Hace ya tiempo que leí El misterio de la cripta embrujada (publicada
1977), El laberinto de las aceitunas
y La aventura del tocador de señoras.
En el momento de escribir esto tengo pendiente El enredo de la bolsa y
la vida. Son tres grandes novelas, sobre todo la primera y la tercera, cuyo contraste con La verdad sobre el caso
Savolta o La ciudad de los prodigios
ponen de manifiesto la variedad de registros de Eduardo Mendoza, quien siempre ha dicho que estas novelas del detective sin nombre no le han
costado demasiado trabajo, viniendo a ser un “divertimento”. Claro que la
calidad, cuando hay talento, no necesita demasiado trabajo, y aquí está la
prueba.
El caso es que vuelto a leer
ahora El misterio de la cripta embrujada
porque me apetecía, porque echaba de menos a su protagonista, y porque en un
blog literario donde el humor tiene
un puesto relevante, esta novela no podía faltar.
Para la literatura de humor en España, el siglo XX ha sido una época
excelente, con autores (por citar algunos con presencia en el blog) como Enrique Jardiel Poncela, Wenceslao Fernández Flórez, o Miguel Mihura
, amén de otros, como Álvaro de Laiglesia, que, a otro nivel, fueron también muy buenos. La mayoría comparten
gusto por un humor donde el absurdo
juega un papel tan importante como los cambios
sociales vinculados a la modernización técnica, al cambio de papel de la
mujer y a la aparición de la clase media urbana; casi todos ellos, además,
utilizan el lenguaje de forma muy graciosa, pero sobre todo como apoyo de una
serie de ideas disparatadas que son las que, en sí mismas, hacen reír.
El
misterio de la cripta embrujada, en cambio, y hasta donde
mis lecturas alcanzan, supone un cambio en la forma de escribir humor. Primero, porque la ironía, a veces incluso el sarcasmo,
se convierte en el primer recurso humorístico, muy por encima del absurdo y los
temperamentales personajes del pasado cuya gracia, muchas veces, consistía en una
suerte de mala educación al hilo de sus prontos, una especie de atentado a la “educación
burguesa” que por el mero hecho de darse ya resultaba divertido en una sociedad oficialmente biempensante y respetuosa con las formas. Y, segundo,
porque el uso del lenguaje se convierte en una nueva fuente de humor
simplemente por la forma en que se dicen cosas que, señaladas con otras expresiones,
hubieran sido anodinas. De hecho, si El
misterio de la cripta embrujada es lo que es, no es por lo que cuenta, situaciones
cómicas incluidas, sino por cómo lo hace. Que el protagonista sea un tipejo de
baja estofa y nula cultura y, sin embargo, se exprese de forma tan ampulosa
convierte cada una de sus frases en motivo de sonrisa.
Cierto es, sin embargo, que
esa forma de hablar se contagia a otros personajes, y si en esos momentos la
falta de contraste resta comicidad, el efecto final no está claro, pues si lo
estrafalario del personaje se difumina, lo hace en un mundo grotesco donde la
educación, el amaneramiento y los eufemismos transforman la brutalidad en algo
digerible a través de la crítica implícita.
El tercer motivo por el que El misterio de la cripta embrujada
supone un cambio en la forma de escribir humor es por el modo en que combina
numerosos recursos humorísticos. El humor
negro, que en etapas precedentes en ocasiones lindaba con la crueldad, en Mendoza se dulcifica, dejando solo la
parte cómica; aparece con fuerza en recurso a la escatología, pues si en la primera página el protagonista ya
precisa una ducha, conforme avanzan las páginas el pobrecillo huele más y peor
(y a todo). La reiteración ingeniosa
(como la utilización del apellido Sugrañes), la forma en que se integra gag en el conjunto, el jugueteo con el tópico, la crítica a los excesos del poder político y social junto a alguna
concesión al absurdo, son solo algunos
ejemplos. Pero lo relevante, insisto, es la forma en que todo avanza junto.
