las conocemos poco, y otra cuando
las vamos conociendo mejor (que es lo que ocurre con este personaje). Del
resto de los habituales poco se puede decir, porque poco es su papel en esta novela.
Magnífico post y totalmente de acuerdo contigo.
ResponderEliminarSaludos!
Gracias ;-)
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