La rocambolesca historia del transportista Pere Bitxo es una novela
desconcertante si uno no va advertido de lo que va a leer. Desconcertante,
primero, porque la “historia” es la de un solo día y, segundo, porque la
narración es en algunos puntos algo telegráfica, lo cual aconseja leer despacio
e ir imaginando hasta el último detalle. ¿Y cuál es la advertencia? Que estamos
ante una obra un tanto berlanguiana, en la que no hay ni grandes hechos ni
intrincados misterios, sino el transcurrir de la vida, que es la mejor manera
de demostrar cómo son las cosas y las personas. Es decir, dispóngase el lector
a sentarse y ver cómo transcurren veinticuatro horas en la vida de Pere Bitxo.
Aunque, eso sí, alguna cosa fuera de lo normal le ocurre al hombre.
Pere,
transportista, es al transporte lo que una margarita pocha a un ramo de novia:
tiene una furgoneta tan pimpante como un viejo saco de patatas, con la que
comienza el día recogiendo a las chicas de un prostíbulo cercano, situado en
mitad del campo, para devolverlas a la civilización de una comarca catalana del
interior. Una civilización peculiar, pero, dentro de su singularidad,
universal, porque no hay lugar que no esté plagado de tipos raros. Pere acude luego
al taller a cambiar los asientos por una caja isotérmica, y pasa el resto del
día repartiendo huevos por la comarca, a la espera de terminar y volver a
instalar los asientos para llevar de nuevo a las chicas al trabajo. Este ir y
venir permite ir incorporando personajes a la novela, y es recomendable fijarse
bien porque hay unos cuantos: desde el ex político local obsesionado con los
socialistas, hasta la dueña del local de alterne pasando por un juez de paz
enano, el “rico” que en realidad no es más que un mafiosete con muchos negocios
más o menos chapuceros, un tipo salido, su esposa que trata de reconducirlo al
buen camino a base de perdigonadas en los alrededores del burdel, el lunático
que fue una vez en avión y no ha dejado de presumir de ello ni un segundo, y
unos cuantos más.
Junto a
la exhibición de personajes a la vez extravagantes y corrientes, se producen
una serie de situaciones absurdas, como la de la anciana que duerme en el
balcón del ayuntamiento, el inmigrante al que dan cama en la mesa del salón de
plenos, la loca de los perdigones o el chiflado que la emprende a tortazos con
todas las máquinas, lo cual no se sabe si forma parte del marco de la “acción”
o la “acción” misma. Lo entrecomillo por lo ya dicho, porque el meollo de esta
historia es dejar que pasen las cosas ante los ojos del lector.
Pere
Bitxo, cuyo papel es más de nexo que de protagonista, es un personaje extraño,
porque apunta ser una cosa y acaba siendo otra. Al principio, dado lo peculiar
de su residencia, de su furgoneta y de su modo de vida, parece que va a ser un
tipo estrafalario, pero en realidad es el más sensato de todos, y también el
más formalito. Además, lo que le acontece no es determinante, lo determinante
es el conjunto, la combinación de los personajes y que todos tienen algo en
común: su facilidad para arrimar el ascua a su sardina en todo momento. Así es
como los acontecimientos, desencadenados por un factor externo, terminan siendo,
para las personas, la resultante de los pequeños intereses de cada uno.
El
autor no entra a valorar la conducta de sus personajes, ni siquiera nos dice lo
que sienten o dejan de sentir, deja que sea el lector quien valore cada cosa
interpretando la conducta de cada cual.
Dicho
esto, también hay algunas concesiones a las escenas cómicas –como la
conversación de los mossos a través de la radio-, y un buen puñado de críticas
diseminadas a lo largo de las páginas, como los cartones de huevos mojados
hasta la descomposición, que son confundidos con una obra de arte.
En
resumen: una novela en la que la disposición del lector es muy importante, porque
para disfrutarla debe ser leída con cierta conciencia de “observador”.
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