Por último, la idea de hacer
protagonizar la novela a un presunto loco tiene mucho de quijotesca, de retorno
a las raíces del humor, porque aunque aquí el protagonista no está loco, o al
menos no completamente (como tampoco don Quijote lo estaba del todo, pues
razonaba a la perfección), pero el resto del mundo lo tiene por tal; y de la misma
forma que don Quijote tenía una elevada
opinión de sí mismo, el protagonista de esta novela, aun sabiéndose el último
en la escala social (tan bajo está que ni su nombre es relevante), se eleva a la altura de los demás a través de
su lenguaje, y aun por encima, a la vista de que es capaz de resolver el caso
que se le encomienda. Incluso se permite situarse por encima del lector, si puede decirse así, porque todavía falta un tercio de la novela cuando comprobamos que el protagonista, en su mollera, ya ha resuelto el misterio anticipándose no ya al comisario Flores, sino, como digo, al propio lector que ha compartido unas andanzas que el comisario ignora. También eso genera un efecto cómico, porque el más tonto es en realidad el más listo. ¡Más listo incluso que el lector! En esto excede a don Quijote, aunque ambos, en el fondo, se creen más de lo que son, aunque no
pierdan la humildad; y ambos, una y otra vez, se ven enfrentados a su triste
realidad.
Si El misterio de la cripta embrujada fuera una novela más, podría
decirse que tiene fallos. Pero habiendo cumplido, rebosante de salud, treinta y seis años
en las librerías, ya cabe tratarlos como “curiosidades” (es lo que tiene la
fama, cuando es justa). A lo apuntado sobre el “contagio” entre personajes, que
en algún momento es virtud y en otros no, cabría unir el perfil algo deslavazado
de Mercedes (aunque también su personalidad lo es), la forma, quizá demasiado
artificiosa, en que se resuelven la trama y el modo en que en la última parte
de la novela el humor pierde intensidad como si Eduardo Mendoza, en ese momento,
hubiera prestado más atención a la trama que a la forma, cuando lo fundamental
en este libro es la segunda, ya que sería igualmente meritorio con cualquier otro
"planteamiento criminal". Qué causa traigan los fallos es irrelevante, a la vista del resultado, pero el propio autor señala en el prólogo algo que bien pudiera explicarlos: la novela la escribió
muy rápido, sin ninguna aspiración, y más como improvisada liberación tras La verdad sobre el caso Savolta que como
proyecto pensado y planificado.
¿Y cuál es el argumento? Una
noche de 1971 una chica desapareció en un internado de Barcelona. Reapareció en
su cama, en el mismo internado, al día siguiente. Sana e intacta. El comisario
Flores “investigó” el caso, sin llegar a conclusión alguna. En 1977, momento en el que transcurre la acción,
otra chica acaba de desaparecer en el mismo internado. Flores, por motivos “profesionales”,
pues lo ha detenido alguna vez, conoce al innominado protagonista, que está
recluido en el manicomio regentado por el doctor Sugrañes; le promete la
libertad a cambio de ayuda en el caso. Pero el protagonista, antes de “investigar”
(cosa que hace a su aire y no siguiendo indicación alguna) se pone en contacto
con su hermana, una vieja y triste prostituta, y al hilo de este contacto
familiar se ve envuelto en la muerte de un aspirante a cliente de la hermana.
Los bajos fondos, representados por el protagonista, escarbando en las clases
poderosas que llevan a sus hijas al internado. Por medio de un ingenio muy
ligado a la picaresca el protagonista acumula información; la suficiente, por supuesto, para
desentrañar el caso, lo cual consigue disponiendo de antagonistas que van
variando de capítulo en capítulo (todos breves), otorgando al diálogo un papel
relevante.
No conocia la obra ni el autor. Me suena interesante y a partir de la reseña y su vinculacion con el Quijote voy a buscarla en la libreria
ResponderEliminarNo te arrepentirás. Las mejores, la primera y la tercera. La quinta no la he leído aún.
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